Obito se sentó y cruzó las piernas en una postura estándar de meditación, colocando perezosamente su mejilla sobre la mano mientras observaba las concurridas calles de la ciudad. La vida seguía su curso a su alrededor, sin detenerse por sus dilemas. Necesitaba empezar por algún lado, pero la pregunta seguía rondando su mente: ¿Qué debería hacer primero?
Conseguir armas, en proceso. Enviar un clon para proteger a la princesa, listo. Salvarle la vida a la princesa, en proceso. Recopilar información sobre este mundo, en proceso. Aprender a leer, en proceso.
Había conseguido un par de libros de la biblioteca de ese noble; no se sintió ni un poco mal por haberlos tomado prestados sin permiso. Sin embargo, decidió que no robaría dinero; esa era una barrera que aún no estaba dispuesto a cruzar, principalmente porque sentía que Rin lo estaba observando.
Detrás de él, un clon estaba sumergido en la lectura, con el Sharingan activado para absorber cada detalle. El uso del Sharingan le permitía incrementar el volumen de información que el clon podía recopilar, lo que aceleraba su aprendizaje. Otro de sus clones estalló repentinamente en una nube de humo, y Obito cerró los ojos por un momento mientras el torrente de información y chakra fluía hacia su mente. Al procesarlo, su expresión volvió a ser la de siempre, con esa mirada aburrida.
Habían pasado un par de días desde su encuentro con Fouquet, y todavía no había ido a la academia para recibir las lecciones acordadas. Sin embargo, poco a poco empezaba a darse cuenta de que estaba estancado; había un límite en la velocidad a la que podía aprender un idioma sin la ayuda de alguien que pudiera responder a sus preguntas y corregir sus errores.
El progreso que había logrado por su cuenta comenzaba a disminuir.
6: tomar clases con su alumna y Fouquet. En proceso.
Por ahora, había establecido la capital de este país, Tristain, como su base temporal. La ciudad era lo suficientemente grande como para que pudiera moverse sin llamar demasiado la atención, y en ella podía encontrar casi cualquier cosa que necesitara. Decidió enviar a algunos clones a buscar bandidos en los caminos principales, lo que le permitía obtener el dinero necesario para comprar suministros básicos sin tener que recurrir al robo o a trabajos más comprometidos.
Comer no era una necesidad urgente, así que en realidad el mayor problema ya estaba resuelto.
Mientras contemplaba el paisaje delante de él, el clon que estaba leyendo detrás de el, explotó en otra nube de humo, y Obito frunció el ceño mientras asimilaba la información transferida. El conocimiento se mezclaba con un leve agotamiento mental que acompañaba el flujo de recuerdos y datos recién adquiridos.
Había determinado que la cantidad máxima de información que podía recibir de un clon era de aproximadamente una hora. Si superaba ese límite, su cerebro se sentía como si una roca lo aplastara y los recuerdos se volvían fragmentados e inconexos. Para evitarlo, había diseñado un sistema bastante simple: cada hora creaba dos clones nuevos. El encargado de recopilar información sobre Tristain podía mantenerse activo por más tiempo, mientras que los clones asignados a la lectura se disolvía después de una hora para evitar la sobrecarga mental y obtener información mas clara y concisa.
Por otro lado, el clon que había enviado para proteger a la princesa se quedaría con ella durante todo el día, vigilándola de cerca. Al caer la noche, se disiparía en una nube de humo, y Obito enviaría otro clon para reemplazarlo y mantener la vigilancia constante.
Su límite de clones al mismo tiempo era de cuatro, lo cual representaba un desafío constante. Tenía que mantener una meditación continua para concentrarse en recuperar su chakra y evitar las consecuencias de un gasto excesivo.
Notó vagamente que uno de sus clones aún no se había dispersado, a pesar de que el tiempo asignado ya había pasado. Se encogió de hombros con indiferencia; probablemente el clon estaba ocupado con algo, pero no le preocupaba. Al fin y al cabo, era él mismo en otra forma, y sabía que su clon decidiría cuándo dispersarse para transmitirle la información.
Con un suspiro, Obito miró aburrido el libro frente a él, volviendo a enfocarse en los intrincados símbolos escritos en sus páginas. Se obligó a concentrarse, aunque sabía que su interés era superficial en el mejor de los casos. Aún así, aprender a leer resultaba indispensable, y no tenía otra opción que seguir intentándolo.
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El clon de Obito se movía a una velocidad que fácilmente dejaría atrás al caballo más rápido de cualquier noble. Aunque el terreno era mayormente abierto, sin muchos árboles por los cuales saltar, se desplazaba con agilidad, aunque un poco más lento de lo habitual. Aun así, iba lo suficientemente rápido como para pasar desapercibido para cualquier observador casual. Probablemente le tomaría unas horas llegar a las colinas que se veían a lo lejos, donde comenzaban a surgir manchas verdes de bosques en el horizonte. Una parte de él esperaba que esos árboles fueran lo suficientemente grandes como para permitirle moverse entre sus ramas con más facilidad.
No tenía un plan específico; el original simplemente lo había enviado a explorar y marcar algunos lugares que pudieran resultar importantes. Mientras avanzaba, sus ojos captaron algo inusual en la distancia: un edificio peculiar que destacaba en medio del paisaje.
Había cinco torres elevándose por encima de una muralla de piedra que rodeaba el castillo. Cada una de esas torres se erguía imponente, y en el centro del complejo se alzaba un edificio que superaba en tamaño a las demás, con una estructura más robusta y de apariencia señorial. Obito observó el lugar con su típica expresión de aburrimiento en los ojos, aunque su Sharingan captó con facilidad las figuras que se movían por la fortaleza, incluso a esa distancia. Parecían ser personas, aunque sus movimientos eran demasiado organizados para ser meros aldeanos.
"¿Una especie de mini ciudad?" pensó. "¿O quizás una fortaleza secundaria?"
Entonces se dio cuenta, esta era la "Academia de magia".
Se encogió de hombros con un aire desinteresado. No había nada en su misión actual que le obligara a investigar más a fondo, así que simplemente dejó marcado el sitio para conocer a Fouquet mas tarde, en realidad debió de haberle preguntado donde estaba la academia en la que trabaja, un error bastante tonto de su parte.
El clon decidió que en unas dos horas más enviaría sus recuerdos al original. Por ahora, tenía que seguir avanzando y cubrir la mayor cantidad de terreno posible antes de que cayera la noche.
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Siesta estaba teniendo el peor día de su vida.
Siendo la mayor de siete hermanos, siempre se consideró la más madura, lo que le hacía sentir una obligación de ayudar y contribuir a la economía de su familia. Podían sobrevivir con los vegetales que cosechaban, y lo habían hecho durante mucho tiempo.
Pero con el aumento de los impuestos, su familia estaba atravesando un momento difícil. Su padre estaba envejeciendo y su madre también, ambos trabajaban incansablemente para mantener a la familia. Siesta había aprendido a tratar con los nobles, especialmente con el que estaba estacionado en su pueblo. De hecho, fue él quien le consiguió el trabajo que le permitiría ayudar mucho más a su familia.
Hoy era el gran día, mas específicamente fue tres dos días.
Hubo lágrimas, sonrisas y buenos deseos en su despedida. La esperaban en la academia de magia, un lugar donde se reunían nobles de diferentes países para aprender el arte mágico. Siesta mentiría si dijera que estaba emocionada por el trabajo. Si los impuestos no hubieran aumentado, habría preferido seguir viviendo con sus padres, encontrar a un chico amable y de buen corazón con quien formar una familia.
Pero necesitaba el trabajo, sin importar cuán temibles fueran los nobles.
Quién diría que su aventura terminaría antes de siquiera llegar a la academia.
Sus manos estaban atadas con cuerdas gruesas, y sentía un dolor punzante en la piel. Sus piernas estaban en la misma condición. Frente a ella, un grupo de hombres revisaba su pequeño equipaje.
Extrañamente, aún no había llorado. La situación era demasiado inusual, demasiado inesperada. No estaba segura de cómo reaccionar.
Sus ojos picaban, pero las lágrimas no terminaban de salir. Tal vez los guardias la encontrarían y la salvarían. Tal vez un mago de buen corazón pasaría por ahí y la ayudaría. Tal vez los bandidos simplemente la dejarían ir cuando se dieran cuenta de que no tenía nada valioso consigo.
Sin embargo, cuando sintió que el hombre se acercaba , el miedo la golpeó como un martillo y comenzó a llorar.
Cerró los ojos con fuerza.
Tenía que ser una pesadilla.
Probablemente despertaría y entonces podría volver a trabajar en el campo.
—Por favor... —sollozó, retorciéndose mientras trataba de zafarse. Por un breve momento, abrió los ojos y la realidad la golpeó aún más fuerte.
La cacofonía de risas y palabras era insoportable. Siesta solo quería que todo terminara. Sentía náuseas, su estómago se retorcía y su garganta le dolía. Una mano áspera y sucia cubría su boca, el hedor era nauseabundo, y podía sentir la mugre incrustada en la piel.
Cuando logró enfocar la vista, no se concentró en el hombre que estaba sobre ella, sino en una sombra que se movía detrás. Apenas podía distinguir la figura humana en medio de la confusión.
De repente, algo golpeó la cabeza del hombre que la sujetaba. Se escuchó un sonido húmedo, como el de un tomate aplastándose contra el suelo, seguido de un crujido que hizo que un escalofrío recorriera su cuerpo.
Sintió que las manos que la apresaban se aflojaban y la soltaron en un instante. Cerró los ojos durante un momento, temerosa de lo que podría encontrar al abrirlos.
Cuando finalmente volvió a mirar, una figura pasó rápidamente frente a ella. No logró distinguir muchos detalles, excepto el largo cabello negro que se balanceaba mientras se movía. La primera impresión que tuvo fue que era alguien igual que ella, un plebeyo.
La figura se desvaneció de su vista, o tal vez se movió tan rápido que sus ojos no pudieron seguirla. Escuchó una serie de golpes secos, el sonido de cuerpos siendo arrojados al suelo, y nubes de polvo se alzaron alrededor. Una ligera ráfaga de viento golpeó su rostro.
Un momento después, los cuerpos de los bandidos yacían esparcidos por el suelo.
El extraño, el hombre que había derribado a todos esos bandidos, se quedó en medio de ellos y luego giró para mirarla.
Sus ojos eran negros, increíblemente negros, como dos agujeros de oscuridad. Tenía la boca dibujada en una línea delgada, pero lo que más llamó su atención fueron las cicatrices que atravesaban la mitad de su rostro. Eran horribles, tan marcadas que Siesta no pudo evitar jadear y retroceder cuando él comenzó a caminar en su dirección.
Con un movimiento de la mano, la cuerda que la mantenía atada se cortó, liberándola. Ella lo miró, aún temblorosa, antes de dar un paso hacia atrás.
Él la observó con sus profundos ojos negros por un momento y luego se dio la vuelta. Sin decir palabra, arrastró el cuerpo de uno de los bandidos hacia una parte alejada del claro. Se movía con una agilidad asombrosa mientras revisaba los cuerpos y sus pertenencias. Metía todo lo que encontraba útil en un trozo de tela grande, que luego colgó sobre su espalda.
Sin mirarla otra vez, se adentró en el bosque, llevándose a los bandidos consigo.
Siesta lo vio marcharse. El tiempo parecía detenerse, avanzando increíblemente lento. No se movió de donde estaba, acurrucada en el suelo, intentando borrar su presencia del mundo.
Sentía su rostro húmedo, y sus muñecas y tobillos aún estaban lastimados, un dolor agudo y constante.
No se movió cuando el sol comenzó a meterse y las sombras se empezaron a extender por todos lados. Ella sabía que tenía que irse de ese lugar, pero sus piernas se sentían increíblemente pesadas.
Se sentía cansada.
Sus ojos comenzaron a cerrarse lentamente, y esperaba que cuando los volviera a abrir todo hubiera sido solo un mal sueño.
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Obito tiró el cuerpo del bandido a un lado; un enorme moretón se extendía por todo el cuello del bandido, su cuello claramente roto. Lo había matado.
Fue la primera vez que mató en este lugar, en este nuevo mundo.
Menos de dos semanas, un nuevo récord.
Pensó Obito con sarcasmo, hasta ahora había evitado matar a los bandidos que encontraba, porque no sentía que fuera su lugar para juzgarlos, así que solo los enviaba con los guardias de la capital, luego de dejarlos inconscientes.
Pero ahora era diferente.
Simplemente no pudo controlar su fuerza en ese momento.
Mientras más vives...
Obito frunció el ceño y apretó sus puños con fuerza.
Odiaba las palabras de Madara.
Odiaba que él tuviera razón.
Finalmente realizó unos cuantos sellos manuales antes de incendiar el cuerpo del hombre. De todas maneras, ya estaba muerto; probablemente no le importaría a nadie si no volvía a aparecer.
Los otros, bueno, no estaban muertos, pero probablemente preferirían estarlo cuando despertaran. Esta vez no había sido indulgente y mesurado en su aplicación de la fuerza: un brazo roto, un par de costillas y una pierna, además de otras fracturas que no se molestó en comprobar. A menos que usaran pociones para curarlos, lo más probable es que todos ellos acabaran lisiados de por vida.
No le importaba especialmente.
Obito envió todo lo que obtuvo de los bandidos a su dimensión, y luego pensó en la chica.
No era su problema.
Se dio cuenta, se dio la vuelta; probablemente debería seguir avanzando, pero se detuvo en seco y sus pensamientos volvieron a ella. Recordó la expresión en su cara cuando lo vio.
Se movió rápidamente, corriendo hacia el lugar donde la había dejado. Cuando llegó, lo que encontró no se lo esperaba: a pesar de que se estaba haciendo de noche, la chica no se había movido ni un centímetro; en realidad, estaba acurrucada en el suelo.
Obito la miró un momento.
Extendió su mano en el aire, y una capa de color oscuro se materializó en ella. Se acercó a la chica y, con cuidado, la colocó sobre ella.
Ella no se despierta a pesar del movimiento. Luego de mirarla por un momento, Obito la observa y revisa sus muñecas, frunce el ceño por un momento.
—Ah, supongo que debo informar al original —dijo. El clon dudó por un momento, mirando a la chica durmiendo pacíficamente en el suelo. Soltó un suspiro y comenzó a buscar un poco de madera, la reunió cerca de donde estaba la chica y luego la encendió.
Asegurándose de colocar algunas rocas alrededor.
Luego extendió su mano en el aire; una olla de hierro se materializa y la dejó sobre el fuego. Se acercó a las cosas de los bandidos y tomó un poco de agua, la puso a hervir.
Después de un momento, miró a la chica, y finalmente estalló en una nube de humo.
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Los recuerdos llegaron como una ola a su cabeza; le tomó un par de momentos procesar todo lo que había pasado. Finalmente, los dos clones que estaban leyendo libros detrás de él cerraron los libros que estaban leyendo y los enviaron a su dimensión, luego estallaron en nubes de polvo. Obito se puso de pie.
Y caminó hacia las calles; tendría que comprar algunas cosas, se dio cuenta.
Se detuvo un momento, y luego formo un sello, creando un nuevo clon.
―Estudiar. ― Obito dijo con una expresión cansada en su rostro, el otro clon asintió con la misma expresión.
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Longueville era una mujer hermosa. Su brillante cabello verde estaba atado en una elegante cola de caballo que caía con naturalidad sobre su espalda, y sus ropas se amoldaban con gracia a su esbelta figura. Los lentes que llevaba le daban una apariencia seria, pero también sugerían una eficiencia que le permitía hacer su trabajo con relativa facilidad.
Desde que comenzó a trabajar como secretaria del director Osmond, había mantenido siempre un aire de suficiencia. No es que esa fuera su verdadera personalidad, sino más bien un papel que desempeñaba a la perfección. No tenía intención de pasar más tiempo del necesario en aquel lugar, así que evitaba relacionarse innecesariamente con los demás miembros del personal.
Su actitud reservada le servía para mantener alejados a los maestros, pero no ocurría lo mismo con el director. Cada día, comenzaba a preguntarse si realmente valía la pena seguir infiltrada para encontrar el llamado "Báculo de la Destrucción" si eso significaba soportar el acoso constante del director. Pero se contenía, aguantando, mientras planificaba cómo sería su partida definitiva. Cuando finalmente consiguiera el báculo, tenía pensado dejar una nota de despedida que dejara en claro lo que realmente pensaba de él.
—¿Ha dormido bien, señorita Longueville? —preguntó un hombre calvo, con túnica de mago, que la miraba con una expresión de preocupación.
Longueville reprimió un suspiro de cansancio.
—He tenido algunos problemas para dormir adecuadamente —admitió, pues no tenía sentido negarlo. Las ojeras bajo sus ojos y la expresión fatigada la delataban.
—Ya veo. Le recomendaría tomar un vaso de té caliente antes de dormir; es muy bueno para relajarse y conciliar el sueño —sugirió el profesor Colbert, levantando un dedo mientras explicaba.
Longueville le dedicó una sonrisa forzada y asintió.
—Muchas gracias por el consejo, profesor Colbert.
Notó que las mejillas del profesor se sonrojaban ligeramente, y ella volvió a forzar una sonrisa antes de retomar su trabajo.
La pluma se movía con agilidad sobre el papel, deteniéndose de vez en cuando para mojar la punta en el frasco de tinta negra a su lado. El trabajo administrativo era fácil para ella, y no le preocupaba demasiado el éxito de su misión; estaba segura de que lograría robar el báculo, la única cuestión era cuándo.
Sin embargo, últimamente había estado teniendo problemas para dormir. Durante el último año, su descanso había sido profundo y sin interrupciones, pero en los últimos días apenas lograba pegar el ojo.
El motivo de su insomnio no era otro que cierto hombre misterioso enmascarado, más conocido como Tobi. Probablemente, ese ni siquiera era su verdadero nombre. Desde su último encuentro, cuando él le había pedido(obligado) que le enseñara a leer y escribir, no había vuelto a verlo.
Tobi no había mostrado su ridícula máscara desde aquel día, y aunque intentaba convencerse de que se estaba preocupando por nada, no podía ignorar el hecho de que él había sido la primera persona en mucho tiempo que había logrado acorralarla.
Lo más desconcertante de todo era que, incluso cuando la había acorralado, le había devuelto su varita sin preocuparse, solo porque no le gustaban los nobles. Y aún más extraño fue cuando mencionó las dos condiciones; Longueville esperaba que él reclamara una parte de sus ganancias, pero en su lugar, Tobi le pidió que usara una parte para ayudar a otras personas.
Había conocido a muchas clases de humanos, pero Tobi se ganaba el primer puesto como la persona más extraña que había encontrado en su vida.
Faltaban dos horas para que terminara su jornada de trabajo. Luego tendría que ir a su habitación, y en el fondo no estaba segura de qué le preocupaba más: que Tobi apareciera... o que no lo hiciera.
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Cuando Longueville entró a su habitación, movió su varita con un gesto perezoso. Las lámparas que colgaban del techo se encendieron, iluminando el espacio con una cálida luz dorada. Casi soltó un grito cuando vio la figura sentada en su cama.
—Hola —dijo Tobi, con tono despreocupado. Estaba sentado con las piernas cruzadas, usando su ridícula máscara anaranjada, pero esta vez su capucha estaba baja, dejando al descubierto su cabello negro, largo y salvaje.
Longueville tardó un momento en reaccionar. Dejó escapar un suspiro exasperado, tratando de mantener la calma.
—Supongo que has venido por el trato que hicimos.
—Sip —respondió Tobi, saltando ágilmente de la cama. Colocó las manos en su cintura y comenzó a caminar por la habitación con curiosidad infantil—. Así que aquí es donde vive la maestra.
Se detuvo para revisar algunas de las cosas de Longueville sin ningún reparo por su privacidad. Comenzó a abrir cajones y a observar los pequeños objetos personales que encontraba. Longueville se llevó una mano a la cara, sintiendo que la paciencia se le agotaba.
—Si ahora... —empezó a decir, pero luego lo miró con extrañeza—. ¿Cómo me llamaste?
—¿Maestra? —repitió Tobi, inclinando la cabeza. Sus mechones de cabello se movieron al ritmo de sus gestos.
—Sí... es un poco extraño.
—Pero eres mi maestra, ¿no? de que otra forma le llamaría jeje —insistió Tobi con total naturalidad. Se acercó a un montón de ropa que ella había dejado tirada y levantó una prenda blanca, sosteniéndola con una barrita, cuando Longueville miro su mano se dio cuenta que su barita había desaparecido.—. ¿Qué es esto?
Longueville parpadeó, mirando la prenda en cuestión. Sin perder tiempo, le arrebató la ropa con un rápido movimiento de la mano, también tomo su barrita.
—No sabía que eras un pervertido tan descarado —gruñó, lanzando la prenda dentro de un armario de madera y cerrándolo de golpe.
Tobi se encogió de hombros.
—Entonces, cuando empezamos maestra.
Longueville lo miró con una mezcla de irritación y cansancio, cruzando los brazos sobre su pecho.
—Siéntate aquí —ordenó Longueville, señalando una silla frente al escritorio.
—¡Sí! —exclamó Tobi con entusiasmo, dando un salto hacia la silla y dejándose caer en ella. La energía con la que se movía contrastaba con la expresión agotada de Longueville.
—Voy a dictarte un texto simple. Escribe lo que puedas, como puedas, y en base a eso comenzaremos a trabajar —dijo, tomando asiento frente a él y observando sus movimientos con atención.
—Entendido —respondió Tobi, mientras se ajustaba un par de gafas que, de alguna manera, había colocado en la cima de su máscara.
Longueville entrecerró los ojos y lo miró fijamente, reconociendo las gafas al instante.
—Espera... ¿esas son mis gafas? —preguntó con incredulidad.
Tobi inclinó la cabeza hacia un lado, como si no comprendiera el problema, mientras las gafas seguían firmemente plantadas sobre la máscara. Longueville dejó escapar un suspiro de agotamiento, sintiendo que la paciencia se le agotaba más rápido de lo que esperaba. Definitivamente, hoy tampoco sería una buena noche para descansar.
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Cuando Siesta abrió sus ojos, lo primero que sintió fue la tela que estaba sobre ella. Al mover su cuello y mirar mejor, pudo ver que era de color negro y bastante suave. Movió sus dedos para tantear suavemente el material.
"Suave..." murmuró. Luego levantó sus ojos y verificó el resto del lugar, mientras los recuerdos de lo que había pasado volvían a su cabeza.
Logró ver un ligero fuego que crepitaba frente a ella, pero lo que más notó era que ya era de día; el sol se estaba alzando en el horizonte. Estaba acostumbrada a este cielo, ya que normalmente debía levantarse temprano para comenzar con el trabajo.
Al girar sus ojos, vio una figura sentada con los brazos cruzados, mirando desinteresadamente el fuego. Cuando ella se movió, él giró su cuerpo para mirarla. Sus ojos increíblemente negros la observaban.
Ninguno dijo nada por un momento. Luego, el chico, que a juzgar por su altura y la mitad de su rostro que no estaba cubierta por cicatrices, debía tener su edad, sonrió. Fue una sonrisa forzada que no llegaba a sus ojos.
Esperaba que él hablara; en cambio, desvió la mirada y, con un palo de madera, removió las brasas que tenía frente a él. En ese momento dejó de sonreír, pero mantenía un aire de tranquilidad a su alrededor.
—Hice un poco de... ¿té? —Obito no estaba seguro de cómo llamarlo, ya que simplemente había ido por la calle y conseguido unas hierbas que, al parecer, se usaban para preparar bebidas calientes. Además, las había mezclado con algunas pociones para curar heridas.
La chica no dijo nada, y Obito no se molestó en mirarla. Simplemente tomó un vaso de madera y lo llenó con el té que había preparado. Luego extendió su mano hacia ella.
Sus movimientos fueron lentos, y notó que sus manos temblaban, pero no de frío, pues la mañana era bastante cálida. La chica se tomó un minuto entero antes de acercar sus manos cuidadosamente a las de Obito y tomar el vaso.
Obito sonrió ligeramente.
—Ibas de viaje —dijo con un tono casual, aunque en realidad no estaba seguro de cómo sonaba, ya que intentaba ser lo menos frío y amenazante posible. En pocas palabras, todo lo contrario a Madara Uchiha o los Uchiha en general.
Era mas fácil actuar cuando usaba una mascara, se dio cuenta.
La chica tembló ligeramente ante sus palabras, pero Obito no mostró ningún reconocimiento de ello en su rostro.
—S-sí —dijo ella, mientras acercaba la bebida a sus labios. Se detuvo por un momento, reconociendo la hierba ahora que su mente estaba más calmada; era una que usaban en su pueblo cuando el invierno llegaba y los días eran más fríos. Una sonrisa se extendió por su rostro.
Obito asintió ligeramente y luego miró hacia el cielo. Realmente apestaba para conversar con alguien, especialmente con alguien que había pasado por algo traumático recientemente.
—¿Te dirigías a la capital? —preguntó Obito con un tono suave, esperando pacientemente la respuesta de la chica.
Ella lo miró por un momento antes de negar ligeramente con la cabeza.
—N-no, yo iba a la academia de magia —dudó un momento antes de continuar—. Se supone que llegaría a trabajar como sirvienta...
Obito asintió distraídamente y hizo un cálculo mental: probablemente estaban a tres horas a caballo de ese lugar. Los bandidos tenían un par de caballos. Luego hizo una mueca al notar que los ojos de la chica no dejaba de observar su rostro.
Entendía que la gente se fijara en sus cicatrices, en realidad no creía que hubiera nada más interesante en su cara, pero aún le resultaba molesto cuando lo hacían de manera tan obvia. Obito tosió un poco para desviar la atención de la chica.
—¿Aún quieres ir a la academia? —dijo con cuidado, mirando de reojo a la chica.
Ella se tomó un momento para considerar las palabras del chico. Sus manos aún temblaban, pero ya no le dolían tanto como antes. Obviamente sentía sus ojos irritados y no estaba segura de cómo sentirse, como si hubiera estado llorando por horas, y en realidad ese podría haber sido el caso. Moviendo sus manos, dejó el vaso de madera en el suelo y lentamente se quitó la capa oscura que la cubría.
—Yo... —controló su respiración—. No puedo volver. Esto solo fue un pequeño accidente, —se dijo a sí misma—. Tengo que seguir con el trabajo.
—Yo seguiré con mi camino...
Obito asintió distraídamente y luego dijo:
—¿Quieres algo de comer?
Mientras hablaba, extendió un pedazo de pan y un poco de carne seca, junto con algunos frutos secos que consiguió en la capital. La chica miró lo que le ofrecía y dudó por un momento antes de tomarlos.
—Muchas gracias —dijo suavemente.
"bueno. . . . esto es incomodo" Obito pensó mientras miraba el fuego acabar de consumirse.
Obito observó cómo la chica comía en silencio. Parecía hambrienta, aunque intentaba no mostrarse desesperada al masticar. Él apartó la vista y volvió a pensar en esta situación.
—¿Cómo te llamas? —preguntó la chica luego de un momento. Obito parpadeó un par de veces antes de decir con un tono tranquilo:
—Obito —dijo.
No esperaba que ella dijera nada más, pero finalmente ella encontró las palabras y dijo:
—Yo me llamo Siesta... —ella dijo suavemente. Obito se asintió—. Es un poco tarde... pero muchas gracias por salvarme.
Obito hizo una mueca; una extraña sensación apretó su pecho.
—Solo estaba de paso; no tienes nada que agradecer —su tono fue tranquilo.
Ella tardó unos segundos en responder. Obito se giró para mirarla; ella lo estaba mirando con una expresión bastante extraña, luego negó suavemente con su cabeza.
—No, yo estoy verdaderamente agradecida por tu ayuda. Incluso si estabas de paso, podrías haberme ignorado y seguir con tu camino... eres muy amable —dijo finalmente, en voz baja.
La mandíbula de Obito se tensó ligeramente mientras desviaba la mirada hacia otro lado, evitando ver la suavidad en los ojos de la chica.
No dijo nada.
— hay un caballo, y podemos poner tus cosas ahí. si vamos a un buen ritmo llegaremos en unas cuantas horas.—comento casualmente. la chica lo miro un momento, antes de sonreír.
Obito Uchiha, tenia un corazon débil después de todo.