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Kapitel 2: Determinación

El silencio de la mañana se rompió de repente con un pitido agudo que sobresaltó a Link, sacándolo de sus pensamientos más oscuros. Era la tableta de Prunia, vibrando en su mano, señal de un mensaje urgente en el grupo. Con una sonrisa, agradeció la interrupción de esos pensamientos ominosos, sintiendo alegría al saber de sus amigos, y rápidamente abrió el panel de mensajería.

—¡Buenos días! —saludó Yunobo con la energía y simpatía propias de los goron. Estaba especialmente orgulloso desde que fue nombrado Sabio del Fuego. — ¿Listos? Estoy de camino a Fuerte Vigía con un buen arsenal de rocodillos recién hechos en el Asador.

Riju respondió con una risa, como siempre divertida por el apetito insaciable del joven Goron.

—¡Ja, ja, ja! ¡Yo también estoy lista para partir! —rió Riju. La joven matriarca gerudo y sabia del Trueno, estaba de muy buen humor esta mañana —. Estoy ultimando algunos detalles con Adine. Es a ella a quien he delegado mis funciones mientras esté fuera de la Ciudadela.

Link sonrió; Adine era indiscutiblemente perfecta para el rol. No solo era la mano derecha de Riju y sabía exactamente qué hacer, sino que había servido fielmente a la madre de la joven matriarca antes de ella. Con Adine al mando, la Ciudadela estaba en buenas manos.

Un mensaje de audio interrumpió el silencio. Era Tureli, el hijo del recién nombrado patriarca Orni y Sabio del Viento.

Link no pudo reprimir un nudo en el estómago mientras escuchaba su mensaje. "Apenas un adolescente, y ya lleva la carga de haber sido nombrado sabio del viento".

—¡Liiink! Ya estoy en camino —se oyó su juvenil voz, llena del entusiasmo propio de la edad—. ¡Voy volando hacia Fuerte Vigía! ¡Vamos a darle una buena paliza a ese Rey Demonio!

Sidon, el rey Zora y sabio del Agua, también escribió al grupo:

—Perdonad la demora. Yona y yo estamos terminando de asearnos y empaquetar nuestras cosas. Nos pondremos en marcha enseguida, después de unas últimas palabras con mi padre y Muzu, quienes se ocuparán del Dominio en nuestra ausencia.

Mineru, la sabia del espíritu, escribió dando los buenos días compartiendo palabras de ánimo a sus compañeros. A pesar de que no estaría presente con ellos en Fuerte Vigía, sabía de la importancia de sumarse al saludo matutino.

Link sonrió y escribió una respuesta:

—Gracias a todos. Os agradezco de corazón vuestro apoyo. Cuando todo esto termine, haremos un gran festín con rocodillos, salmón en salsa, lubinas vivaces y, por supuesto, litros de Shiok y Shiak.

—¡Chupi sí! —añadió Prunia—. Tened cuidado todos en el viaje. Aseguraos de tener bien configuradas las coordenadas para el teletransporte. Ayer os envié un correo con todos los detalles. También a ti, Tureli, ya que a pesar de tu decisión de venir volando nunca se sabe si vas a encontrarte con algún problema en tu vuelo.

Casi al unísono, todos confirmaron que tenían las coordenadas bajo control. Prunia, suspirando, murmuró para sí misma:

—Espero que ninguno se acabe teletransportado en medio de un río de lava…

Terminado el intercambio de mensajes, Link suspiró. Desde el balcón de su casa en Arkadia, contempló el vasto horizonte. Cerró los ojos y respiró hondo, dejando que el aire salado del mar lo llenara de calma. Necesitaba esa paz antes de enfrentarse a la prueba más grande de su vida.

Regresó a su dormitorio, donde las armas y escudos que había recolectado a lo largo de sus viajes descansaban, no sin cierto caos, sobre su cama. Observó su colección con orgullo. La mayoría de esas piezas le habían costado sangre, sudor y lágrimas, pero ahora todas estarían, junto a la Espada Maestra, al servicio de su última batalla.

En primer lugar, revisó y seleccionó de entre sus escudos —uno de Centaleón plateado, el escudo hyliano y varios escudos reales —mientras lo hacía no pudo evitar que su mente se llenara de recuerdos. Uno de ellos exhibía una morsa del desierto de peluche, regalo de Riju, pegada en el centro. Cuando lo vió, recordó, divertido, su último viaje a la ciudadela Gerudo. La risa de la joven matriarca y amiga, cuando descubrió su ocurrencia, resonó en su mente: "¡Link, siempre has tenido un sentido del humor peculiar!"

Luego, admiró sus armas. Algunas habían sido ganadas en el subsuelo, entre acertijos y peligros. Eran su más apreciado trofeo, armas de héroes antiguos que alguna vez habían liberado Hyrule de la oscuridad del Rey Demonio. Sabía que serían perfectas, pues las armas de la superficie, corroídas por la malicia, no resistirían tanto como esas reliquias.

Eligió las mejores, las más poderosas, y luego se vistió con su atuendo favorito: la capucha y los pantalones hylianos combinados con la nueva túnica del elegido, la que Zelda había escondido en el castillo de Hyrule. Echó en su mochila el atuendo de las tinieblas, por si necesitaba protección adicional contra la malicia del subsuelo, y el atuendo aerodinámico, aunque no estaba seguro de por qué, algo le decía que le sería útil.

Guardó el resto de los atuendos bajo llave, consciente de las inclinaciones del ladrón Nambod por las reliquias. Su mirada se detuvo en su brazo. A pesar de haber recogido los 152 orbes de luz, una malicia oscura persistía en su interior, negándose a desaparecer. "¿Por qué no puedo deshacerme de esto?", se preguntó, sintiendo la inquietud crecer. "¿Siempre habrá una parte de mí marcada por la oscuridad?" Esa sombra amenazaba con consumirlo, recordándole que la lucha no solo era contra el Rey Demonio, sino también contra los ecos de su propio pasado.

Pero ahora tenía otra misión que cumplir. Con la mochila repleta de atuendos, armas, escudos y raciones de comida vivaz, Link dio un último vistazo al cuadro que colgaba en la pared: un selfie sobre el dragón blanco. Un nudo de nostalgia se formó en su pecho. "¿volvería a ver a Zelda de nuevo?", se preguntó, mientras la desesperanza comenzaba a afianzarse en su corazón. "¿Podría volver a abrazarla?" Ojalá estuviera aquí, junto a él, para compartir el peso de la batalla que se avecinaba. Sabía que Prunia e Impa estaban trabajando incansablemente en ello, revisando memorias y consultando antiguos libros, buscando alguna forma de traerla de vuelta. Sin embargo, la incertidumbre sobre su éxito lo atormentaba.

La ausencia de Zelda se sentía como un vacío insoportable, uno que sus esfuerzos no podían llenar. La idea de que su compañera, su luz en la oscuridad, no pudiera ser testigo de este momento crucial lo llenaba de desolación. Esa falta, como una sombra persistente, lo empujaba a luchar con aún más determinación, pero también lo dejaba anhelando su presencia, deseando que estuviera a su lado en esta hora decisiva.

El tiempo se agotaba. Link se dirigió a la puerta, pero antes de cruzarla, se detuvo. Los últimos meses habían sido un torbellino de aventuras, desafíos y victorias. Ahora, una nueva batalla se cernía sobre él, y debía afrontarla con todo lo que tenía. Respiró profundo una vez más y salió, encaminándose al punto de teletransporte más cercano. La batalla final estaba a punto de comenzar.

Al cruzar la puerta, dirigió nuevamente su mirada hacia al cielo, teñido de un rojizo enfermizo que no desaparecía, mientras los rayos del sol luchaban por abrirse paso entre las nubes. La atmósfera era extraña, opresiva. "Esto no es un simple amanecer," pensó. Cada paso que daba hacia Fuerte Vigía lo acercaba a su destino final, sabiendo que este enfrentamiento decidiría el futuro de Hyrule.

Con una última mirada a su hogar, Link cerró la puerta tras de sí.

En el abismo, en el agujero más oscuro y profundo, el Rey Demonio esperaba con impaciencia, sentado en su trono de sombras. La oscuridad a su alrededor parecía absorberlo todo, mientras su mirada llameante brillaba con una ira contenida que solo crecía con cada instante que pasaba. Estaba cerca, sentía su llegada, la de Link y los sabios, pero no le preocupaba. No aún.

Las sombras del abismo se agitaban, como si estuvieran vivas, llenas de criaturas monstruosas que se arrastraban por sus rincones oscuros. A lo lejos, se podían escuchar susurros guturales y risas demenciales. Los Poes, espíritus errantes atrapados en esta dimensión maldita, gritaban con desesperación, condenados a vagar por toda la eternidad, prisioneros de la oscuridad infinita que los rodeaba. Sus voces eran como ecos apagados, un constante recordatorio del poder que el Rey Demonio ejercía sobre este lugar.

El Rey Demonio soltó una risa profunda, llena de satisfacción macabra. Cada fibra de su ser celebraba la victoria que ya consideraba asegurada, mientras se regocijaba al imaginar las torturas que les aguardaban. Su risa resonó en el abismo, haciendo que incluso las criaturas más temibles se encogieran, aplastadas por el peso de su poder.

—¿De verdad se cree que puede vencerme? ¿Que su valentía es suficiente? No sabe a quién se enfrenta. Soy el Poder en sí mismo. Caerá antes de tan siquiera llegar al abismo. 

Cerró los ojos con desdén, como si el simple pensamiento de la llegada de los héroes fuera una molestia, un juego que pronto se disiparía en su infinita oscuridad. El Rey Demonio estaba por encima de todo, sobre la esperanza y la lucha, sobre cualquier intento de resistencia. Él ya lo había ganado todo, incluso antes de que comenzara la batalla.

Sin embargo, mientras su mente se perdía en estos pensamientos, una figura apareció en la penumbra. Vistiendo un traje ajustado rojo, que reflejaba de manera siniestra la poca luz que llegaba hasta el fondo del abismo, la figura se arrodilló ante el trono oscuro del Rey Demonio. Una máscara blanca cubría su rostro, implacable y fría, sin revelar la más mínima emoción. Sus pendientes, en forma de plátanos, tintinearon a cada movimiento que hacía. La figura permaneció en silencio, esperando que su presencia fuera reconocida.

El Rey Demonio abrió los ojos, esbozando una sonrisa malévola al percibir la presencia frente a él. Sabía quién estaba allí: su leal sirviente, su ejecutor, siempre dispuesto a cumplir con su voluntad.

—¿Estás listo para lo que se avecina? —preguntó el Rey Demonio, su voz grave y cargada de promesas oscuras.

La figura permaneció en silencio durante unos segundos antes de responder, su tono helado y sin rastro de temor:

—Lo estaré, su Magnificencia.

—Por cierto... —el Rey Demonio entrecerró los ojos y se incorporó ligeramente, mirando con más intensidad a su sirviente—. ¿Están listos mis vasallos para arrasar con todo?

—Por supuesto, su Magnificencia —respondió la figura sin titubear—. Mis esbirros los están invocando ahora mismo. En breve, Hyrule se desbordará ante la andanada de maldad que estamos desatando.

—Excelente... excelente... —murmuró el Rey Demonio, recostándose de nuevo en su trono con una satisfacción palpable—. A ver cómo ese héroe de pacotilla soporta la presión mientras sus amigos mueren uno tras otro...

Una nueva ola de tensión recorrió el abismo. El aire mismo parecía cargarse con la inminente catástrofe. El Rey Demonio sabía que el enfrentamiento estaba cerca, que todo lo que había planeado, toda la oscuridad que había sembrado, pronto alcanzaría su culminación. En su corazón, palpitaba una certeza absoluta de victoria. Sin embargo, no podía dejar de disfrutar de la espera final, sabiendo que el destino de los valientes que se acercaban era más que predecible.


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