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Roxana no estaba segura de cuánto tiempo lloró en los brazos de Alejandro, pero sabía que había sido suficiente como para que se hiciera de noche. Yacían en la oscuridad de su habitación. Sus llantos se habían convertido ahora en respiraciones entrecortadas. Alejandro la mecía suavemente hasta que se quedó dormida.
En sus sueños, se reencontraba con su familia. Eran felices de nuevo, jugando fuera de su pequeña casa. El delicioso olor del pan horneado de su madre la invitaba a ella y a su hermana a entrar. Su padre también dejaba lo que estuviera construyendo afuera para unirse a ellas para comer y pronto la cocina se llenaba de risas y alegría hasta que todo se destrozó.