—¿No es ese peine demasiado bonito para ti, Zayne? ¿Por qué no se lo das a ella en lugar de fingir que lo compras para ti mismo? —preguntó Finn, compadeciéndose de Zayne. Tenía que ser una tortura no poder mimar a la mujer que te gusta, especialmente cuando podías permitírtelo.
Zayne entregó el dinero al dueño del puesto y recogió el peine que Rosa quería. —Tienes buenos dientes —dijo, mirando hacia abajo a Finn.
—Gracias. Espera —Finn se cubrió la boca.
A diferencia de muchos en el ejército cuyos dientes eran demasiado amarillos o podridos para el gusto de Finn, él cuidaba sus dientes lo mejor que podía. Finn necesitaba que sus dientes se mantuvieran como estaban ahora ya que una sonrisa encantadora era una de las formas de llegar al corazón de una dama.
Finn se alejó de Zayne para proteger sus preciados dientes. Si Zayne le llegara a golpear uno, Finn nunca volvería a abrir la boca.