Lejos del campamento del soldado, Silvia se sentaba en el burdel mirando el papel en sus manos. No podía creer lo que tenía ahora ya que pensó que nunca volvería a ver esto después de que el extraño de anoche se lo llevara.
Tenía que agradecer a un cliente que una vez la deseó lo suficiente como para mostrarle su nombre, el cual había olvidado cómo se veía después de años de no escribirlo o verlo.
Silvia era una de las pocas sirvientas que quedaban en el burdel. Había jóvenes recién compradas que no sabían a dónde huir. Ya se habían acostumbrado a que este fuera su nuevo hogar y no conocían los peligros que había dentro del burdel como para pensar en huir como los demás.
Silvia no tenía a dónde ir. Era bien conocida como una mujer del burdel así que en el segundo que saliera de ahí, habría hombres buscando tomarla. Hombres que esperarían que se acostara con ellos gratis.