Si es una bendición, no es un desastre. Si es un desastre, es inevitable.
Este dicho familiar cruzó por la mente de Liu Suzhi al mismo tiempo que se cruzó con una vista que nunca pensó que vería de nuevo en los jardines imperiales.
—Ah Xi.
Liu Suzhi se detuvo en seco. Había pensado en seguir caminando como si no hubiera notado al otro, pero ese apodo, el cual acechaba sus sueños cada noche, le pesaba en los pies como si estuvieran atados a una pesada piedra.
Después de todo lo que había pasado, solo estar frente a él se sentía como ahogarse para Liu Suzhi, su pecho apretado con un dolor tan sofocante que no deseaba otra cosa que el respiro en la oscuridad interminable que seguía de cerca.
Pero esta era la capital del Gran Ye. Este era el palacio interior de la ciudad imperial. Liu Suzhi desde hace mucho estaba acostumbrado a mantener sus emociones bajo llave.
Incluso si el dolor era un cambio refrescante a la insensibilidad que lo había abarcado por tantos años.