Lily sabía que algo no estaba bien. La sensación la carcomía, una tensión profunda y persistente en su estómago haciéndola sentir náuseas. El doctor había dicho que su padre estaría bien, entonces, ¿por qué sentía que todo estaba a punto de desmoronarse? No podía explicarlo, pero tampoco podía ignorarlo más. Una breve siesta le había ofrecido algo de descanso y con eso una claridad de que definitivamente algo ocurría, y así la inquietud había regresado tan pronto como se despertó.
Necesitando respuestas, Lily caminó rápidamente a la habitación del hospital de su madre. Su madre yacía inmóvil, su cara pálida y cansada, como si los últimos días la hubieran envejecido años. Los ojos de Lily fueron hacia el pequeño bolso sobre la silla. Lo alcanzó y lo rebuscó, encontrando su teléfono. Una rápida presión del botón de encendido confirmó que estaba muerto.