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Cuando Xi Bingyu escuchó esta noticia, su primera reacción fue soltar un suspiro de alivio. Así, la policía no tendría pistas y no podrían molestarlo más.
Sin embargo, lo que siguió después fue la tristeza de perder a su hijo. No obstante, Xi Bingyu no era tan emocional como Cai Jingyi. Estaba triste, pero estaba preparado. Durante este tiempo, en realidad se volvió fácil de aceptar. Había perdido a su hijo legítimo, pero aún tenía herederos de los cuales Cai Jingyi no tenía conocimiento.
—Voy para allá ahora mismo —dijo Xi Bingyu.
Cai Jingyi estalló en fuertes sollozos —¿Por qué estás tan calmado? ¡Es Yaohua, nuestro hijo, está muerto! ¡Es por tu culpa! ¡Tú lo obligaste a ir! Ahora todo está bien, hasta el problemático Yaohua está muerto! ¡Esa Qin Muran es una maldición! Ya está muerta, ¡pero aún tuvo que llevarse la vida de Yaohua!