—Abuelo. ¡Sí, todavía tengo a mi abuelo! —Sharla pareció haber descubierto su última salvación mientras su rostro se iluminaba de esperanza—. El abuelo no se quedará de brazos cruzados. Necesito ir a buscar al abuelo.
—Señorita Tang, por favor mantenga la calma —dijo el doctor mientras la sujetaba por el hombro—. No seas tonta. A tu abuelo no le importas.
—Tonterías.
—¿Sabías? A mitad de tu duro parto, salí a buscar a tu abuelo para que firmara un formulario de consentimiento. ¿Sabes qué me dijo?
—Le pregunté, en un caso extremo, si solo podía salvar a ti o a tu hijo, a quién elegiría para salvar...
—Como resultado...
—¿Cuál fue el resultado? —Sharla preguntó—. ¿Qué dijo?
—¡Él dijo que salvara al niño! —respondió el doctor—. A tu abuelo no le importa si estás muerta o viva. Solo quiere al niño. ¿De lo contrario, por qué llevaría al niño tan pronto como diste a luz sin venir a ver cómo estabas ni una sola vez?
¡Salva al niño!