Increíblemente, el anciano Otto no iba mucho más lento que Kyle a pesar de la ventaja que este último tenía. Pronto llegamos, y aun antes de que el anciano Otto se detuviera, ya podía oler el fétido aroma de cuerpos en descomposición que se propagaba rápidamente por el aire.
Instintivamente, arrugué la nariz. Delante de mí, Darach se tapó la boca con disgusto. Se giró para mirarme, confirmando que yo había olido lo mismo que él.
—¿Qué es ese hedor? —dijo con voz nasal por cómo se pellizcaba la nariz cerrada.
—Wendigos —dije, cubriéndome la nariz y boca con una mano mientras la otra estaba en la espalda del anciano Otto para estabilizarme—. Y por este olor, podría no ser solo uno.
—¡Necesitamos informar a Milo! —gritó Darach.