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85.71% El diario de un Tirano / Chapter 138: Decisión de venganza

Kapitel 138: Decisión de venganza

El sosiego imperaba en el recinto, una tenebrosa cámara saturada de un silencio tan denso como las coraceras que vestían los hombres de armas. La luz, astuta y furtiva, se colaba en la estancia a través de la rendija en lo alto de las añejas paredes de piedra, jugueteando sobre el inmenso pergamino descolorido que yacía desplegado sobre una sólida mesa de roble. Un mapa, tan enigmático y enrevesado como el destino de aquellos labrados por la guerra, se plasmaba sobre el ajado papel amarillento.

Las luces temblorosas de las velas oscilaban con suavidad, iluminando las sombras distantes que la luz de la tarde no conseguía disipar, así mismo que las expresiones de los presentes.

Orion volvió su mirada a la entrada, justo antes de que la puerta maciza de madera reforzada se abriera y un individuo encapuchado cruzara el umbral. Era Anda, el líder del escuadrón de Los Búhos, que con una andadura pausada y decidida se acercó a su soberano.

—Solo encontramos las carretas, señor Barlok —dijo luego de caer sobre su rodilla, con una voz grave, trasmitiendo la pesadumbre del fracaso.

Nadia Balo, la estratega de Orion hizo una mueca inconforme por la noticia, aunque no relacionada a la eficacia, pues reconocía que nadie era tan rápido y certero como los integrantes del escuadrón de Los Búhos, sino por la información. Desde que había recibido su título, su vida había girado en torno a documentarse sobre todo lo relacionado con Tanyer, no solo en la sala del conocimiento del palacio, sino además en los relatos de los ancianos de cada raza, que la ayudaban a profundizar en los temas relacionados con el bosque inexplorado. Sin embargo, ni todo su conocimiento le ayudó a entender que tipo de criatura era la causante de la emboscada.

—¿Rastros? —inquirió con solemnidad.

—Encontramos el atisbo de una huella, señor Barlok, pero aún no conseguimos nada. Nuestro fracaso, señor Barlok. Yora y Demir continúan buscando —añadió al sentir la penetrante mirada de su soberano.

—¿De qué tamaño era la huella? —preguntó Nadia.

—Grande, Estratega, un poco mayor que la altura de un niño.

Orion no encontró en su bóveda de recuerdos alguna criatura que tuviera un pie tan enorme aquí, en el nuevo mundo, ya que, en el laberinto si las había conocido, y eso lo hizo reflexionar sobre el peligro que podían representar a toda su vahir.

—Vuelve, y continúen buscando. Y si encuentran algo, infórmenme, pero no lo enfrenten.

—Sí, señor Barlok.

Asintió, se colocó en pie, y antes de desaparecer hizo una firme y respetuosa reverencia.

Nadia observó a su soberano, apreciando su semblante profundo. Estaba por hablar, pero prefirió el silencio, esperando mejor por la orden siguiente que intuyó pronto sería dada.

Su atención descansaba sobre la ilusión que representaba la pantalla de su interfaz, necesitaba hombres rápidos, fuertes, y sobretodo, que supieran combatir bosque dentro, una cualidad que deseaba encontrar en al menos una veintena de su ejército. Decenas de nombres en forma escalonada aparecieron en la la ilusoria pantalla, muchos de ellos pertenecían a escuadrones ya nombrados, destacando el escuadrón de élite: Los Sabuesos, ya que poseía la mayoría de candidatos.

—Haz un plan detallado de defensa —dijo sin mirarle—, busca puntos débiles. Lo quiero antes que salga el sol.

Nadia asintió, determinada a cumplir con la encomienda, no entendía como había sido, pero entre más tiempo pasaba con su monarca, más crecía su admiración y devoción hacia él.

—Sí, señor Barlok.

Orion salió del salón de guerra acompañado por dos de sus guardianas, y su fiel servidora de cabello platinado.

—Fira, trae ante mi al comandante de Los Sabuesos, de inmediato.

—Sí, mi señor.

Se despidió con una cordial reverencia.

—Ustedes dos prepárense, porque mañana saldremos a cazar a un monstruo.

—Sí, Trela D'icaya —dijeron las dos guerreras al unísono.

Alir no contuvo la sonrisa, mientras Mujina se mostró expectante por una nueva salida con su sagrado líder.

Orion minimizó la ilusoria pantalla de la interfaz, que por tanto tiempo le había arrebatado la atención. Sus ojos, profundos como el océano se posaron en el recién llegado.

—Mi señor, el comandante de Los Sabuesos. —Fira lo presentó con sumo respeto.

El militar, hombre de batalla y asesino de tantos, se encontraba temeroso del joven sentado detrás de la mesa, no sabía que hacer, cómo reaccionar, pensó en arrodillarse, y al percatarse que era lo adecuado, lo hizo, se dejó caer sobre sus rodillas, mientras bajaba el rostro.

La hermosa asistente volvió al lugar donde creía debía estar siempre, al lado de su señor.

Orion continuó mirándole, era la tercera ocasión que lo tenía bajo su presencia, y recordaba que en las dos anteriores su comportamiento no había sido tan extremo.

—Gosen, Gosen Gosenvars —dijo Orion.

—Sí, señor Barlok —respondió con un temblor en su voz, mientras experimentaba una dulce sensación al saber que su soberano recordaba su nombre completo.

Gosen era un hombre de estatura media, su figura pasaba desapercibida en una multitud pero su mirada penetrante, como el acero, dejaba huella en aquellos que se atrevían a contemplarla. Sus ojos grandes y afilados, profundos como pozos oscuros, reflejaban una determinación inquebrantable. Su cabello era corto y castaño, enmarcando su rostro anguloso y masculino. Pero, si uno se fijaba con detenimiento, podía notar una larga cicatriz que atravesaba su mejilla izquierda, un recuerdo de su debilidad.

Su complexión, aunque delgada, revelaba una fortaleza increíble. Sus brazos largos y musculosos eran el resultado de innumerables días de entrenamiento y combate. Pero no se trataba solo de fuerza bruta, también poseía una agilidad sobrenatural y habilidades de lucha que solo se adquieren a través de años de práctica. Su tez lechosa contrastaba con el rojo intenso de sus labios, un color que siempre había estado presente desde su nacimiento. Tenía una voz gruesa y juvenil, que a menudo se mezclaba con una risa franca y contagiosa.

Ya no era un hombre joven, ya estaba en edad de tener una familia establecida, sin embargo, no había encontrado todavía a una mujer que le robara el aliento y a la que pudiera entregar su lealtad, pero sabía que algún día el destino lo beneficiaría.

—¿Quieres decirme algo? —inquirió, sin la más mínima perturbación en su expresión.

—¿Señor Barlok? —preguntó, levantando la mirada.

—Parece que no. —Se colocó en pie—. Tengo una misión para Los Sabuesos —dijo, y aquella sola frase le cambió el rostro al comandante, ayudándole a respirar con más tranquilidad—. Al alba saldrán con destino al campamento minero. Van a proteger a los antar y a mis caravanas, y limpiarán los alrededores de cualquier cosa hostil que los aceche. Puedes retirarte.

—Será mi honor cumplir, señor Barlok —dijo al levantarse, con la determinación brillando en sus ojos.

—Por cierto —agregó al verle llegar a la puerta—, hacer tu propio alcohol no infringe mis reglas, pero no usen tiempo de entrenamiento en esa tarea, porque si me entero de ello, no será un simple castigo el que conseguirán.

Gosen tragó saliva, ni su mente, ni su corazón dudó de la verdad en la advertencia dada.

—No, señor Barlok, perdónenos señor Barlok —dijo con rapidez.

—Ya, vete.

—Gracias, señor Barlok, no le defraudaremos.

Volvió a hacer un reverencia antes de desaparecer bajo el umbral de la oficina.

—¿Qué ocurre? —inquirió sin verle.

—Me gustaría acompañarlo, mi señor.

—No —se negó—, aún no estás preparada para una batalla así.

Fira agachó el rostro, no podía replicar, pues sabía que tenía razón.

—¿Cuál será mi tarea en su ausencia, mi señor?

—Asegurar que mis órdenes sean cumplidas.

Fira levantó el rostro, mirándole con desbordante alegría, no habría pensando que su soberano la tuviera en tan alta estima como para dejarla de regente en sus tierras, algo que en su trastornó su corazón, creando una ilusión en su mente de una vida al lado del joven al que era devota.

—No le decepcionaré, mi señor.

Orion asintió con calma, centrándose nuevamente en la interfaz.


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