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En una villa privada cerca de las afueras de la Ciudad del Imperio, había un hombre, de pie junto a la ventana con un puñal en la mano. Miraba el puñal dorado con diversión en sus ojos pardos.
El hombre era muy callado. Había estado de pie allí durante bastante tiempo. La lejanía podía verse en su rostro. Se veía tan solitario y reservado.
Si alguien evaluara su apariencia, podría decir que este hombre junto a la ventana era como unos pocos hombres bendecidos con un buen físico. Era alto y corpulento.
Su piel se veía tan pálida como si nunca saliera de su habitación y nunca fuera tocado por la luz del sol. Su cabello negro a la altura de los hombros estaba atado en una cola de caballo que revelaba la marca quemada en su mejilla derecha. Esa marca quemada arruinaba la casi perfecta fisonomía de este hombre.
Su aspecto y su comportamiento parecían indicar que este hombre ya había experimentado lo peor de la vida, aunque todavía era joven a la edad de 28 años.