—¡Oye! ¡Te he preguntado algo! —dijo Rafael después de derribar cuatro objetivos con bastante destreza.
—No puedo hablar —dijo ella con altivez—. Déjame concentrarme. ¿Vale?
Su lengua estaba ahora fuera, tocando la esquina de su boca.
—Puedo dejarte ganar si me cuentas el gran secreto de tu vida —bromeó él, mostrando una sonrisa traviesa.
—Ja-ja. Buen intento. Piérdete —dijo ella, y luego se dio cuenta de lo cerca que se había acercado a él solo por este simple juego.
Él era sin duda un encantador pero un caballero de pies a cabeza.
Marissa tiene suerte, hombre.
—¿Qué? ¿Qué has dicho? —sus ojos se abrieron sorprendidos cuando detectó diversión en su voz.
—No me digas. ¿He dicho eso en voz alta? —se mordió el labio avergonzada.
—Sí. Lo has dicho. ¡Y gracias! —se rió él.
Se siguieron lanzando burlas el uno al otro cuando de repente Rafael gritó:
—¡Ja! ¡Te he atrapado! —finalmente había conseguido derribarla.