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—¿Linus? ¿Qué haces aquí? —preguntó Kaizen, todavía medio sorprendido.
—¡Kaizen! Me alegra verte, ¡amigo! —respondió Linus, sonriendo, las llamas del fuego que el Psíquico sostenía en su mano izquierda reflejándose en sus gafas oscuras—. Encontrarte en esta oscura y distante cueva es toda una coincidencia, ¿no crees?
En ese momento, Kaizen comprendió todo lo que estaba pasando debido al tono irónico de Linus.
—Le diste información falsa a Alina, ¿verdad? —preguntó Kaizen, con los párpados caídos como los de un pez muerto mientras bajaba su espada.
—¿Información falsa? Claro que no. La Espada de Ígnea está aquí en efecto —Linus respondió, haciendo un paso a un lado.
Detrás de él había una roca casi ovalada y sobre esa roca había una espada, solo que esta espada no estaba ardiendo como Kaizen había imaginado, al contrario, se veía oxidada, vieja y olvidada durante cientos de años. Esta no era la espada que Kaizen buscaba.
—¿Qué has estado haciendo?