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Los ojos de Aurora se abrieron de golpe y se encontró sentada en una cama desconocida. Se frotó los ojos con la mano y estiró su cuerpo, soltando un bostezo adorable antes de tomarse un momento para orientarse.
Lo primero que notó fue que su cuerpo se sentía diferente, sorprendentemente bien. Era un contraste marcado con el dolor constante al que estaba acostumbrada. Sin dolores, sin moretones, sin dolor alguno.
Examinó su cuerpo con cautela, maravillándose de la ausencia de las marcas habituales. Este cambio reciente se sentía tanto extraño como maravilloso.
Sin embargo, como un rayo, la memoria del día anterior volvió apresuradamente. Rápidamente se dio cuenta de que no estaba en su propia habitación, aunque no lo admitiría en público, su habitación estaba llena de enormes osos de peluche rosas.
Pero esta habitación parecía diferente, era muy sencilla. Una ola de realización la invadió, y sus ojos se abrieron como platos al recordar los eventos del día anterior.