—¿La Salamandra... se miniaturizó después de ver a Jade?
—¡Eh! —volvió a llamar mientras yo estaba congelado de asombro.
Parpadeé, mirando al lagarto que, hay que admitirlo, se veía más adorable. Tenía una llama blanquecina saliendo de su brillante cabeza anaranjada, pareciendo pelos. Y los antes ojos carmesíes ahora se estaban tornando azules, ardiendo como la llama más caliente.
—¡Un nombre! —insistió nuevamente, sacándome de mi trance.
—¿No tienes nombre?
—No —dijo la Salamandra, y aunque no podía verlo, parecía que estaba haciendo pucheros—. Un nombre es dado por otros. ¿Quién me daría un nombre si nadie jamás vino aquí?
Oh, mira, estaba enfurruñándose otra vez. Me contuve de reír, sin embargo, porque su preocupación era seria. Un nombre... sí, un nombre era algo importante porque daba parte de tu identidad.
Aunque, en mi caso, podría resultar irónico.
De todos modos... un nombre, ¿eh?
—¡Apúrate!