Noah observaba a su esposa aplicar diferentes colores en su rostro, de un color a otro embelleciendo la ya de por sí hermosa cara que tenía. Había rechazado su oferta de contratar a una maquillista y hasta despidió a la que él había contratado porque aún estaba enfadada con él por haber castigado a su familia.
Él la dejó hacer, podía manejar un poco de su terquedad. No significaba nada para él. La observó aplicarse lápiz labial rojo, añadiendo un toque de brillo cereza que hizo que sus labios brillaran como cerezas maduras. Noah sintió un impulso abrumador de besarlos. Sabía que sabrían tan bien como se los imaginaba.
Su esposa tenía un gusto por el brillo labial dulce antes de que él la conociera y siempre había querido saber por qué.
Cuando ella terminó, Noah se apoyó en el marco de la puerta, sin apartar la mirada de ella. —Sabes —comenzó con voz profunda y seductora en la habitación tranquila—, siempre logras sorprenderme, mi dulce niña.