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Lyla
No sabía por qué había dicho eso, pero el repentino impulso de herir su frágil ego surgió de la nada y ahora no podía resistirme al impulso.
—No es asunto mío, Lyla... mientras él te enseñe a protegerte, ustedes dos pueden hacer lo que quieran, no me importa.
—¿Por qué hablas así, como si estuvieras enojado? —pregunté—. Cuando estabas ocupado disculpándote por tu mujer, yo respondí como una persona normal. ¿Por qué el nombre de Nathan te provoca esa reacción?
—No sé de qué estás hablando, Lyla —suspiró y se apartó de mí.
Estábamos parados en el corredor en un incómodo silencio antes de que él lo rompiera de nuevo con un suspiro.
—Tienes razón, estoy celoso de ti y de Nathan y el hecho de que parece estar manejando estos ataques feroces mejor que yo... todos los Ancianos del Consejo de la Luna Blanca no paran de hablar sobre su liderazgo. Es tan molesto.
—Él te enseñará si quieres aprender...