Irene revoloteó los ojos vigorosamente y tomó una respiración profunda.
—¿Tú... recuerdas que mañana es tu cumpleaños, verdad? —preguntó, y casi instantáneamente, una mueca apareció en el rostro de Vicente.
—No me acordaba —contestó—. Espero que no me vayas a pedir que vuelva a casa —le dijo, sospechando que esa era la razón por la que ella había venido.
Irene jugaba con sus dedos y suavemente tomó sus manos.
—Sé que no vas a estar de acuerdo, pero por favor, ven a casa. No por los demás, sino por mí —imploró sinceramente.
—Madre, no puedo —Vicente negó con la cabeza—. Sabes muy bien que no me gusta la casa. No me siento bien volviendo allí —dijo en desacuerdo.
—Vin, por favor
—Madre, por favor no me lo pidas. Sabes que nunca puedo decirte que no. Realmente no quiero ir —la interrumpió, sabiendo que no podría soportar escucharla suplicar.