—Me voy —dije por centésima vez, con los brazos cruzados frente a mí mientras miraba fijamente a Travis.
—No, no lo haces —respondió, imitando mi postura, con una ceja levantada en desafío.
—Sí, me voy —respondí de inmediato, harta de esta conversación mucho antes de llegar a este punto.
Iba a tener que aprender que, aunque amaba su posesividad y sobreprotección, había un momento y un lugar.
Y este no era.
—Problema —suspiró Travis, relajando su postura y frotándose la frente como si intentara deshacerse de un dolor de cabeza—. No puedo dejarte.
Cerrando mis ojos, tomé un profundo respiro. El resto de los chicos sabían quién era yo, Caleb, más que los otros, pero nunca me trataban como si fuera frágil. Solo encogían de hombros cuando me iba por mi cuenta, y Caleb se aseguraba de que aún estuviera alimentada y cuidada cuando yo no me cuidaba a mí misma.