Esther miró la puerta con ojos llorosos. Todo su cuerpo se sentía como si hubiera sido arrojado en medio de un lago helado durante la noche más cruda del invierno. ¿Acaso no lo esperaba? Sabía que él estaba enojado y herido, pero tenía que hacer que sucediera. Muchos problemas se resolverían en el momento en que su esposo tuviera un hijo propio. ¿La única cosa que lo estaba deteniendo era ella, verdad? Él no quería que ella se sintiera traicionada, pero Esther ya había decidido que la mejor opción para su futuro era compartirlo con otra mujer. Ya había decidido tratar al hijo de él como si fuera su propio hijo.
«Una vez que se calme, se dará cuenta de mis buenas intenciones. Debería darle algo de tiempo solo», pensó y decidió no seguirlo.
Esa noche fue la noche más solitaria que había tenido desde que llegó a este reino.