Los jugadores del equipo rojo ingresaban a la arena, acompañados por una marea de nerviosismo y adrenalina que parecía envolverlos por completo. Frente a ellos, el equipo verde los recibía con una mirada de desafío, sabedores de que, al igual que los rojos, su futuro en el torneo pendía de un hilo. Ambos equipos habían perdido su primer encuentro, y ahora se encontraban en la encrucijada definitiva: la victoria o la eliminación.
Max había dejado claro que solo uno de los equipos seguiría adelante, y la presión estaba al máximo. David observaba con atención los movimientos de los jugadores rivales mientras su mente calculaba cada posible jugada. Sabía que este enfrentamiento iba a ser el más importante de sus vidas. Al fondo, Danna estiraba sus articulaciones, mientras Suarez estiraba las piernas con concentración. Una ligera brisa recorría el campo, agitando sus cabellos, pero no era suficiente para distraerlos de la batalla que estaba a punto de comenzar. El capitán del equipo verde, Camilo, se mantenía en el centro del campo, su mirada fija en los rojos, pero su rostro permanecía inexpresivo, como si nada pudiera afectarlo.
El sonido de la trompeta cortó el aire, marcando el inicio de un juego que definirá el futuro de ambos equipos. Los segundos parecían desmoronarse, cada uno lleno de tensión y expectativas. En ese instante, Killer dio la señal.
— ¡Vamos! —gritó Killer, y el balón comenzó a rodar.
David, con una rapidez sorprendente, visualizó el campo en su mente, trazando una imagen perfecta de la jugada. En un abrir y cerrar de ojos, el balón salió disparado de su pie derecho, directo hacia Killer. El centrocampista no dudó ni un segundo y, con una firmeza impresionante, pasó el balón hacia adelante.
Killer, avanzando por el centro con una fuerza bruta, usaba sus brazos como escudo, apartando a los defensores verdes que intentaban cerrarle el paso. A su izquierda, Danna se escabullía por el costado derecho, serpenteando entre los rivales con una agilidad impresionante, mientras Suarez, a la par de ella, se deslizaba por el extremo izquierdo con una velocidad fulgurante. El balón volaba hacia Killer, pero al llegar a él, se dio cuenta de que el ángulo no era el ideal para realizar un disparo directo. En un movimiento instintivo, saltó, ejecutando un cabezazo preciso que envió el balón a Suarez, quien estaba completamente posicionada para recibirlo. Sin dudarlo, y con una frialdad asombrosa, Suarez disparó con potencia, y el balón se incrustó en la escuadra de la portería verde.
— Justo como lo planeé —murmuró David, casi para sí mismo, mientras observaba el primer punto del equipo rojo en el marcador.
Killer, aún en el aire, no pudo evitar voltear a ver a su primo. Un destello de orgullo cruzó su rostro, pero una pequeña expresión de disgusto apareció en sus ojos al observar la reacción casi nula del equipo verde. Camilo, el capitán del equipo rival, permanecía impasible, sin mostrar ningún signo de frustración ni sorpresa. Esta indiferencia hizo que Killer apretara los dientes, sus ojos centelleando con rabia.
— Vamos a anotar diez puntos. Eso haremos —pensó Killer, con una furia silenciosa.
El equipo verde, aún atónito por la rapidez del ataque, dio inicio nuevamente al encuentro, ahora con un ímpetu renovado, pero sin perder la compostura. Cuatro atacantes lanzaron un ataque coordinado, utilizando pases de pared y regateando con destreza, superando la defensa del equipo rojo. Rápidamente, el balón llegó a los pies de Camilo, quien se encontraba de espaldas a la portería, listo para disparar. Sin embargo, la presión de Alex no le permitió hacer el movimiento deseado. Alex tensó sus músculos, apretando los dientes mientras se aferraba a su oponente, evitando que el capitán del equipo verde pudiera girarse.
Un delantero verde, aprovechando la confusión, abrió un hueco, y Camilo, envió el balón en su dirección. Pero, antes de que el delantero pudiera recibirlo, Dairo apareció como una sombra, y con una velocidad impresionante, robó el balón en un deslizamiento perfecto, dejando al atacante verde completamente desconcertado.
El balón fue rápidamente trasladado hacia Jeffer, quien, con la mirada fija en el campo, comenzó el contraataque. Con velocidad, se movió por la banda y pasó el balón a David, quien, con una astucia poco común, regateó a dos jugadores del equipo verde y, casi sin mirar, lo envió hacia Danna. La jugadora, con la flexibilidad que la caracterizaba, saltó al aire y, de una manera improvisada, realizó un movimiento de escorpión, un golpe espectacular que hizo que el balón volara hacia la portería verde. El disparo fue impecable, y el esférico se estrelló contra la escuadra, anotando el segundo punto del juego.
— ¡Eso es! ¡Lo logramos! —exclamó Danna, mirando a sus compañeros con una sonrisa satisfecha, mientras el marcador se iluminaba con el nuevo resultado. El equipo rojo había tomado una ventaja de dos puntos en ese preciso momento.
El equipo verde, a pesar de la rapidez de la jugada, no mostró desesperación, pero sus miradas ahora reflejaban una tensión palpable. Camilo, con el rostro ahora más serio, observaba a su equipo, ya no tan confiado como antes. El partido había comenzado a cambiar de rumbo.
El primer tiempo terminó con el marcador 2-0 a favor del equipo rojo, mientras los jugadores del equipo rojo se retiraban a su habitación, conscientes de que una victoria en ese primer tiempo era solo el primer paso hacia la salvación. Sin embargo, había algo en el aire que inquietaba a Killer, algo que no lograba identificar con precisión, pero que lo mantenía alerta.
— Lo hicimos de maravilla —comentó Dairo con una sonrisa confiada mientras se dejaba caer sobre una silla, agotado pero satisfecho.
— Así es, lindos puntos, chicos —agregó Ana, estirándose con una pequeña risa. Pero su tono era ligeramente más calmado que el de los demás. Estaba tan acostumbrada a la presión que no dejaba que el entusiasmo la desbordara.
— No nos confiemos. Ellos aún no han mostrado sus armas —dijo Jeffer, con un tono serio, mirando al grupo. Su voz era un recordatorio de que el trabajo no había terminado. Aún quedaba la segunda mitad, y los equipos contrarios siempre podían sorprender.
Killer, con los ojos fijos en el vacío, no podía deshacerse de esa sensación inquietante que lo perseguía. Algo en la calma del equipo verde no le parecía correcto, como si estuvieran ocultando algo más, algo peligroso. La sensación de que el segundo tiempo podría traer consigo una tormenta lo atormentaba.
— Algo me da mala espina… tengo un mal presentimiento para este segundo tiempo —murmuró Killer, mientras frotaba la parte posterior de su cuello con una mano, tratando de despejar esa sensación de incomodidad que se había instalado en su pecho.
Suarez, sentada cerca, lanzó una mirada despreocupada hacia él.
— No empieces con tu energía negativa, Killer. Todo va bien. Estamos ganando, ¿no? —respondió ella con una sonrisa relajada, pero sin poder ocultar una ligera fatiga en su rostro. Había algo en ella que no era del todo evidente, una energía contenida, casi como si sus fuerzas estuvieran comenzando a agotarse.
David, al notar el cansancio en Suarez, se acercó con una expresión de preocupación.
— ¿Oye, estás bien? Te ves algo cansada —preguntó, observándola con atención.
Suarez levantó la vista, forzando una sonrisa.
— Estoy de maravilla —respondió, pero su tono, aunque firme, no ocultaba completamente la leve fatiga que comenzaba a marcar sus movimientos.
Killer, observando el intercambio, no podía evitar sentir que algo no estaba bien. De alguna manera, las piezas no encajaban. Suarez no parecía tan bien como intentaba hacer creer. Su cuerpo mostraba señales sutiles de agotamiento, pero no lo reconocía abiertamente, y su actitud positiva solo ocultaba lo inevitable.
Cansancio.
Esa palabra resonó en la mente de Killer como un eco, como una alarma en su cabeza. ¿Era solo el cansancio lo que lo estaba afectando? No estaba seguro, pero la fatiga no era lo único que veía. Había algo más, algo en el ambiente que lo mantenía al borde, una quietud sospechosa que emanaba del equipo verde. Ellos no se habían desmoronado por el primer golpe. Estaban demasiado tranquilos, y eso, para Killer, solo significaba una cosa: el segundo tiempo iba a ser aún más peligroso.