Angélica observaba al señor Rayven subir las escaleras. Por primera vez, había visto en sus ojos un dolor distinto a la tristeza y el dolor que divisaba de vez en cuando. Por lo demás, sus ojos eran mayormente oscuros, fríos y vacíos. Como si algo dentro de él hubiera muerto.
Sabía que había llegado a un hombre peligroso. No en el sentido que pensaba la gente, sino mucho más peligroso. Siempre había sentido que él era un problema y le había picado la curiosidad, pero ahora, estando aquí con él, definitivamente no le gustaba esa parte problemática. Especialmente no después de anoche.
Después de encerrarse en alguna habitación oscura y polvorienta, se mantuvo despierta casi toda la noche. Al principio, tenía miedo, pero cuanto más pensaba e intentaba entender lo sucedido, más tranquila se sentía.