Neveah despertó la siguiente mañana al escuchar unos fuertes golpes en su puerta, gruñó molesta mientras se colocaba la almohada sobre sus oídos y se volteó en su cama, dándole la espalda a la puerta.
Los golpes continuaron, haciéndose más fuertes y persistentes cuanto más Neveah los ignoraba y también estaban acompañados por una voz.
—¡Princesa! ¡Princesa! —la voz seguía llamando y Neveah gruñó entre dientes mientras se sentaba en su cama, maldiciendo su patético destino.
—¿No puedo tener ni un momento de paz? —Neveah bufó molesta mientras se levantaba de la cama y se dirigía a la puerta, descorriendo el cerrojo y clavando una mirada vacía a la joven loba del otro lado.
Neveah se sintió aún más irritada cuando los labios de la joven loba se estiraron en una sonrisa excesivamente radiante y Neveah se preguntó qué podría hacer que alguien estuviese tan emocionado en las horas matutinas.
—¿Quién diablos eres tú? —Neveah preguntó en un tono neutro.