—¡Vamos!
Leylin observó a Weyers mientras se marchaba y se llevó con él a Yuro. Aún debía llegar a su destino deseado, la Gran Biblioteca. Para él, lo que acababa de ocurrir no había sido más que un número de circo.
Cuando la figura de Leylin también desapareció, los Magos restantes se pusieron de pie inmediatamente. Sus rostros estaban cubiertos de suciedad.
El haber sido afectados por la batalla que surgió de la nada y haber sido reprimidos por un largo tiempo por un dominio Lucero del Alba los había dejado en un estado lamentable.
Posteriormente, los oficiales que habían llegado comenzaron a limpiar lentamente los caminos y a calcular las pérdidas. Todo era metódico y riguroso.
—¡Gill! —de regreso en la oficina, Weyers hablaba en voz baja. Su arrogancia anterior había desaparecido por completo.
—¡Maestro!
Una sombra negra surgió del suelo silenciosamente.