En la cámara tenue, la ropa yacía dispersa en el suelo entre otros objetos descartados. Una figura delicada yacía laxa en la cama, su espalda húmeda de sudor apretada contra el pecho del hombre mientras ambos jadeaban pesadamente. Sus dedos se entrelazaban con los de ella y él acariciaba el hueco de su cuello, inhalando profundamente para saborear su aroma después de horas de pasión agotadora.
—¿Está satisfecha, mi amor? —susurró él.
—Lo está... ahora, no más... —el murmullo ronco de ella apenas llegó a sus oídos.
Él mordisqueó suavemente su lóbulo de la oreja y murmuró —la noche todavía es joven.
—No puedo más —protestó ella.
A pesar de su protesta, él sonrió contra su lóbulo y bromeó —tú eres mi demonio, la única lo suficientemente fuerte para soportarme.
—Estoy cansada... Yo...
—Pronto te recuperarás y desearás más —le aseguró.