—¿Están en casa? —Rosa tragó saliva, nerviosa por la voz que asumía pertenecía a alguna de sus tías o abuela. Se giró buscando a Zayne. Mientras Zayne estuviera cerca, la atención siempre iría hacia él y ella podría evitarla.
—Anna querida, has crecido un poco desde la última vez que te vi. Debes detenerte o te volverás ridículamente alta cuando uses zapatos con tacones. Ven aquí a abrazarme.
Rosa soltó la mano de Anna, esperando pacientemente su turno. Sus tías salieron una por una y fueron directas a Anna y luego la miraron a ella.
—Andrea, la mayor de las dos hermanas, fue la primera en reconocer a Rosa. —Sin duda alguna, eres hija de Madeline. Con solo mirarte, veo a tu madre. Debes haber estado tan asustada sola. Todos te hemos echado de menos.
Rosa solo pudo sonreír mientras su tía se acercaba a ella con los ojos llorosos. Su cuerpo todavía luchaba por compartir lágrimas como todos los demás en momentos así.
—No puedes quedártela solo para ti —dijo Karen, la hermana menor.