Marianne
—Tú... yo... tú —me tomó una eternidad salir de mi aturdimiento. ¿Acabamos de besarnos? ¡Un beso! ¡Otro beso! Resonaba en mi mente como una sirena. Sus ojos aún estaban fijos en mis labios y lo vi tragar visiblemente, su nuez de Adán se movió, eso me hizo sentir aún más avergonzada.
No importa cuán inexperta era, la mirada de sus ojos era tan clara que quería besarme de nuevo. Sus ojos ardían con deseo y pasión. Por el amor de Cristo, ¿cómo llegamos a este punto, cuando todo lo que quería era un paseo tranquilo?
Quería esconder mis labios y al mismo tiempo, no quería, nunca me había enfrentado a este absurdo dilema.
—Casio, creo que deberíamos irnos —tomó toda la cordura que me quedaba decir estas palabras, pero el hombre no respondió. Todavía estaba mirando mis labios con deseo como si estuviera hechizado, y no sabía qué más hacer.