Árgas se encogió de hombros y procedió a tocar la puerta.
—¡Ya voy! —Se escuchó una respuesta desde dentro y, un momento después, la puerta se abrió, revelando a una anciana cuyos ojos se iluminaron tan pronto como vio a Árgas—. ¡Eres tú! Llegaste temprano este mes. Pensé que no estarías aquí hasta dentro de unos días. —Luego posó su mirada en Theodore—. ¿Quién puede ser este pequeño caballero? —preguntó con un tono amable.
Árgas soltó una carcajada y palmoteó la espalda de Theodore un poco demasiado fuerte hasta el punto de que casi vomita sus entrañas. El adolescente lo miró fulminante, pero al final, tuvo que tragarse su enojo al recordar las palabras anteriores de Árgas—. Este es mi alumno, Theodore. A partir de ahora, él me acompañará por aquí. ¿No te importa, verdad?
—Por supuesto que no —La anciana sonrió jovialmente—. Cuanto más, mejor. La casa ha estado un poco silenciosa así que es mejor tener más gente.