Pensé en volver ese mismo lunes a clases, pero tendría que esperar. Las heridas que tenía y el cansancio acumulado, no me dejaron moverme de la casa del abuelo un buen tiempo. Me sentía solo, me sentía observado, me sentía paranoico. Cada minuto que pasaba lo necesitaba ocupar, si no, mi mente volvía a vacilar. La mayor parte del tiempo se la dediqué al entrenamiento, a arreglar la moto y a hacer las compras.
Tal como le gustaba a mi padre. El día viernes en la mañana me levanté a las 5:59 A.M. Intentando evitar pensar en el frio que entraba con la neblina y bajo la cortina gris oscura que dejaba el cielo nublado, me lancé a la piscina. Mi cuerpo al caer en el agua, fue llenado de pensamientos, que se liberaron. Solo quedaba la sensación del agua, fluyendo por cada sector de mi piel. Estaba helada, congelada. Me acomodé en la orilla. Para visualizarlo todo. La vida era tan efímera que en algún momento olvidaría este recuerdo. El hielo del agua, me libraba del sentimentalismo, me dejaba con las cosas como eran, sin juzgarlas o analizarlas. Al salir, la sensación térmica se volvió baja. Sin embargo, no me preocupé.
Observé mi nuevo celular para revisar la hora. Ya eran las 6:10 P.M. El día se me pasó volando. Tenía dos llamadas perdidas y varios mensajes. Revisé el chat correspondiente a Niel.
—"Oye. Responde."
—"Dime." —respondí.
—"¿Estas ocupado ahora?"
—"Creo que no."
—"Bien, entonces. Ven de inmediato."
—"Pero es un poco temprano para irnos a la fiesta."
—"No es para eso"
—"¿Entonces?"
—"Solo apresúrate. Te envió la dirección de donde estoy."
—"Está bien."
—"¡Apúrate!"
Dejé el celular. Me vestí con algo para no destacar mucho en la fiesta. Jeans negros, una polera blanca completa y una chaqueta de pluma roja con negro, en la cual me asegure traer la navaja. Me incorporé las llaves del Wrangler, la navaja y mi celular. Sentía que algo faltaba, supongo es lo normal antes de salir. Me aseguré de dejar el candado puesto y traerme las llaves conmigo.
Revisé una y otra vez la dirección que me mandó. Era el mall principal. No lo veía así que lo llamé.
—"Aló."
—"¿Dónde estás?"
—"Dentro."
—"Ya estoy afuera."
—"Estaciónate y ven, estaré frente el cine."
—"Pero alm…"
No me dejó terminar, antes cortó la llamada.
Un poco molesto por su actitud, le hice caso. Llegué al lugar de encuentro. Frente una mini plaza que hacía de centro en varias tiendas grandes, entre ellas el Cine. Por un momento pensé que íbamos a ver una película.
—Absalon —me llamó de otro lado de unos asientos. Se levantó—. ¿Cómo estás?
—Bien, pero un poco confundido.
—Es que, si te decía lo que vamos a hacer, no hubieras venido—. Comenzó a caminar y me agarró del hombro.
Me hizo alejarlo, apenas me rozó la herida. Algunas zonas seguían demasiado sensibles. No le dio importancia.
Por otro lado, es cierto. Solo vine por la curiosidad. Creí que podía ser algo peligroso, pero al verlo tan calmado esa idea desapareció.
—Puede ser verdad —lo seguí.
—Claro que lo es.
—Ahora que ya estoy acá, podrías decirme.
—Bien. Hablé con Lie. Me dijo que fuéramos a comprar ropa y que te invitara, pero al parecer el no vendrá, porque tenía un compromiso del que se había olvidado.
—Típico de él.
—Así que me planteó que fuéramos nosotros y que necesitaba que no te vistieras como abuelita.
—Sabe que no.
—Esas fueron sus palabras.
—Le voy a mostrar.
—Entonces, para eso estoy acá. Tienes buen estilo, pero hoy viniste un poco apagado.
—Esa era la idea.
—En la fiesta, hay que destacar. La ropa dice más de lo que crees.
—No sé qué tan real sea eso.
—Lo digo en serio, he ido a tantas fiestas con Lie y los dos llegamos a la conclusión de que el cómo vas vestido es lo que más importa en la fiesta, tanto como para ti, al generarte confianza y para cómo te muestras ante los demás.
—Mm… No lo sé.
—Si no me crees, te lo voy a probar. Déjame cambiarte un poco y veras que te sientes diferente.
—Bueno, como diga el jefe —no pude evitar sentirme animado por su actitud.
—Lo primero que haremos será cambiarte esa ropa de asaltante.
—No lo parece.
—Lo sé, pero tenemos la costumbre de decirlo.
—¿Con Lie?
—Sí. Es que lo han asaltado tres veces con ese tipo de chaqueta.
—Jajaja —me imaginé su cara y sus insultos saliendo.
—Yo reaccioné igual.
—Eso es porque es muy descuidado.
—Te creo —se tomó un tiempo para decidir—. Entremos acá.
Entramos a una tienda de ropa. La ropa era mixta y se mesclaba en todos lados. Él se fue por un lado y yo por otro.
Revisé todo tipo de ropa, todo era muy repetitivo y común, nada extraordinario. Le dije mi preocupación a Niel.
—De que hablas, solo tienes que saber buscar. Mira.
Se dirigió a otro cumulo de ropa en una esquina. Sacó una prenda que apenas se veía, pero que resaltaba sobre las otras.
—Al parecer es la última.
Era estilo universitario, con las mangas blancas que contrastaban con lo demás, un color negro. Abajo, en las mangas y en el cuello traían un cambio intercalado de ambos colores. Tenía estampados LA en un lado y una H con un tigre al otro. Era ancha y sin gorra, pero era increíblemente llamativa. No dude en llevármela. Apenas la pagué, salimos.
—¿Qué te dije? Bien, ahora, la polera da igual. Y los pantalones…
—Así están perfectos.
—Son un poco simples. Espérame acá cinco minutos.
Me senté y esperé. Estaba a completa disposición, no quería forcejear con nada. Al rato llegó con unos pantalones cargos negros, unas cinco tallas sobre las que uso.
—Ten, un regalo de mi parte.
—Eso es demasiado ancho. Quepo dos veces ahí.
—Para eso existe esto —sacó una correa de la bolsa.
Acepté ambas para no despreciarlo. Vi cuanto costaba.
—Te lo pagaré.
—No te preocupes, considéralo mi paga por llevarnos a la fiesta.
—En ese caso…
—Ahora, falta… —continuó pretendiendo que no existo.
—Pensé que eso era todo.
—No. Faltan dos cosas.
—¿Y cuáles son esas dos cosas?
—Ya verás —se adentró a otra tienda—. Ven.
—Oye, oye. Estás loco si crees que me voy a hacer un aro.
—Tranquilo confía en mí.
—No, gracias.
—No te vas a hacer nada, solo son sobrepuestos. Mira —se acercó a la vitrina y le preguntó a la señorita que estaba al otro lado de esta—. Hola buenas. Estamos buscando un aro a presión.
—Tengo estos.
Sacó una caja de abajo y la mostró con diferentes variedades y colores.
—Nos llevamos estos —tomó dos. Uno con una cruz negra y otro con tres pelotitas negras y al final un largo cono invertido, plateado.
—¿Algo más?
—¿Tiene anillos o colgantes? —preguntó sabiendo la respuesta.
—Sí. Por este lado.
Se movió por la vitrina hasta el final de la tienda. Ahí nos mostró una colección de anillos.
—Estos son lo que tenemos de hombre.
Fue a otro lado y nos dejó con los anillos.
—Compra este —me ordenó mostrándome uno de titanio negro completamente liso.
—No me gustan mucho los anillos. Siento que me incomodaran los dedos.
—Es solo para las fiestas. Si quieres después no los usas.
—Me vas a hacer comprar en todas las tiendas.
La señorita volvió. Trajo consigo una gran muestra de collares.
Algunos eran bien bonitos y agradables, mientras que… Apenas lo vi, me paralicé. Uno de los colgantes me evocó un mal sabor. Recordé el colgante que me dio el ladrón luego de dispararme. Una acidez desagradable se desenvainó. Se me retorció el estómago, pero traté de no aparentarlo.
—No me gustan los colgantes. Si quieres me llevo lo otro sin problema, pero el colgante no.
—Está bien —me observó con cuidado—. Al fin y al cabo, es tu decisión.
—¿Entonces colgantes no? —preguntó la señorita.
Igual que un niño pequeño, me di vuelta. Sin responder. Tal cual hiciera un puchero.
—No, este anillo y los aros a presión nada más —respondieron por mí.
Ocultó los colgantes en una mesa detrás de ella. Se llevó consigo el anillo y los aros para posarlos sobre una almohadilla de una caja bien elegante. Nos dio una bolsa bien vistosa y agradeció con cortesía la compra.
No terminé de comprender que compré cuando Niel ya entraba a otra.
Lo seguí y terminamos entrando a una peluquería.
—¿Qué tal bro? —saludó al peluquero y se sentó en una de las sillas.
—Tanto tiempo que no te dejabas ver —saludó a Niel como amigos de toda la vida.
—Estaba tratando un nuevo estilo. Pero no me gustó mucho.
—No se preocupe. Aquí le arreglamos como usted quiera.
—Lo sé. ¡Ah! A él también le pueden hacer un corte, por favor.
¿Quién? Era obvio. No había otra persona en esa sala. Solo el chico parado como idiota en la entrada, sin dejar salir o entrar a quien quisiera.
—¡Pase! Aquí el hermano, le hará un buen corte.
Admití el pedido y me acomodé donde me indicaron. Me envolvieron en una bata.
—¿Qué tipo de corte va a querer?
—Córtaselo como al Minu —alzó la voz Niel.
—¿Así lo desea? —me preguntó el peluquero.
—Sí, sí. Hazme caso. Te va a quedar —respondió antes que yo pudiera hacerlo.
El peluquero me observó por el reflejo. Asentí para darle el visto bueno y comenzó a cortármelo. Ni siquiera sé qué tipo de corte era, ni quien era la persona que mencionó. Así que preferí dejarlo hasta que terminara.
Me recortó casi en cero lo lados. Dejándome el pelo en forma de hongo alrededor. A la altura de las cejas. Al inicio no me gustó mucho. Pero una vez me lavaron el pelo y lo secaron dejándomelo un poco desordenado, comenzó a convencerme. Al tenerlo ondulado, el volumen que quedaba, era lo que me agradaba. Por la zona de atrás, me cortaron en punta, para que se viera agresivo, sin dejar la estética y el largo de arriba del corte.
Niel por su lado se dejó su pelo dorado al estilo en un libro abierto. Le era ideal, si bien su pelo era lizo, tenía el suficiente volumen para conservar el peinado, encontraba, se ve mejor que con el pelo hacia un lado, como era usual.
Entre al camerino de los baños para arreglarme con todo lo que compré. No me veía mal. Incluso, me gustaba. Me sentía diferente. Era una forma de ver el cambio. Lo representaba bien. Ya no quería ser el chico débil que pensaba en los otros antes que en él. Quiero evitar lo cuerdo y dejar de sobreanalizar.
Sentí algo de euforia al recordarme. Cada vez que lo hacía sentía un impulso de querer romper todo. Por suerte, esta vez estoy clamado. Di un gran suspiro y salí a buscar a Niel. No estaba. Sentí que mucha gente de alrededor me miraba con diferentes pensamientos, quizás un poco de egocentrismo lo hacía parecer así. Apenas pensé en buscar a mi compañero sonó el celular. Me estaba llamando.
—"Fui a la tienda de Sion para decirle que nos vamos."
—"Está bien, pero ¿Por qué no me dijiste?"
—"Para que mientras fueras al auto. Tenemos que hacer algo antes de volver así que puedes adelantarte."
—"¿Se van a demorar mucho?"
—"No, no, ya estamos en eso. ¿O no?"
—"¡Sí!" —se escuchó Sion desde el otro lado del teléfono.
—"Está bien. No se tarden mucho."
—"Okey. Nos vemos en un rato."
Cortó la llamada.
Esperé buen rato en el Jeep. Le comuniqué Niel donde estaba y cuál era el vehículo para que lo identificara. Al ver que no venían decidí cerrar los ojos y pensar.
Antes de poder siquiera entablar una relación entre los pensamientos aleatorios que llegaban sin aviso, un golpe en el vidrio me alarmó.
Era Niel quien daba por el otro lado de la ventana del copiloto. Sonó el seguro e ingresó. Enseguida se abrió la puerta trasera. Era Sion quien entraba por detrás de Niel. Un viento helado delató que la puerta detrás mía también se abrió. Por un momento me asusté. Alguien entró y se sentó como si nada.
—¿Cómo estás? —preguntó Sion antes de que reconociera a la otra figura.
—Bien, bien. ¿Y tú?
—Listo para la fiesta claro —me observó con cautela—. Tu sí que estas demasiado diferente.
—Ahora se cree modelo —molestó Niel.
—Se parece al chico de la serie que estábamos viendo el otro día —habló la extraña figura de mujer detrás mia.
—Lo sé. Por eso sabía que el corte le iba a venir bien.
Seguramente sintió mi inseguridad así que se presentó.
—Soy Elicia. Mucho gusto —me saludó por el espejo retrovisor. Tenía el pelo negro y los ojos de un verde tirado a gris.
—Absalon.
¿No debería haberse subido por el lado de su novio?
—Nunca había escuchado ese nombre. ¿Significa algo? —preguntó Elicia
—No estoy seguro.
—Ya veo. Aun así, no es un mal nombre.
—Tampoco el tuyo —respondí.
Niel me dio un pequeño golpecito en el estómago. Puso cara de estar enojado y luego sonrió con diferentes intenciones.
—¿Vamos?
—No crees que es muy temprano para ir a la fiesta —preguntó Sion.
—No importa. Mejor si llegamos temprano —agregó mi copiloto—. Vamos.
—A su orden comandante.
Cedí el espacio del estacionamiento vacío para el siguiente vehículo.