Mateo Blackwood se sentaba en su celda subterránea de detención con las piernas y las manos cruzadas hasta el amanecer. Su espalda era tan rígida como la madera mientras miraba al frente sin pestañear.
No se inmutó ni una vez, su mente estaba centrada en un único plan: venganza.
Una vez fue un hombre de cabeza fría, pero ya no. Nadie perdería a su familia por el plan de otro y continuaría estando cuerdo.
—Vamos a matarlos a todos. A cada uno de ellos —su lobo no paraba de repetir en su mente—. Me quitaron a mi compañera. No voy a dejar piedra sin mover para atraparlos.
—Puedo entender cuánto dolor sientes, pero tendremos que descubrir la verdad antes de actuar según este plan —intentó razonar con su lobo, pero este no quería escuchar nada.
Había estado en silencio desde el momento en que lo separaron de su compañera, cortando toda comunicación con Mateo.