Se tragó saliva con dificultad nuevamente, de pronto incierto de qué decir. Había ensayado este momento en su mente cientos de veces, pero ahora que estaba aquí, le fallaban las palabras.
La mano de Lauren voló a su boca, sus ojos se agrandaron mientras seguía mirándolo fijamente, las lágrimas acumulándose en sus ojos.
Se echó un paso atrás, su aliento entrecortado como si no pudiera creer lo que estaba viendo.
—¿Steffan? —susurró ella, su voz quebrándose, cruda y llena de una mezcla de esperanza y miedo. Era como si, al decir su nombre, la ilusión se rompiera y él desapareciese de nuevo.
—Soy yo —dijo Steffan, su voz suave pero cargada de una espesa emoción inexplicable. —Estoy aquí, Lauren. Estoy vivo.
Las rodillas de Lauren flaquearon y extendió la mano para sostenerse en el marco de la puerta.
Las lágrimas que se habían acumulado en sus ojos finalmente rodaron por sus mejillas mientras seguía mirándolo fijamente, tomando cada detalle como si tratara de grabarlo en su mente.