—Subgeneral Ansel, el General Armando ha acordado reunirse contigo. Por favor, entra —un soldado informó.
El Subgeneral llamado Ansel asintió y luego caminó hacia el interior de la habitación.
—General Armando —saludó al hombre sentado dentro de la habitación.
—Ansel, es de madrugada y tengo que despertarme temprano por la mañana, será mejor que esto valga la pena.
—Sí, General. La razón por la que vine aquí es simple, quiero que me sigas.
—¿Eh? —el General frunció el ceño.
—¿Seguirte?
—Sí, tengo que mostrarte algo que encontré —Ansel asintió.
El ceño de Armando se acentuó,
—¿Por qué no lo trajiste aquí?
—Lo habría hecho si pudiera —respondió Ansel.
—…
Armando quedó en silencio.
—General, te prometo que valdrá la pena.
—¿Y si no lo es? —Armando entrecerró los ojos y preguntó.
—A-Apuesto mi vida en ello —Ansel murmuró tras dudar.
Armando observó al hombre frente a él por un momento y luego asintió.
—Está bien, llévame a donde quieras.
Ansel sonrió,