Mientras Kaizen se acercaba a la cueva, podía ver la amplia y majestosa entrada, con estalactitas de hielo colgando del brillante techo. La tenue luz del sol se reflejaba en las paredes de cristal, creando un resplandor etéreo. Y al entrar en la cueva se vio envuelto por el puro aire frío, que parecía congelar su aliento. El suelo estaba cubierto de una fina capa de hielo, creando una superficie resbaladiza.
Kaizen podía sentir el suelo bajo sus pies moviéndose un poco todo el tiempo, con la respiración de Glacius.
Con cuidado, avanzó, admirando la belleza de las formaciones de hielo que se extendían a lo largo de las paredes.