Will era un niño tímido cuando era pequeño. Era dulce, un típico pacificador entre esos cambiaformas, a los que les encantaba pelear y hablar en voz alta.
Una década de esclavitud no parecía frenar ese rasgo en él, aunque ya no era tan tímido como antes y se volvió más abierto, pero esos años le rompieron algo por dentro, igual que a los demás.
Y en este momento, la forma en que la princesa Osana lo miraba y lo tocaba, lo obligaba a revivir la pesadilla. Estaba demasiado familiarizado con desprecio hacia esa mirada y ese tacto. Lo asfixiaban.
—Mi princesa, aceptaré cualquier cosa que me des y que consideres apropiada —Will apretó los puños con fuerza, hasta que pudo sentir cómo sus garras se clavaban en sus palmas, para evitar matar a esta mujer. La simple vista de ella le repugnaba.