Si hubiera que encontrar a una persona que pudiera infundirle miedo a Nian Xiaomu, seguramente esa persona sería Tan Bengbeng.
Una persona callada, que generalmente hablaba poco, y que se convertía en una habladora cuando se trataba de abordar temas de salud.
Todos los diversos términos profesionales eran suficientes para hacer añicos el cerebro de una persona. ¡Lo que daría como resultado que se desmayara en el sitio!
¡No puedo darme el lujo de ofenderla! ¡No puedo darme el lujo de ofenderla!
Nian Xiaomu se encogió en su asiento aterrorizada y miró con impotencia al mesonero marcharse con las órdenes.
Mientras levantaba la taza que tenía frente a ella, Tan Bengbeng tomó un sorbo de agua y preguntó: —¿Qué ocurrió? ¿Por qué el apuro por verme?
Al escuchar eso, Nian Xiaomu recordó que tenía que hacer lo propio. De inmediato, enderezó su espalda y registró su cartera para sacar un sobre.