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—¿Pelea a ciegas? —repetí incrédula.
Hades ni siquiera me miró mientras recogía unas esposas y una venda negra para los ojos. —Me escuchaste la primera vez, Rojo —se levantó a su máxima altura, ingresando al ring una vez más—. Para el primer desafío, pelearás a ciegas —reiteró con una calma exasperante, como si no hubiera dicho la cosa más extraña que se conoce. Tanto por nivelar las condiciones.
Sentí una migraña venir. —No puedo creerte —murmuré.
Él levantó una ceja, sin entender. —¿Qué es exactamente lo que no puedes creer de mí?
Le apunté con un dedo acusatorio, mi voz tornándose ácida. —Te llaman la Mano de la Muerte, y me quitas la vista en un intento de hacerme perder —después de lo que había sucedido con Jules apenas ayer, no podía lidiar con más sospechas. La paranoia me estaba consumiendo viva. Era una sorpresa no haber acabado teniendo pesadillas.