Encorvado y agarrándose la retaguardia con un sinfín de sollozos, Bastión sintió una sensación similar al dolor fantasma. Aunque la flecha que había atravesado despiadadamente su trasero ya no estaba, el recuerdo de toda la situación persistía, y eso hacía casi imposible para Bastión borrarlo de su mente.
—Mi pobre trasero —se quejó Bastión, llorando con una expresión desconsolada y triste—. Ya no soy casto. He sido violado de la peor manera y nadie me consuela. Mi corazón duele tanto.
—Nah, solo creo que es tu trasero todavía doliendo, amigo —bromeó Nemean, ganándose una racha de risas apta de Lux, Ezra y Altair. Por otro lado, solo recibió una mirada de odio de Bastión.
—Lo que sea, maldito imbécil —bufó Bastión, erizándose como un perro enfurecido. Sin embargo, esa rabia no era tan intimidante como él sospechaba que sería. De hecho, provocó una reacción opuesta a la que esperaba, y la culpa era principalmente suya.