Edric lo miró fijamente durante treinta segundos, incrédulo por lo que acababa de escuchar.
—¿De veras? —preguntó.
—Sí —asintió Valerio.
Edric soltó una risita suave, un alivio inundó su rostro.
—¿Esto significa que no voy a morir? —indagó, y Valerio le asintió en respuesta.
—Sí, y por eso espero que puedas seguirme hoy a la casa familiar. Debes estar presente.
Edric respiró hondo y pensó durante unos momentos antes de aceptar.
—No hay problema. Puedo ir —dijo.
Una media sonrisa surgió en el rostro de Valerio, y se levantó de la silla.
—Tengo algo que hacer ahora, así que enviaré a alguien para que te recoja y te lleve a la casa familiar —dijo y salió del hospital.
Subió al coche y se dirigió hacia la casa de Keisha.
Llegó allí y aparcó afuera.
Luego bajó y empujó la alta puerta de madera para abrirla.
Entró caminando, se dirigió hacia la puerta y pulsó el timbre.
Pasaron unos segundos y la manija de la puerta giró.