Dicen que, antes de morir, ves toda tu vida pasar frente a tus ojos. Bueno, en mi caso, eso no sucedió. Para empezar, acababa de nacer de nuevo no tenía mucha vida que ver, y para terminar, en mi vida anterior ni siquiera tuve tiempo de pensar antes de que el tipo me alcanzara. Me gustaría decir que mi vida fue tan larga y feliz que no pudo resumirse rápidamente en esos últimos segundos, pero, para ser honesto, lo único que me vino a la mente fue un pensamiento filosófico muy profundo:
"Ahhh."
No me juzguen.
Ahora bien, si ustedes eran el dios, el universo, o el ser celestial que decidió darme una segunda oportunidad y vieran que, a los cinco minutos de haber reencarnado, ya estaba muerto otra vez, ¿qué harían? Bueno, si fuera yo, lo remataría. Diría: "Le pasó por pendejo". Y PUM, rayo desintegrador.
Pero gracias a mi increíble suerte (y tal vez un poco de mi carisma), mi cuerpo chocó con algo blando y húmedo. ¡Qué suerte la mía! Caí directamente en una pila de bolsas de basura. El olor era indescriptible, una mezcla de desechos y años de acumulación, pero no tenía tiempo para quejarme. Al menos no me rompí la cabeza.
Escuche los gritos de los tres tipos dentro del bar. Estaban furiosos, y aunque no podía verlos, sabía que me buscaban con desesperación. Tal vez, debido a lo borrachos que estaban, no pensaron en buscar alrededor del local. Gracias, basura, pensé, mientras me acurrucaba aún más entre las bolsas rogando que no se les ocurriera asomarse por la ventana.
Los minutos pasaron lentamente. El sonido de los gritos se desvaneció a medida que se alejaban. Respire aliviado, todavía temblando por la adrenalina y el miedo. Una bolsa de basura me salvó la vida, pensé, entre risas nerviosas. No era el final heroico que uno se imagina, pero por ahora, estaba vivo. Y eso era suficiente.
Me levanté rápidamente, sintiendo la humedad y el mal olor de la basura pegados a mi ropa. Miré hacia la ventana de la habitación de la que había saltado, y me preguntó si mi situación podría empeorar. Por favor, que no.
Sin pensarlo dos veces, di la vuelta y corrí.
Mi corazón latía con fuerza, y las calles estrechas y mal iluminadas se convirtieron en un laberinto de sombras y ecos. Las luces parpadeantes y las paredes descascaradas parecían susurrar amenazas, pero tenía un objetivo claro: encontrar un lugar seguro y empezar a entender este mundo en el que, por alguna razón absurda, aún estaba vivo.
La carrera había comenzado, y aunque el camino estaba lleno de incertidumbres, al menos tenía una ventaja: un cuerpo que, aunque lleno de cicatrices, aún tenía energía suficiente para seguir corriendo.