—¿Qué sigues haciendo en la cama, señorita Janie? Tu padre se está impacientando —una criada entró en su habitación, y Janjan recogió su bolso de su lado. La criada ayudó a ordenar las tarjetas en la caja y la llevó fuera de la habitación.
Janjan siguió a la criada mientras caminaba por los pasillos. Al llegar a las escaleras principales, inhaló una bocanada de aire, recordando el incidente de hace una semana. El recuerdo de la caída de Anna la atormentaba, un roedor de culpa que consumía su conciencia. Se detuvo en la parte superior de las escaleras, agarrando fuertemente el pasamanos.
Cuando Janjan escuchó el grito, ella también salió corriendo de su habitación solo para encontrar a Anna en el suelo en un charco de sangre. Su cuerpo temblaba de miedo, no podía moverse ni hablar hasta que su madre vino y la llevó lejos.
—¿Señorita Janie? —la criada llamó suavemente, notando su vacilación.