"Todo lo que he sostenido
Ha chocado contra la pared
Ariana camina de un lado a otro por la habitación, bajo la atenta mirada del pequeño Ayran. Apenas es notable su barriga de ocho meses y quien la viera ni si quiera imaginaría que espera mellizos. Ariana lleva su mano a su vientre e inhala y exhala tratando de resistir los dolores que comenzaba a sentir, para su mala suerte se le había terminado la poción que tenía para el dolor y ahora tendría que soportar las contracciones y el resto del parto. A diferencia de su primer embarazo, los mellizos le hacían sentir como si le rompieran todos y cada uno de los huesos de la cadera. Se aferró a uno de los doseles de la cama e intentó reprimir un grito que se estaba formando en su garganta, no quería asustar a Ayran y mucho menos alertar a nadie en la casa.
Lo que preocupaba a Ariana era que Gellert no lo sabía, se había tenido que ir tan de repente que para cuando comenzó a sentir los síntomas, él ya estaba en América y le daba algo de miedo saber cómo iba a tomarse esa noticia.
- ¡Idril! – La elfina apareció en un abrir y cerrar de ojos frente a ella, sospechaba que algo le pasaba a su ama desde hace meses; pero al ser solo una sirvienta no se atrevía a preguntarle nada a su señora, de todas formas, siempre estaba al pendiente de lo que necesitaba su ama o su joven amo Ayran.
-Ama, ¿se encuentra bien? – La elfina se acercó inmediatamente a su señora que estaba de rodillas en el piso y se sostenía con una mano a uno de los doseles de la cama y con la otra se aferraba a su abultado vientre.
-Idril, necesito tu ayuda. – La elfina asintió ayudando a su ama a ponerse de pie y guiarla a la cama. – Necesito que me ayudes a traer al mundo a tus nuevos amos. – La dulce mujer intentaba soportar el dolor lo mejor que podía, la elfina asintió convencida esbozando una sonrisa. Habría más niños en aquella lúgubre casa, nada ponía más feliz a Idril que hacerse cargo de los herederos de sus amos.
Gellert entraba triunfante a su casa y lo único que quería era ver a su esposa y su pequeño hijo. Había burlado a MACUSA, a los aurores e indirectamente a Dumbledore. Al haber puesto de su parte al Obscurial, solo tenía que poner en marcha el resto de sus planes.
-Queenie. - La bruja esperaba las órdenes de Grindelwald y por dentro rogaba que su hermana en algún momento pudiera perdonarla. – Hazte cargo de Credence, por la mañana hablaré con él. – La rubia asintió y tomó la mano del joven que miraba con curiosidad todo aquello que rodeaba la habitación. – Tintineado. – Un elfo algo asustado apareció frente a Gellert. – Has todo lo que Queenie te pida, ¿entendido? – El elfo asintió y se acercó a la rubia que lo miraba con una sonrisa, esa mujer le pareció demasiado extraña.
Un grito irrumpió en la habitación y disparó las alertas de Gellert. -¡Ariana! – Corrió escaleras arriba lo más rápido que pudo, en momentos como esos detestaba no poder aparecer o desaparecer dentro de la casa. Abrió la puerta de la habitación sin llamar antes, el llanto de dos recién nacidos fue lo primero que llegó a sus oídos. Se acercó lentamente a la cama, donde una sudorosa y cansada Ariana le sonreía con dos pequeños niños entre sus brazos.
-Gellert. – El ojiverde no salía de su asombro, esperaba encontrarse con todo menos con aquella imagen que tenía frente a él. Ayran se lanzó a los brazos de su padre. – Ellos son los mellizos, Ainhoa y Liam. – Gellert espabiló después de unos minutos y una sonrisa se dibujó en su rostro, la preocupación abandonó el cuerpo de Ariana.
-Por... ¿Por qué no me avisaste? Ariana, hubiera vuelto antes. – Dejó a su primogénito en la cama y se acercó hasta su esposa. Tomó a la pequeña entre sus brazos. Tenía los ojos de un color verde esmeralda intenso que le robaron el aliento a Gellert, era su primera y única hija.
- Lo que tenías que hacer era importante, no quería retrasarte por esto. – Estaba algo cansada y un poco adolorida por el parto. Gellert le sonrió de lado, Ariana era una de las mejores decisiones de su vida y aunque tendría que duplicar la seguridad, tampoco se arrepentía de la existencia de sus hijos. - De todos modos, llegaste justo a tiempo.
-Eso no justifica que no me lo dijeras, sabes que no me gustan las sorpresas. – Acarició el rostro de su pequeña hija con delicadeza y algo de miedo, la veía tan pequeña y frágil que temía romperla con el mínimo roce. - ¿Quién nació primero?
-Liam. – Gellert se acercó un poco más y tomó a su otro hijo en brazos, la similitud entre ambos era impresionante, ambos tenían el mismo color de ojos que él y su cabello era cobrizo. – Ellos han sacado varios de tus rasgos. Tanto que te quejabas de que Ayran se parecía más físicamente a mí. – El mago oscuro asintió con una sonrisa de orgullo bailándole en el rostro. Tuvo que devolverle el niño a Ariana, había empezado a llorar y eso era algo con lo que él no podía lidiar.
- ¿Ainhoa no tendrá hambre? – Observaba con detenimiento a su hija, no lloraba y solamente lo miraba directamente a los ojos.
-Quizás, no sabría responderte. Ni si quiera lloró al nacer. – La bruja lo miró expectante, su marido se veía contento con la noticia de los mellizos. – Creo que eso no es normal.
- Sí lo es, yo tampoco lloré al nacer. – El mago tenebroso se encogió de hombros restándole importancia. – Los grandes magos no necesitamos llorar, eso es para los débiles. – Ariana frunció el ceño al escuchar sus palabras. – Me refiero a qué... o sea... Solo no te preocupes, es normal. – trató de suavizar el gesto de su esposa depositando un casto beso en su coronilla. – Ainhoa, mi pequeña y única hija. Ayran. – El niño dejó de jugar con sus manos y fijó la mirada en su padre. – Tú siempre tienes que cuidar de Ainhoa, tú y Liam siempre tienen que cuidarla. – El ojiazul le regaló una sonrisa y siguió jugando con sus manos.
- ¡Anhi, levántate! -La ojiverde le gruñe a su mellizo antes de darse la vuelta y seguir durmiendo, pero éste no se rinde y tira del cubrecama haciendo que la niña ruede por el colchón y caiga al piso con un sonido hueco.
- ¡LIAM TE VOY A MATAR! – La niña se levanta del suelo y corre escaleras abajo detrás de su hermano, casi llevándose de encuentro al mayor de los herederos. – Oh Ayran, lo lamento. – El aludido le sonríe y revuelve un poco su enmarañada melena cobriza haciendo que Ainhoa sonría de lado y continúe su camino algo más calmada a su lado.
- Feliz cumpleaños, pequeña víbora. – Susurra su hermano antes de llegar al comedor donde sus padres y Liam ya los esperaban para desayunar.
- ¿Qué tiene de feliz? – Suspira antes de tomar asiento al lado de su madre y frente a su mellizo. El niño le sacó la lengua y ella solo puso los ojos en blanco tratando de ignorar por completo las tonterías de su hermano.
- Feliz cumpleaños Ainhoa. – Fija la vista en su padre y asiente sin decir nada. Sería un mejor cumpleaños si no se hubiera pasado las últimas semanas escuchando las discusiones entre su madre y su padre, discusiones que muchas veces terminaban con alguno de los hermanos Grindelwald en el medio haciendo de intermediario.
Ninguno de los herederos Grindelwald ignoraba quien era su padre o lo que había hecho, sabían perfectamente que fuera de los terrenos de la mansión Grindelwald se estaba librando una guerra que su padre había comenzado a perder desde hace unos años atrás. El miedo de perder había vuelto a Gellert más sádico en sus ataques y a la hora de torturar a sus prisioneros. Ariana se había visto obligada a intervenir en muchos de los ataques de su esposo para mantener las bajas al límite y después de un tiempo se había dado por vencida, no le había quedado más remedio que hacerse a un lado y solo pedirle que no llevara su "trabajo" a casa, el mago oscuro había aceptado a regañadientes y esto había hecho que terminara por pasar más tiempo en Nurmengard y menos tiempo con sus hijos.
- Ainhoa, Liam. – Los mellizos fijaron la mirada en su padre y esperaron a que continuara con lo que iba a decir. – Terminen de desayunar, hay alguien que está esperando en la sala. – Los mellizos se miraron extrañados, ellos no conocían a nadie fuera de la mansión y no se podían imaginar quien podría estar esperándolos. Ambos se apuraron en terminar lo que les quedaba de desayuno y siguieron a sus padres y hermano hasta la sala de estar en donde los esperaban dos hombres. El primero era un hombre de edad avanzada y el segundo era un joven al que los hermanos le calcularon unos diecisiete años o quizás dieciocho. – Ellos son Gervaise Ollivander y su hijo, Garrick. – El joven miraba a su padre con mucha preocupación, llevaban encerrados ahí varios días siendo prisioneros y lo único que le preocupaba a Garrick era que debido a su edad su padre no resistiera el cautiverio. Ambos sabían quién era Gellert Grindelwald y lo que hacía con todos aquellos que se negaban a obedecerlo, por eso él y su padre lo habían obedecido sin cuestionar desde un inicio.
- Ya, ¿qué hago yo con ellos, padre? – Ainhoa miró con sorpresa a Liam y luego a su padre esperando una respuesta de su parte, ella también quería saber qué era lo que hacían esas dos personas ahí. La existencia de los hermanos Grindelwald era un secreto para el mundo mágico, así lo habían decidido sus progenitores desde el nacimiento de su primer hijo. La casa estaba protegida por el encantamiento Fidelio, cuyo guardián del secreto era Ariana ya que el mundo mágico la creía muerta y en caso de que la encontraran moriría antes de revelar la ubicación de su casa e hijos.
- El señor Gervaise fue quien hizo mi primera varita, la que me dio papá en cuanto cumplí los once años. – Ayran le sonrió de forma tranquilizadora al más viejo de los invitados, el hombre se limitó a mirar el suelo y asentir. – Supongo que papá los trajo para lo mismo.
-Exactamente. – Gellert tomó asiento en uno de los muebles que había frente a sus invitados y su esposa lo siguió. – Pero en esta ocasión lo hará su hijo, tengo entendido que será quien tome las riendas del negocio ahora. – Sonrió de lado causando un pequeño escalofrío en el menor de los Ollivander. – Gervaise me dijo que estaba muy viejo y se sentía muy cansado como para hacer varitas, supongo que su único hijo es quien tomará las riendas del negocio. Confío en que podrán hacer las varitas adecuadas para mis hijos, ¿verdad Garrick? – El joven asiente con un poco de temor. – Probemos que tan bueno eres. Tu padre hizo una varita especial para mi hijo mayor. Quiero que me digas de qué está hecha. – Ayran desfundó su varita y la extendió hacia Garrick, quien la tomó después de obtener la aprobación de su padre.
-Madera de Aliso, treinta y dos centímetros. – Ejerció fuerza en la varita comprobando su dureza. – Inflexible. – Acercó la varita a su oído, donde él calculaba que estaba el núcleo y cerró los ojos. – Núcleo de fragmento de colmillo de acromántula. – Estiró la mano dándole a Ayran su varita de vuelta. – Una varita poderosa. Adecuada para hechizos no verbales, fiel e inquebrantable. Su núcleo es poco común, solo obedece a los magos que considera su superior.
-Muy bien Garrick. – Gellert aplaudió sin entusiasmo con una media sonrisa en los labios. – Fascinante. – El joven Ollivander regresó al lado de su padre y esperó a que el mago oscuro continuara hablando. – Bueno quiero ver las varitas que tienen preparadas para mis dos hijos menores. Espero sean tan únicas como la de Ayran. – Gervaise sacó de su bolsillo una pequeña caja negra de terciopelo que hizo crecer con magia. Sacó cerca de diez cajitas doradas y las colocó en la mesa, hizo una seña a su hijo para que tomara la primera. – Liam acércate. – El joven mago probó cerca de seis varitas antes de que una respondiera positivamente a él.
- Madera de Álamo Temblón, treinta centímetros, flexible. – Pidió un momento la varita y repitió la acción de colocarla cerca de su oído. – Núcleo de pelo de Veela. – Liam observaba su varita con entusiasmo, en su mano se sentía ligera y como una extensión de sus dedos. – Un futuro duelista, decidido y con ansías de adrenalina. Una varita peculiar debido a su núcleo. Temperamental y de carácter fuerte, solo te servirá y será fiel a ti aún después de la muerte.
No fue tan fácil escoger una varita para Ainhoa. Ollivander tuvo que sacar otras diez cajitas y luego otras diez. Cada varita funcionaba peor que la otra, algunas se hicieron añicos en manos de la bruja, otras simplemente eran indiferentes. Algunas varitas hicieron explotar cosas y otras tantas revolearon cosas haciendo que los presentes tuvieran que agachar la cabeza.
- Tengo una última. – Las palabras salían atropelladas de la boca del fabricante de varitas, sabía que la paciencia de Gellert se estaba colmando y temía que, si no hallaban pronto una varita para la menor de sus hijos, terminara con su vida y la de su hijo. – Es casi imposible, pero podemos intentarlo. – Buscó en el fondo de la caja negra y extrajo una cajita de color azul noche, la abrió con mucho cuidado y extendió la mano hacía la ojiverde que miraba la varita con algo de duda.
-Cógela Ainhoa. – La alentó su padre, la niña asintió y apenas tocó la varita, ésta emitió una nube color rojo de la punta. – Garrick, instrúyenos. – Gellert tenía curiosidad, ninguno de sus hijos anteriores había tenido tanta dificultad para obtener su varita y quería saber qué hacía especial la de su hija.
- Es una varita muy poderosa. – Garrick miraba un poco fuera de sí a la niña dueña de dicha varita. – Madera de Tejo, treinta y cinco centímetros. Inflexible. – Ni si quiera quiso tocar la varita, sabía a la perfección cuál era su núcleo. Era la única varita que su padre había hecho con ese núcleo. – Núcleo de pelo de Rougarou. Solo se conoce de dos varitas que comparten el núcleo con esta. Una de ellas pertenece a Violetta Beauvais y la otra a...
- Seraphina Picquery. – Garrick asintió en señal de afirmación. Gellert soltó una carcajada de diversión y luego observó con curiosidad a su hija. Ainhoa tenía el ceño fruncido y miraba con detenimiento su varita, en cuanto la había tocado sintió como si tuviera algo que hacer, pero no recordara qué era exactamente; a pesar de tenerla solo unos minutos en sus manos, sentía como si siempre le hubiera pertenecido. Buscó en los ojos de Garrick una respuesta.
- Lo sentiste. – No era una pregunta sino una afirmación. – El tejo es una madera rara e inusual, se dice que las varitas de tejo dotan a su portador el poder de la vida y la muerte, un solo hechizo o maldición puede ser letal si es hecho con esta varita. Eso sumado al núcleo que posee te hace un rival casi invencible. Podrías hacerle frente a la varita de sauco y tener una posibilidad de ganar. Una pequeña posibilidad. Si dicha varita existiese, claro– Las palabras del fabricante hicieron eco en la mente de Gellert, cabía la mínima posibilidad de que la profecía fuera verdad y su caída estuviera sellada por su propia sangre.
Si hace unos años le hubieran preguntado a Ariana si se arrepentía de ser la esposa de Gellert Grindelwald, ella hubiera contestado que no sin si quiera pensarlo; pero después de lo que se había enterado, su respuesta era diferente. Antes de ser mujer, era madre y estaba dispuesta hacer lo que fuera por resguardar la vida de sus hijos, aún si eso significaba la caída de su esposo.
Ariana había sacado a Ayran de Durmstrang y a los mellizos de Beauxbatons, no les había dado tiempo de cambiarse así que los tres jóvenes caminaban con sus uniformes, en silencio, detrás de su madre. Ariana nunca pensó que recurriría a él, pero no sabía qué hacer. Si de algo estaba completamente segura la menor de los Dumbledore es que su hermano, era quizás el único capaz de detener a Gellert. Toca la puerta con delicadeza y espera que la persona que está al otro lado la invite a pasar.
-Adelante. – La voz de Albus Dumbledore se escucha al otro lado. La mujer toma aire con nerviosismo y gira la perilla. - ¿Ariana?
- Hola, hermanito. – Intenta sonreír, pero solo logra que una mueca extraña aparezca en su rostro. Albus no fija la vista en ella, sus ojos están fijos en tres jóvenes que se encuentran de pie detrás de su madre, esperando que ella les diga que hacer. - Necesito tu ayuda. - Él asiente no muy convencido y hasta la mira con algo de resentimiento en los ojos, cosa que no pasa desapercibido por los hijos de ella. Ainhoa decide indagar en el librero que hay en una de las paredes del despacho de su tío, decide ignorar todo el drama innecesario y comienza a leer cada título que hay en el estante del hombre mientras sus hermanos se han quedado de pie detrás de la silla de su madre.
- ¿Son tus hijos? – La joven bruja toma uno de los libros y lo hojea sin mucho interés. No es nada que no hubiera aprendido ya de su padre o de la academia. Se pregunta nuevamente porque su madre había hecho que estudiaran en una escuela si podrían haber recibido educación en casa. Suspira y mueve la cabeza despejando sus ideas. Se detiene en una de las páginas cuando escucha la pregunta de su tío, supone que su madre a respondido porque él se dispone a continuar. – Me da miedo preguntar si el padre es...- Deja la frase en el aire haciendo que la joven bruja se cuestionara el rencor que había detrás de aquellas palabras, pero sobre todo la envidia.
-Si tu pregunta es si somos hijos de Gellert, es sí. – La respuesta de la adolescente hace que todos fijen la mirada en ella. Sus hermanos llevan la mano a masajear el puente de su nariz, ella no tenía cura. La chica hacía lo que quería y eso en cierta forma casi siempre perjudicaba a los varones, ya que asumían los castigos de su padre para protegerla. Ella era su hermanita y nunca permitirían que alguien la lastimara, aunque la pequeña bruja había demostrado siempre que no necesitaba que la defendieran. – Es un buen libro, pero necesitas actualizar un poco tu biblioteca. Es algo básica, Albus. – Vuelve a dejar el libro en su lugar y toma asiento al lado de su madre.
- Ariana, ¿tú sabes lo que esto significa? – La castaña asiente sin mucho ánimo y espera lo que dirá su hermano mayor. – Ariana, Gellert nunca fue de fiar. Cuando te fuiste de casa...
- Por favor, Albus, no seas hipócrita. – Era la primera vez que los jóvenes Grindelwald escuchaban a su madre hablar con tanta frialdad, ni si quiera en sus discusiones con su padre era así. – Si él te hubiera escogido a ti no me hubieras echado de casa, no le hubieras dicho a Aberforth y al mundo que estaba muerta. - El hombre ni si quiera se molesta en negar nada de lo que su hermana menor dice, solo se limita a escucharla. – No quieras darme un sermón sobre esto. No es mi culpa que él me amara a mí.
- ¿A qué has venido, Ariana? – Sus palabras son algo borde, los jóvenes brujos intentan contenerse para no atacarlo en ese momento por la forma en que le había hablado a su madre. – No creo que estés aquí para hablar de eso.
- Hay una profecía...- Ainhoa ve la duda en sus ojos, sigue sin hallar la lógica en que su madre recurra a su hermano por ayuda. No les había querido decir aquello que la atormentaba y simplemente les había pedido discreción ante su padre respecto a aquella visita. – Necesito que uses la legeremancia. – Albus suspira y hace lo que su hermana le pide, al final le debe eso al menos después de haberle hecho lo que le hizo solo porque Gellert la amaba. Ninguno de los hijos de Ariana se atrevió a siquiera aprovechar la vulnerabilidad de su madre para entrar en su mente.
- No puedo ayudarte, Ariana. – Su rostro no expresa ninguna emoción, al igual que sus palabras; pero en sus ojos podía percibirse la curiosidad, curiosidad por Ainhoa, algo que no pasó desapercibido por la ojiverde.
- Albus, yo no puedo detenerlo... Yo no puedo. – Sollozó Ariana, Liam colocó su mano en el hombro izquierdo de ella y Ayran, en su hombro derecho.
- Sabes que mi situación es complicada, Ariana. – Coloca sus manos en la mesa y entrelaza sus dedos. – El pacto que tengo con Gellert no le permite a ninguno atacar o matar directamente al otro, no puedo intervenir en esto. – Sus palabras hacían eco en Ariana. Él no quitaba la vista de Ainhoa, la pequeña no desviaba la mirada de los ojos de su tío. La molestia en su cabeza le avisaba que dicho hombre intentaba entrar en su mente. Sonrió de lado, su padre les había enseñado desde muy jóvenes cómo proteger su mente y entrar en la mente de otros.
- ¿No puedes o no quieres, tío Albus? – Ayran presiona con algo de fuerza el hombro de su hermana, ganándose una mirada asesina de esta.
- No puedo. – Respondió sin inmutarse por la pregunta de la adolescente. Podía ser muy hija de Gellert, pero para Albus Dumbledore ella seguía siendo una niña. – Tampoco quiero. – Se rinde al no poder entrar a la mente de ninguno de los niños, impresionado por tal manejo de una magia muy avanzada para jóvenes de su edad.
- ¡Él no puede tenerla! – Ariana rompe con la guerra de miradas entre su hermano y la menor de sus hijos. – A diferencia de ti Albus. – Se levanta de su asiento seguida de su hija. – Yo puedo amar a Gellert, pero si tengo que detenerlo lo haré. Él nunca la tendrá... Aunque tenga que morir en el intento. – Albus ni si quiera se digna a mirarla, retoma la actividad en la que estaba cuando ella lo interrumpió. - ¿Dónde quedó tu frase hermanito? ¿Todo por el bien mayor? - Niega con la cabeza y sonríe. – Eres igual que él. Por tu bien y para tu bien. – La menor de los Dumbledore abandona el despacho de su hermano mayor junto con sus hijos, dejando detrás de ella a un confundido Albus. Un Albus en el cual comenzaban a formarse planes en caso de que las cosas se salieran de control. Si la profecía era verdad, en un punto no podría seguir posponiendo aquel enfrentamiento.
Albus aparece a las afueras del castillo con la menor de los hijos de su hermana, la joven era la viva imagen de Gellert a su edad, un sentimiento extraño lo embargó y no pudo evitar depositar un casto beso en su frente.
- ¡Albus! – Ayran se acercó corriendo hasta donde estaba su tío con su hermana. – Ella... Ella no... - Ni si quiera podía terminar la frase, el solo imaginar que su hermana podría estar muerta le causaba náuseas. Para su tranquilidad, Dumbledore negó con la cabeza adivinando los pensamientos de su sobrino.
- Sólo se desmayó debido a los crucio que le lanzó tu padre. – Ayran se la quitó de las manos y acunó el cuerpo de su hermana lo más cerca de él que podía. – Entremos al castillo, ahí podremos hablar. – El joven mago siguió a su tío a través de los pasillos del castillo hasta que se detuvieron en una habitación en el tercer piso. – Puedes acomodarla en la cama, igual no creo que vayamos a dormir mucho esta noche.
- ¿Dónde están mamá y Liam? – Se quedó sentado al lado de su hermana observándola dormir, físicamente no parecía estar lastimada salvo por unos cuántos rasguños en sus mejillas y el color rojizo de sus muñecas y tobillos.
- Ariana se quedó peleando con tu padre. – El joven mago lo observó con algo de molestia y preocupación. – Desconozco sobre qué pueden y qué no pueden hacer respecto a su pacto, pero ella me aseguró que no podría matarla y viceversa. Estamos en la misma posición. – Ayran cuestionaba las ideas de su madre en ese momento, ella creía firmemente que Dumbledore podría ayudarlos y que era muy poderoso; sin embargo, solo veía a un hombre contrariado por sus emociones incapaz de intervenir aun sabiendo todo lo que podría pasar.
- Papá la ama, no sería capaz de matarla aún sin un pacto. Me preocupa Liam, si papá se entera de que él le aviso a mamá y a ti lo que planeaba hacerle a Ainhoa, lo torturará.
- No te equivoques Ayran, tu padre ama a tu hermana más de lo que quizás los ame a ustedes; pero, no ha vacilado ni por un segundo en torturarla y mucho menos iba a dudar en hacer lo que estaba planeando para ella.
- Lo sé, Albus. – El mayor de los herederos Grindelwald suspira con cansancio, sabe a ciencia cierta que ni su madre, ni sus hermanos, ni el mismísimo Dumbledore era capaz de matar a su padre. Las opciones eran pocas y lo único que importaba ahora era poner a salvo a su hermana lejos de su padre. - ¿Cuáles son nuestras opciones?
- ¿Opciones? – Albus suelta una carcajada que hace que Ayran lo mire con enojo por burlarse de él. – Querido sobrino, no hay opciones. Solo hay una salida para que ella tenga una oportunidad y sus poderes no sean un peligro.
- ¿Cuál es? – Él haría lo que fuera por su hermana, su madre y hermano habían sacrificado todo por sacarla de la casa de su padre, él se aseguraría de ponerla a salvo antes de intentar ir por ellos.
- Borrar todo rastro de sus orígenes y ponerla a dormir unos años... Tú la despertarás cuando consideres que tu padre no es un peligro.
- ¿Dormir? – Todo en el plan de Dumbledore le parecía una broma de mal gusto, una idea carente de sentido. – No conozco un solo hechizo que pueda hacer eso, quizás logres dormirla, pero envejecerá eventualmente.
- Tienes razón, no hay un solo hechizo que haga eso, pero la alquimia es muy interesante. Te sorprendería todo lo que se puede hacer con ella. – Un joven de ojos azules y rubio se acerca hasta Ayran con paso firme, detrás de él una joven mujer con un color de ojos impresionantes, siendo esta su característica más resaltante y llamativa. – Nicolas y Perenelle Flamel. – Ambos sonríen con gracia, el rubio le da la mano en forma de saludo a un sonriente Dumbledore y la mujer se acerca hasta donde están él y su hermana.
- Ella estará bien. – La voz de Perenelle calma los nervios de Ayran quien se levanta de la cama dándole espacio a los esposos para que inspeccionaran a Ainhoa. – Si gustas tú puedes guardar sus recuerdos, los necesitará luego. – La mujer sonríe con dulzura y le da espacio al joven mago para que pueda ejecutar el hechizo. Ayran no puede evitar sentirse culpable por quitarle su identidad a su hermana, pero es lo mejor para todos. Deposita un beso en su mejilla y sale de la habitación, no quiere saber dónde ni cómo esconderán a su hermana por seguridad.
Esa iba a ser la última vez que Ayran viera a su hermana o eso creía él. La verdad es que Albus Dumbledore y Nicolas Flamel no le dijeron toda la verdad esa noche. No le dijeron que el conjuro que usarían era similar a una reencarnación, tampoco le dijeron que era ella y por qué era tan importante protegerla. Albus Dumbledore sabía que intentar desafiar al destino tenía consecuencias, pero confiaba en que lo que hacía era por un bien mayor.
Esa noche Ainhoa Grindelwald Dumbledore desapareció sin dejar rastro de ella, dándole a Albus Dumbledore una importante ventaja sobre su viejo amigo Gellert Grindelwald.