El primer duelo de prueba estaba a punto de comenzar. El ambiente en el campo de entrenamiento se encontraba cargado de tensión, los jóvenes se alineaban en el centro de la arena, divididos por una línea invisible que separaba a dos equipos de atacantes. Frente a ellos, en la otra mitad, un grupo igualmente decidido se preparaba para demostrar su valía. La oportunidad de permanecer en ese campo de batalla, de ganar el derecho a seguir luchando por un lugar en la élite, estaba en juego. No había margen para los errores, ni espacio para la duda.
Un estruendoso sonido de trompeta llenó el aire, señalando el inicio de la prueba. El tiempo comenzó a correr. En el instante en que el balón cayó al terreno de juego, todos los ojos se posaron sobre él. El suelo vibró levemente con el impacto, como si la arena misma reconociera la magnitud de lo que estaba en juego.
Vanessa fue la primera en reaccionar. Sus pies se movieron con rapidez y destreza, recibiendo el balón con una elegancia que solo los mejores jugadores demostraban en esos momentos de máxima presión. La joven atacante controló la pelota con un toque preciso, su cuerpo en perfecta sincronía con el juego.
Pero Killer no perdió tiempo. Con la mente fija en su objetivo, se lanzó al frente, decidido a robar el balón, a ganar la posesión y demostrar que estaba dispuesto a pelear por su lugar. Los músculos de sus piernas se tensaron, el aire se cortó en su respiración. Era su momento.
Vanessa, sin embargo, no fue tan fácil de vencer. Con una rapidez sorprendente, se detuvo en seco, forzando a Killer a abrir las piernas. La jugada fue tan precisa que, en un abrir y cerrar de ojos, la pelota ya había rebotado ligeramente en la pierna de Killer y, en el mismo segundo, volvía a sus pies, como si fuera un regalo esperando ser aprovechado.
<<Mierda, calculó a la perfección el rebote y aprovechó mi punto ciego para vencerme>> pensó Killer, mientras veía cómo la joven se adelantaba con una sonrisa desafiante, como si el juego ya estuviera ganado para ella. La sensación de haber sido superado lo golpeó como un puño en el estómago, pero no podía permitirse rendirse.
—Hasta aquí llegas —gritó Ordoñez desde el otro lado del campo, con tono de certeza, preparado para intervenir. Su figura se desplazaba con una facilidad envidiable, observando el campo como un depredador al acecho.
—Me temo que no —respondió Vanessa, confiada, su voz llena de seguridad mientras se preparaba para su siguiente movimiento. Sus ojos brillaban con una intensidad fría, como si estuviera disfrutando de la jugada, sabedora de que tenía el control.
Killer, parado en medio de la arena, respiró con fuerza, sintiendo la presión del momento. Sabía que cada paso que daba ahora era crucial, que la oportunidad de redimirse estaba a solo unos segundos de distancia. El desafío estaba lejos de terminar, y su mente se preparaba para lo que venía. Porque en esa arena, solo los más fuertes y astutos sobrevivirían.
El balón, como un objeto suspendido por el destino, giró en el aire antes de caer a la arena, atrapado entre los tobillos de Vanessa. De repente, la velocidad de la jugada aumentó, y Ordoñez, con una mirada fría y calculadora, observaba todo desde su posición. Sin aviso previo, la mujer levantó el balón por encima de su cabeza, desafiando a la gravedad con un gesto rápido y preciso, solo para ver cómo Ordoñez, como un espectador pasivo, lo observaba con una sonrisa contenida.
El tiempo parecía ralentizarse en el breve instante en que el balón descendió, y antes de que tocara el suelo, Vanessa se elevó en el aire con una gracia depredadora. En un solo movimiento, disparó con una potencia impresionante. El proyectil de energía cruzó el campo como una flecha y superó el holograma del portero, anotando el primer gol del juego en tan solo un minuto. La multitud, aunque silenciosa, parecía retumbar con la tensión del momento.
—Esto será divertido —murmuró Ordoñez, su voz calmada pero llena de una confianza que solo los grandes guerreros poseían.
—Increíble —admitió Killer, los ojos fijos en la jugada de Vanessa. Había subestimado su destreza, y ahora debía ajustar su percepción sobre lo que estaba en juego.
Antes de que pudiera procesar lo ocurrido, el sonido estruendoso de la trompeta resonó nuevamente, marcando el regreso del balón al campo. Esta vez, el esférico cayó en manos de Ordoñez, quien no perdió tiempo. Como un depredador que avanza sobre su presa, se lanzó directo hacia Killer, sin un atisbo de vacilación.
Killer, por su parte, se mantuvo firme. La carga de Ordoñez no lo intimidó; sus músculos se tensaron, y se preparó para recibir el impacto. No retrocedería. Pero justo antes de que el choque ocurriera, Ordoñez frenó en seco, usando su cuerpo para proteger el balón. Con un giro fluido y calculado, cubrió el esférico y lo alejó del alcance de Killer, como si la pelota fuera una extensión de su propio cuerpo.
El golpe vino sin aviso. Ordoñez, con una precisión fría, colocó su mano sobre el hombro de Killer, y en un movimiento sin esfuerzo aparente, giró sobre su eje. Apoyándose momentáneamente en el joven, lo empujó con fuerza, aprovechando la inercia para ganar impulso. Killer perdió el equilibrio y cayó al suelo con un fuerte golpe, su rostro viendo el avance de Ordoñez mientras éste, como un espectro imparable, se dirigía al gol.
Vanessa no perdió el tiempo. Sabía lo que tenía que hacer. Se interpuso en el camino de Ordoñez con la firmeza de una muralla, dispuesta a robarle el balón antes de que pudiera llevar a cabo su siguiente jugada. Estaba tan segura de su destreza que no dudó ni un segundo.
—No pasarás, bebé —declaró Vanessa, sus ojos centelleando con la determinación de quien sabe que cada paso cuenta.
Pero Ordoñez, sin perder la compostura, sonrió con la arrogancia de un líder nato.
—Muy tarde, mujer —respondió con tranquilidad, mientras se deshacía del obstáculo con la destreza de un experto. La jugada estaba en sus manos.
El juego, a medida que avanzaba, se convertía en una danza entre guerreros, cada uno con su propio estilo, pero todos con el mismo objetivo: la gloria. La prueba no era solo de habilidades, sino de resistencia mental, de saber cuándo avanzar y cuándo retroceder. Y en ese campo de guerra, no había lugar para la duda.
A una distancia de veintiocho metros de la portería, Ordoñez tomó su posición con una calma helada. Apoyó su peso sobre la pierna derecha, observando atentamente el movimiento de sus rivales. Un suave resoplido precedió al potente disparo de su pie izquierdo, que cortó el aire con la velocidad de un rayo. El balón pasó peligrosamente cerca del rostro de Vanessa, quien apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de sentir un leve raspón en su mejilla. El balón continuó su vuelo hacia la portería y atravesó la red, marcando el primer gol de la jornada.
—¡Idiota, me dañaste la cara! —gritó Vanessa, llevándose la mano al rostro mientras su tono de molestia era claro.
—Quítate del medio, entonces —respondió Ordoñez con una frialdad implacable, como si no hubiera nada personal en su jugada.
El sonido de la trompeta resonó, anunciando que el juego continuaba. El balón volvió a caer al campo, y ahora era el turno de Killer. Con el ardor de la competitividad ardiendo en su pecho, el joven se lanzó al ataque. Su cuerpo, ágil y rápido, zigzagueó hacia sus rivales. En su primer obstáculo, se encontró con Ordoñez. Killer intentó esquivar al capitán, moviéndose hacia la izquierda, pero Ordoñez no cedió ni un centímetro, aferrándose a la idea de no dejarlo escapar.
Sin embargo, Killer confiaba en su velocidad. Usó su impulso y, con un violento choque de hombros, desbordó a su oponente, derrapando al borde del suelo mientras Ordoñez caía detrás de él. El joven avanzó, convencido de haber superado su primer obstáculo, solo para encontrarse con la firme figura de Vanessa, que ya se interponía en su camino.
Killer intentó un giro a la derecha, buscando el espacio para continuar su avance. Pero Vanessa, sabedora de los movimientos del joven, evitó el choque directo. Con una agilidad felina, se deslizaba por el suelo, y antes de que Killer pudiera reaccionar, el balón desapareció de sus pies. Vanessa, en un barrido impecable, robó el esférico con precisión y control, sin soltarlo ni por un segundo.
—Gracias por el bocadillo —murmuró Vanessa con una sonrisa satisfecha, mientras recuperaba el balón y comenzaba a avanzar hacia la portería rival.
Con una confianza peligrosa, la mujer se preparó para disparar. Killer, aún desconcertado por la pérdida del balón, intentó reaccionar, pero no fue lo suficientemente rápido. En ese momento, cuando la mujer ya estaba a punto de hacer el tiro, apareció Ordoñez de la nada, como un espectro desde el flanco izquierdo. Sin pensarlo, se lanzó al frente y, con un salto impecable, desvió el balón con su cabeza, enviándolo a un costado del campo. El gol de Vanessa se desvaneció como una ilusión.
—¡Desgraciado! ¡Maldito entrometido! —gritó Vanessa, su rostro contorsionado por la furia, mientras veía cómo la oportunidad se desmoronaba frente a sus ojos.
—No te lo dejaré sencillo —respondió Ordoñez, su mirada fija en la mujer mientras la frustración de los demás jugadores se acumulaba en el aire. Nadie estaba dispuesto a ceder ni un centímetro en este terreno de guerra.
El juego, como si fuera una batalla sin fin, continuaba su curso, con cada jugador luchando no solo contra el otro, sino contra sí mismo, sabiendo que cada jugada podría ser su última oportunidad de demostrar quién era verdaderamente el mejor.