—Valen —respondió Erich Winfield.
La expresión en el rostro de Martha se agrió. —Él es el rey de Abetha. Ten cuidado con la forma en que lo llamas.
—No es importante para mí y tampoco él objeta.
—Haz lo que quieras —Después de decir eso, se adelantó.
—Aquel a quien estabas protegiendo se ha ido. ¿Aún debes ignorarme ahora? He sido paciente, pensando que un día nos encontraríamos. ¿Realmente tienes que actuar como si no me reconocieras? —dijo él.
Ella se detuvo. —¿Qué quieres?
—Por ahora, permíteme tratarte. Otras cosas, podemos hablarlas después. Una vez obtenga respuestas, te dejaré en paz.
Ella asintió y se adelantó. Erich Winfield la siguió dentro de la torre.
En lugar de un salón para recibir a los invitados, la planta baja de la torre tenía un enorme espacio vacío. Aparte de la escalera que conducía hacia arriba, solo había una mesa y sillas de madera de aspecto antiguo. Martha se sentó en una silla y Erich Winfield en otra.
—¿Puedo? —él preguntó.