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11.76% "El Renacer en Runaterra" / Chapter 4: CAPITULO 4

Kapitel 4: CAPITULO 4

Quetzulkan aterrizó con un impacto sordo a las entradas del pueblo, dejando a Akali detrás de él. El polvo se levantó en una nube alrededor de sus pies, disipándose lentamente mientras ambos observaban el panorama devastado. El aire estaba impregnado del olor acre del humo que aún se elevaba desde algunas de las casas quemadas. Quetzulkan, con el rostro endurecido por la ceniza, avanzó hacia el interior del pueblo. A cada paso, su mirada se tornaba más sombría, sus ojos reflejando una mezcla de enojo y una leve locura. Akali, silenciosa y con una expresión igualmente furiosa, lo seguía de cerca.

El pueblo, que antaño había sido un lugar lleno de vida y alegría, ahora yacía en ruinas. Las calles desiertas y las casas destruidas contaban la historia de una tragedia reciente. Quetzulkan no encontraba a nadie con vida, y la preocupación por la seguridad de su familia aumentaba con cada momento. Sus pensamientos eran un torbellino de recuerdos y temores mientras avanzaba por las calles desoladas. Se preguntaba cómo había sucedido todo esto y, más importante, quién era el responsable.

Al llegar a la casa que lo vio crecer, Quetzulkan se detuvo. El hogar estaba destrozado y quemado. Recordó su niñez, cómo había corrido por esas mismas calles, cómo había jugado en el jardín delantero. Sus recuerdos eran tan vívidos que por un momento casi pudo ver a su yo más joven corriendo despreocupado. Pero la realidad era un contraste cruel; la casa estaba reducida a escombros y cenizas.

Sin vacilación, Quetzulkan comenzó a levantar los restos de su antiguo hogar. Sus manos fuertes removieron vigas y piedras, buscando desesperadamente a su familia. Sus esfuerzos fueron en vano hasta que encontró a su padre. O lo que quedaba de él. El cuerpo sin vida de su padre yacía en la entrada, cubierto de lanzas, como si hubiera intentado defender su hogar hasta el último aliento. Con un suspiro pesado, Quetzulkan levantó el cuerpo de su padre y lo colocó cuidadosamente a un lado. El dolor y la furia latían en su pecho mientras continuaba.

Cuando llegó a la puerta principal de lo que había sido su casa, un fuerte olor a carne quemada lo golpeó. A pesar de estar resignado a lo peor, abrió la puerta con cautela. La escena que encontró dentro era desoladora. Su madre y su hermano menor, abrazados en un último intento de protección, eran ahora meros restos carbonizados. Una lágrima solitaria rodó por la mejilla de Quetzulkan mientras se acercaba a ellos. Con movimientos delicados, sacó sus cuerpos y los colocó junto al de su padre.

El silencio era absoluto, roto solo por el crujido ocasional de los escombros bajo sus pies. Con los puños apretados hasta sangrar, Quetzulkan se permitió un momento de dolor antes de que la determinación volviera a llenar sus venas. No podía quedarse allí, lamentándose. Aún le quedaba una pizca de esperanza: su amada. Ella vivía fuera del pueblo, no muy lejos. La discriminación había sido tal que ella prefirió no molestar a Quetzulkan y su familia, decidiendo vivir sola. Pero Quetzulkan, al afianzar su relación con ella, había optado por vivir juntos, aunque no en el mismo hogar que su familia.

El camino hacia la casa de su amada estaba lleno de obstáculos. El paisaje de destrucción continuaba incluso fuera del núcleo del pueblo. Quetzulkan avanzaba con paso firme, su mente enfocada en encontrarla con vida. Rezaba internamente, implorando a los dioses que ella hubiera huido o se hubiera escondido a tiempo. Su corazón palpitaba con fuerza mientras se acercaba a la pequeña casa que compartían.

A medida que se aproximaba, la casa de su amada apareció en el horizonte. Estaba dañada, pero no tanto como las otras construcciones del pueblo. La esperanza brilló momentáneamente en los ojos de Quetzulkan. Al llegar, encontró la puerta entreabierta, y el silencio lo recibió una vez más. Entró con cautela, llamando su nombre, su voz resonando en el interior vacío.

El interior de la casa mostraba signos de lucha. Muebles volcados, objetos rotos y marcas de quemaduras en las paredes. Quetzulkan buscó en cada rincón, su corazón latiendo frenéticamente. Finalmente, en una pequeña habitación al fondo, la encontró. Estaba moribunda, con una herida profunda en el abdomen que sangraba profusamente. Al verla, Quetzulkan sintió que una gran carga de angustia y dolor se apoderaba de él. Corrió hacia ella, arrodillándose a su lado y tomando su mano con desesperación.

Ella abrió los ojos lentamente, su respiración era entrecortada y débil. Al verlo, una débil sonrisa apareció en su rostro, pero sus ojos reflejaban el dolor y la cercanía de la muerte.

"Quetz" susurró ella, su voz apenas audible. "Sabía que vendrías."

"Estoy aquí, mi amor," respondió él, con voz temblorosa. "Voy a salvarte, no te preocupes. Voy a llevarte a un lugar seguro."

Ella negó con la cabeza suavemente, apretando su mano con la poca fuerza que le quedaba. "No hay tiempo... lo sabes. No me queda mucho."

Quetzulkan sintió que las lágrimas empezaban a brotar de sus ojos. "No, no digas eso. No puedes dejarme."

"Siempre estaré contigo," dijo ella con esfuerzo. "En tu corazón, en tus recuerdos. Pero ahora... debes ser fuerte. Por nosotros."

Quetzulkan cerró los ojos con fuerza, intentando contener el dolor que sentía. "No puedo perderte. No después de todo lo que hemos pasado."

"Mi amor," dijo ella con una voz suave y calmada. "Nuestra historia no termina aquí. Hemos tenido momentos hermosos, y esos recuerdos siempre vivirán en ti. Quiero que sigas adelante, que luches por los que han caído. Sé que puedes hacerlo."

La mano de ella se deslizó débilmente por la mejilla de Quetzulkan, limpiando una lágrima solitaria. "Te amo, Quetzulkan. Siempre te amaré."

"Y yo a ti," susurró él, con la voz quebrada. "Siempre te amaré."

Ella cerró los ojos lentamente, una paz serena cubriendo su rostro. Su respiración se volvió más lenta hasta que finalmente se detuvo. Quetzulkan permaneció arrodillado a su lado, su corazón roto en mil pedazos. La sostuvo en sus brazos, llorando en silencio mientras sentía que una parte de él se desvanecía junto con ella.

El tiempo parecía detenerse en ese momento de dolor y despedida. Quetzulkan sabía que debía ser fuerte, como ella le había pedido, pero el vacío que dejaba su partida era inmenso. Permaneció junto a ella, susurrando palabras de amor y promesas de venganza. Prometió que honraría su memoria, que encontraría a los responsables de la destrucción de su hogar y la muerte de su familia.

Finalmente, Quetzulkan se levantó. Acarició por última vez el rostro de su amada, cerrando sus ojos suavemente. La cubrió con una manta, creando un improvisado altar en su memoria. Se tomó un momento para respirar profundamente, cerrando los ojos y recordando cada instante compartido con ella.

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El dolor de la pérdida se transformó en una ira ardiente en el corazón de Quetzulkan. La rabia y el enojo lo consumían por dentro, su única misión ahora era encontrar y matar a los responsables. Sus pensamientos estaban llenos de imágenes de venganza, y su enojo aumentaba con cada segundo. No se dio cuenta de la presencia de Akali cerca de él.

Akali intentó hablar, su voz temblorosa: "Quetzulkan, debes ser fuerte y pensar con claridad. No puedes dejar que la rabia te controle..."

Pero Quetzulkan no la escuchó. Su rabia había alcanzado un punto de ebullición, y de repente, comenzó a ser rodeado por una energía dorada y oscura. El poder que emanaba de él era palpable, una fuerza antigua y terrible que despertaba de lo más profundo de su ser. Los ojos de Akali se abrieron con asombro y miedo al ver lo que estaba sucediendo.

En pocos segundos, el intenso poder fue liberado. Una luz negra se elevó a los cielos, transformándose en un pilar de energía oscura. Del centro de ese pilar surgió una bestia enorme: un dragón colosal que se erguía en sus dos extremidades traseras. Sus escamas doradas brillaban como una armadura, y una melena verde coronaba su cabeza. Los ojos del dragón eran de un verde penetrante, y sus alas emplumadas, con bordes dorados y matices azules y rojos, se desplegaron con majestuosidad.

La cola del dragón estaba adornada con detalles dorados que brillaban bajo la luz sombría. La bestia medía más de 50 metros de altura, y cada vez que agitaba sus alas, un enorme vendaval se cernía sobre la zona, arrastrando polvo y escombros. Con un rugido atronador que hizo temblar la tierra, la bestia avanzó hacia la ubicación de sus enemigos, dejando un rastro de destrucción a su paso.

Akali observó con horror y fascinación mientras el gran dragón alzaba el vuelo, sus alas creando corrientes de aire tan poderosas que los árboles cercanos se inclinaban bajo su fuerza. La determinación y el enojo de Quetzulkan se habían transformado en esta majestuosa y temible criatura, una fuerza de la naturaleza que no se detendría ante nada ni nadie.

Después de la partida de la gran bestia alada, una pequeña Akali salió de su escondite con una mirada perpleja y perdida. Se preguntaba qué había sucedido realmente. ¿Qué clase de poder había desatado Quetzulkan? ¿Y qué consecuencias traería esto para ellos y para sus enemigos? La joven ninja se sentía abrumada por la magnitud de lo que acababa de presenciar.

Akali caminó lentamente hacia el altar improvisado donde yacía la amada de Quetzulkan. Con un profundo respeto y tristeza, comenzó a levantar el cuerpo delicadamente, llevó el cuerpo donde los cuerpos de la familia de Quetzulkan estaban ya preparados para su último descanso.

Akali colocó el cuerpo junto al de su padre, madre y hermano menor, formando un círculo de unión eterna. Tomó una pala que había encontrado entre los escombros y comenzó a cavar.

A medida que cavaba, murmuraba oraciones y recitaba antiguos cánticos para guiar sus espíritus al descanso.

Cuando terminó, se arrodilló junto a la tumba recién formada, respirando profundamente. Tomó un momento para cerrar los ojos y ofrecer una última oración.

Con la ceremonia finalizada, Akali se levantó. La determinación en sus ojos era clara. Sabía que debía informar de lo sucedido a sus maestros, Shen y Yi.Principio del formulario.

El camino hacia el templo de She y Yi no era corto, pero Akali lo recorrió con rapidez y precisión. Los años de entrenamiento como ninja la habían preparado para estos momentos de urgencia. Con cada paso, repasaba en su mente cómo contaría lo ocurrido, cómo describiría la devastación y la transformación de Quetzulkan.

Finalmente, llegó al templo, un refugio de paz y sabiduría en medio del caos que la rodeaba. Subió los escalones de piedra con un corazón pesado, pero con la firme convicción de que estaba haciendo lo correcto. Al entrar, fue recibida por la tranquila atmósfera del lugar. Los pasillos resonaban con una serenidad que contrastaba con el tumulto de sus pensamientos.

"Maestro Shen, Maestro Yi," llamó, su voz firme aunque teñida de tristeza.

Ambos maestros aparecieron rápidamente, sus rostros serios al ver la expresión en el rostro de Akali. Sin necesidad de palabras, comprendieron la gravedad de la situación.

"Akali, cuéntanos todo," dijo Yi, con su voz calmada pero autoritaria.

Akali tomó una respiración profunda y comenzó a relatar los eventos. Describió la destrucción del pueblo, la trágica muerte de la familia de Quetzulkan, y finalmente, la transformación de Quetzulkan en el enorme dragón dorado y oscuro. Los maestros escucharon en silencio, sus expresiones se volvían más sombrías con cada palabra.

"Esto es más grave de lo que imaginábamos," dijo Shen, con una mirada preocupada. "El poder que Quetzulkan ha desatado es antiguo y peligroso. Debemos actuar con sabiduría."

"Akali," continuó Yi, "has hecho bien en venir a nosotros. Tu valentía y fortaleza son admirables. Ahora debemos encontrar a Quetzulkan antes de que este poder lo consuma por completo."

Los tres se prepararon para la tarea monumental que tenían por delante. El tiempo era esencial, y la búsqueda de Quetzulkan y la lucha contra los responsables de la destrucción del pueblo serían arduas.

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Quetzulkan, transformado en una bestia de ira y venganza, avanzaba con paso firme hacia donde olía a sus enemigos. Su mente estaba cegada por el odio, su corazón ardía en llamas de furia por la pérdida de su familia y su pueblo. Podía sentir el olor acre de aquellos que les habían arrebatado todo lo que amaba, y su sed de justicia no conocía límites.

Cuando llegó al lugar, vio la escena que avivó aún más su ira. Soldados noxianos, sin miedo a ser vistos, festejaban alrededor de una hoguera mientras tenían junto a ellos a mujeres vivas pero maltratadas. Reconoció a algunas como habitantes de su pueblo, y su corazón se llenó de un odio aún más profundo. Escuchó cómo los soldados se regodeaban por su "cosecha" de nuevos prisioneros vastaya, burlándose de su sufrimiento y mostrando su desprecio por la vida ajena.

Sin un segundo de vacilación, Quetzulkan se lanzó sobre ellos en un furioso ataque. La sombra del gran dragón los cubrió, y su mirada ardiente los quemó con un odio indomable. Los noxianos, presa del pánico, intentaron defenderse, pero era inútil contra la fuerza y el poder del dragón enfurecido. En su furia descontrolada, Quetzulkan causó accidentalmente la muerte de algunas de las prisioneras, y el caos se apoderó del lugar. Algunas mujeres lograron huir, pero entre los soldados no quedó ninguno con vida. Algunos estaban quemados vivos, otros destrozados por las garras y la furia de la bestia.

Pero incluso después de la masacre, Quetzulkan no encontró satisfacción. Siguió el rastro de los noxianos dispersos por Ionia, persiguiéndolos sin descanso. Cada encuentro era una tormenta de destrucción, y muchas veces, civiles inocentes se encontraban en el camino de su furia desatada, pagando un precio terrible por los crímenes de sus enemigos.

Pronto, sintió la presencia de más noxianos en el centro del Placidium, la capital de Ionia. Sin vacilar, voló hacia ese destino, determinado a hacer pagar a aquellos responsables por el sufrimiento de su pueblo. Al llegar, su ira se desató con una fuerza devastadora. Golpeó con furia una parte del edificio principal, sacando a la luz ancianos que resultaron ser noxianos infiltrados. Algunos murieron en el acto, empalados por las garras del dragón, mientras que otros perecieron víctimas del puro terror que inspiraba su presencia.

Pero antes de que Quetzulkan pudiera continuar su masacre, aparecieron las poderosas figuras de la magia de Ionia. Shen, Kennen, Maestro Yi, Karma y Yasuo, entre otros, enfrentaron al dragón con determinación y valentía. Aunque sus poderes eran impresionantes, la magnitud de la ira de Quetzulkan los desafiaba. La batalla se libraba con furia y desesperación, y el destino de Ionia pendía de un hilo mientras estas fuerzas titánicas chocaban en un enfrentamiento épico que resonaría en los anales de la historia.

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Más temprano que tarde, las poderosas figuras que aparecieron para salvar a su pueblo de la destrucción se dieron cuenta de que estaban enfrentando a una fuerza que estaba más allá de su comprensión. Por más poderosos que fueran, no podían hacer nada contra la bestia que los atacaba. Cada intento de detenerlo parecía en vano, y se enfrentaban al peligro constante de ser aniquilados por su furia desatada.

Sin embargo, algo comenzó a llamar la atención de los defensores de Ionia. Se dieron cuenta de que, mientras peleaban contra la bestia alada, esta parecía dirigir su atención hacia ciertos civiles y ancianos. Era como si la bestia estuviera seleccionando a sus presas con un propósito específico. Esta revelación provocó una creciente intriga entre los guerreros de Ionia, quienes luchaban por comprender los motivos detrás de los ataques selectivos de la bestia.

En un momento crítico de la batalla, la bestia se elevó en el aire y se retiró de la escena, dejando atrás un paisaje de destrucción y dolor. El pueblo estaba pintado de rojo, con la sangre de aquellos que habían caído a manos del dragón. Las figuras que habían luchado contra la bestia alada estaban exhaustas, pero no podían permitirse descansar. Con el peso de la tragedia sobre sus hombros, se dedicaron a atender y ayudar a la ciudad devastada, buscando consuelo y esperanza en medio de la desolación.

Con el paso del tiempo, las piezas comenzaron a encajar en el rompecabezas de la tragedia. Se descubrió que todos los civiles y ancianos asesinados por la bestia personalmente eran espías de Noxus, infiltrados en la sociedad ioniana para sembrar el caos y la discordia. Esta revelación arrojó una nueva luz sobre los ataques de la bestia, y los defensores de Ionia se vieron obligados a reconsiderar su enfoque hacia el conflicto.

Aunque la tragedia había dejado cicatrices profundas en el corazón de Ionia, también había fortalecido su determinación de resistir y defender su tierra contra las fuerzas de la opresión. Con renovado vigor y un sentido de propósito renovado, las figuras destacadas de Ionia se unieron para reconstruir lo que había sido destruido y proteger a su pueblo de futuros ataques. Juntos, enfrentarían el desafío que se les presentaba con coraje y determinación, recordando siempre el sacrificio de aquellos que habían caído y prometiendo que su memoria nunca sería olvidada.

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Cerca de las costas de Ionia, se elevaba una figura imponente y sombría: Quetzulkan, transformado en una formidable bestia alada. A lo lejos, se divisaban los navíos de guerra de Noxus, avanzando hacia la tierra de Ionia con la promesa de conquista y dominio. Sin embargo, desconocían el destino que les aguardaba, un destino marcado por la ira y la venganza de la bestia que se cernía sobre ellos.

Una tormenta comenzó a rugir sobre el mar, oscureciendo el horizonte con sus nubes negras y relámpagos. Los navíos noxianos, acostumbrados a los climas adversos, continuaron su avance con determinación, ignorando las señales de peligro que se cernían sobre ellos. Pero pronto, el temor se apoderó de las tripulaciones cuando una figura colosal se acercó a ellos desde lo alto.

Con el corazón lleno de pánico, los noxianos se prepararon para el ataque, pero sus esfuerzos fueron en vano ante la ira desatada de Quetzulkan. La bestia alada descendió sobre los navíos con una furia indomable, destrozando madera y metal con sus garras y aliento de fuego. Los navíos se convirtieron en escombros flotantes, mientras las aguas se teñían de rojo con la sangre de los caídos.

Quetzulkan no dejó sobrevivientes a su paso. Cada navío fue reducido a ruinas y cada alma noxiana que se encontraba a bordo fue enviada al abismo por el poder implacable de la bestia. Ajeno a su propio destino, un mago logró enviar una visión de lo que estaba sucediendo a su reino, advirtiendo del terrible destino que les aguardaba.

Pronto, la noticia de la devastación causada por el dragón llegaría a Noxus, llevando consigo el eco de la leyenda que se estaba forjando en esos momentos. El nombre de Quetzulkan sería recordado en los anales de la historia como el azote de aquellos que osaron desafiar el poder de Ionia. Y mientras las aguas se calmaban y la tormenta se desvanecía, el legado de la bestia alada perduraría por generaciones, recordándole al mundo entero el precio de la arrogancia y la sed de conquista.

NA: La imagen de la apariencia de Quetzulkan transformado.

Y si se lo preguntan, si el aspecto de Quetzulkan transformado es hecho por IA.


AUTORENGEDANKEN
Kn4nFH Kn4nFH

Si soy sincero, no sé el nombre del continente donde surge todo el lore de LoL, pero por si acaso, lo llamaré RUNATERRA. Eso es todo, gracias.

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