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76.47% En su mente (Español) / Chapter 13: XII: Civita di Bagnoregio

Kapitel 13: XII: Civita di Bagnoregio

"Prefiero que mi mente se abra movida por la curiosidad a que se cierre movida por la convicción"

Gerry Spencer

Stefano fue orillado a tomar una semana libre, un breve respiro mientras la columna de su garganta florecía en morados y azules, un collar de huellas dactilares marcaba su piel expuesta. Renegó de sus camisas negras durante varios días.

***

Alessio no perdió el contacto con él desde el primer día, aunque Fiorella ni siquiera lo había llamado, el policía aseguró que estaba manteniendo un perfil bajo por las circunstancias, pero Stefano supuso asertivamente que no quería verlo con las marcas que ella le había dejado.

Sí, todas las personas que le habían advertido acerca de ella tenían razón, era incluso más inestable de lo que había pronosticado en sus notas. Si sus palabras eran crueles, se había superado así misma en acciones. Le dio un punto a favor por sus habilidades, se restó un punto por confiar demasiado en las suyas.

***

Alessio fue a su departamento el segundo día de descanso forzoso. Mostrando, sorprendentemente, un aire de preocupación al observar las marcas violáceas en su cuello, y las lastimaduras provocadas por las cadenas. No se molestó por la atención negativa que recibían sus marcas no ocultas, tampoco tenía intención de pensar demasiado en ello.

— Si que te juegas el cuello por tu trabajo, eh.

Alessio se ganó una mirada de desprecio mientras dejaba sobre la mesa una pequeña fuente de aluminio repleta de comida casera, ignorando complemente el sentido común acerca de traer algún tipo de sopa que no dañara, aún más, su garganta. Dejó, además, su carpeta negra de notas que lucía con algunas hojas ajenas que él no había agregado allí.

— ¿Qué?— Stefano tosió, sus cuerdas vocales imploraron más tiempo para sanar.— ¿Qué le sucedió?

Su voz ronca fue producto del maltrato y el desuso encomendado por el médico. El policía lo observó por algunos segundos fijamente, ambos sabían de quién estaba hablando. Dudó antes de hablar, tenía algo qué decirle pero no sabía si aquello impactaría en el detective de forma negativa. Como policía se había acostumbrado a vivir en medio de la violencia, la sangre y la muerte, fue diferente cuando tuvo que naturalizar el hecho de que habían intentado asesinar a su compañero, que éste no había muerto, y la vida debía continuar.

— Algunas costillas rotas, clavícula fracturada y nariz rota y arreglada nuevamente.— él intentó bromear, pero dejó el resto de la oración en el aire, una información que no era conveniente compartir, pero lo hizo de todas formas.— Giovanni trató de reanudar los exámenes psiquiátricos regulares hoy... se negó a hablar con alguien que no fueras tú.

Sus ojos diferentes se oscurecieron ante esa revelación. Pero no porque aquello le sorprendiera, supo que alguien como D'Angello no sentiría remordimiento por sus acciones y mantendría su palabra porque a pesar de todos sus imperdonables y enjuiciables defectos, no faltaría a lo prometido. Fue el disgusto que lo golpeó mortalmente con el conocimiento de que no sintió miedo o terror, sino un exaltado orgullo que no le permitiría hacerse a un lado de este caso.

Quizá, después de todo, sí merecía el maldito collar de moretones.

La marca del pecador que desafía a los demonios y camina entre los santos.

***

El tercer día examinó las imágenes de cadáveres, siempre clínico en sus observaciones a pesar de su creciente proximidad con su artista.Uno se destacó desde su perspectiva, el único hombre desconocido de los trece asesinados identificados.

Cada una de sus extremidades estaba clavada con alambres y clavos al tronco de un árbol. Sus brazos estaban extendidos, abiertos para un abrazo que nunca llegaría, una burla de Jesús clavado en la cruz. Su cavidad estomacal había sido diseccionada, abierta espantosamente para revelar sus entrañas antes de que el asesino tomara sus intestinos y los ensartara a lo largo de las ramas como confeti. Le habían quitado los ojos junto con los dientes y las yemas de los dedos, nadie acudió a identificar el cadáver, así que su identidad era un misterio, ella se había encargado de ello. Sus labios se habían hundido en su boca vacía, el cartílago de su nariz comenzaba a desintegrarse, dándole al hombre una apariencia esquelética.La última foto que le habían tomado era sólo un acercamiento a su mejilla maltratada, ya que entre los cortes limpios y la piel ya en descomposición estaba marcada la forma de un beso. Pudo ser de un lápiz labial rojo, pero la autopsia demostró que no era nada más que sangre de la propia víctima.

***

Al cuarto día, Stefano estaba inquieto, paseaba de un lado a otro de su casa como un león enjaulado, echando espuma por la boca en busca de un trozo de carne fresca en el que hundir los dientes. Empezó a pensar en D'Angello, su reacción al cuestionar a su madre. Ella había estado tan tranquila, en todas esas otras sesiones en las que él había podido pinchar y preguntar acerca de muchas cuestiones, con resultados variables. Pero D'Angello había sido neutral, feliz, incluso, de responder sus consultas aún incriminatorias. Siempre y cuando pudiera también saciarse de información sobre él.

Tuvo, además, violentas respuestas a sus preguntas luego del nuevo enfoque había adoptado ese último día. Entrando en su mente de una manera tan intrusiva y poco cautelosa, rompiendo las piezas ordenadas en la psique de Arabela D'Angello. Estaba tan disgustada de no tener las riendas del pequeño y travieso juego que habían creado juntos, pero aún así respondió con honestidad, hubo manchas de fluidos corporales en al menos dos víctimas después de la muerte. Por lo cual, dudaba que su técnica reciente hubiera sido responsable de aquel arrebato violento.

Ella había sido exclusivamente receptiva cuando habló del origen de sus motivos, aquel episodio que la había orillado a la perversión y la crueldad.

No, no podía ser su padre como había pensado originalmente, volviendo a su primer encuentro cuando Stefano le dijo a D'Angello que creía que su ira y decepción por la muerte de su padre habían resultado en su proverbial pecado original, su ímpetu por el asesinato. No se había enfadado con ese evento, pero estaba cada vez más fascinada por Stefano y su razonamiento de investigación.

Pero su madre... ese era otro asunto completamente diferente.Stefano recordaba perfectamente la ira en sus ojos, la forma en que parecían tan amarillos como los de un lobo bajo la luz de la sala de interrogatorios. Su actitud siempre había sido la de un pitón trepando por sus piernas, asfixiante, envolviendo su cuerpo lentamente, hasta que finalmente se volvió una cobra y saltó sobre él.

La forma en que su mano se había apretado alrededor de su cuello, cortando el oxígeno, el flujo de sangre, utilizando las cadenas como aliadas en su tarea.

Iba a ser lo último que viera. Sus colmillos, sus ojos ambarinos, sus gemidos descontrolados...

Entonces sus dedos se aflojaron, casi imperceptiblemente, y él pudo safarse de su agarre.

Sí, su madre fue el ímpetu de su asesinato, Stefano estaba seguro de eso.

***

El quinto día se encontró en el pueblo típicamente italiano de Civita di Bagnoregio, apodado como aquel que muere lentamente. El detective se burló de la ironía.

Después de su breve descubrimiento, Stefano investigó los archivos de D'Angello, encontró su certificado de nacimiento y reveló el nombre de su madre: Evelina D'Angello. Pensó entonces que el apellido que llevaba ni siquiera era de su padre, del padre muerto, sino de una madre soltera que tiempo después consiguió un prospecto joven con el cual desposarse. Arabela D'Angello había crecido sola y rencorosa, sintiéndose demasiado ordinaria con su pequeño mundo de dolor y descontento, descargando ira, su ira, en sus compañeros y compañeras de prisión del orfanato de Nuova vitta.

Todo porque mamá no la quería.

Apenas había podido encontrar información sobre Evelina D'Angello, era simplemente una nota al pie de página en una de las tantas publicaciones periodísticas dedicados a la menor D'Angello. Fue nombrada como la heredera de una rica fortuna familiar que había estado recluida durante años en la finca familiar en Civita di Bagnoregio. Residió con sus padres, un joven esposo y una hija. Aparentemente no había estado disponible para hacer comentarios sobre los asesinatos presuntamente perpetrados por su hija. El jardinero, Macello Da Rosa, declaró que la familia había estado de vacaciones durante algún tiempo y que no estaba en libertad de hablar en nombre de dicha familia sobre el tema de los crímenes de la hija bastarda de la respetable señora D'Angello. Que tu existencia sea ignorada toda tu vida, empujada sin ceremonias a los canales secundarios de la sociedad y luego ascender por tu propia voluntad a través de logros académicos e infamia asesina, todo eso solo para ser ignorada aún más por la mujer que abandonó a tu padre, y te abandonó a ti.

Aún no parecía ser el panorama completo. Stefano estacionó su camioneta en una de las desiertas calles vacías. El pueblo era muy pequeño, habiendo ganado su nombre con motivos ya que no había personas a la vista, con calles empedradas y edificios grises antiguos. Una niebla espesa yacía casi perpetuamente en la calle principal, las flores se estaban muriendo en las cajas y los vasos de leche en los umbrales de las puertas se estaban pudriendo. La única pieza de color fue la cruz de madera con la estatua de Jesús clavada a ella, su sangre escarlata brilló en el centro de la pequeña plazoleta. Pero incluso eso parecía haberse deteriorado, la madera estaba astillada, y algunos fragmentos de la santa imagen se habían caído de su lugar, dándole un aspecto tétrico.

Todo el pueblo parecía estar al borde de la ruina. Algunas ancianas pasaron caminando, el sonido de sus bastones y pasos disparejos resonando por la calle vacía. Sus ojos se posaron discretamente en Stefano, los sombreros de lana se colocaron cerca de sus cabezas mientras la miraban con ojos sospechosos.

— Disculpe.—llamó Stefano a una de las ancianas.— Necesito saber dónde se encuentra la casa de los D'Angello.

— Tú no eres uno de esos reporteros, ¿verdad? — Un fuerte acento campestre acompañó el tono dudoso de la anciana. — Porque no queremos tener nada que ver contigo si lo eres.

— No, no lo soy.— el tono gélido de su voz despertó aún más la desconfianza de la mujer frente a él.

— Entonces, ¿por qué estás preguntando?

— Estoy aquí en nombre de la unidad de psicología de las autoridades italianas.— él decidió no dar más detalles.

—Ah.— una pausa, la mujer olfateó, aparentemente satisfecha. — Arriba en la colina, no te puedes perder.

Y con eso la mujer comenzó a renquear sin decir una palabra más, murmurando sobre sureños y falta de modales.

Stefano avanzó a pie hacia la inconfundible casa ubicada en la colina. Si el resto de la ciudad era de tonos grises, la casa era la joya de la corona sobre el ónix. Se asentaba directamente en la colina, rodeado de jardines espléndidamente cuidados que se yuxtaponían en gran medida al aire de superioridad que tenía el edificio. Todo sombras y piedra, se mantuvo como un observador silencioso del pueblo, juzgándolos desde su lugar seguro en la colina, rodeado de sus jardines vírgenes y su riqueza.

Stefano se acercó hacia las puertas de rejas abiertas de par en par. La casa parecía vacía, mientras más se acercaba vio como las cortinas estaban corridas y una espesa capa de polvo cubría los marcos de las ventanas.Una serpiente de hierro forjado enroscada en la puerta, un llamador para alertar a los residentes de un visitante. Stefano levantó la mano, los dedos acariciando el frío metal. Dejó escapar un silbido por el escozor en la punta de sus dedos, pero llamó a la puerta de todos modos, esperando encontrar respuestas a su misterio.

— ¡Oye!— Una voz ronca llamó detrás de él— ¡Esto es propiedad privada!

Un hombre vestido de negro cojeó hacia él, blandiendo un rastrillo como un arma mientras lo hacía. Su rostro era todo líneas duras y arrugas, ojos desconfiados que acompañaban a una delgada línea por boca.

— Le recomiendo que baje eso.— la voz de Stefano sonó unos cuantos tonos debajo de la temperatura, mostró su tarjeta de identificación del departamento de policías sin entregársela al hombre que miró la información con ojo cauteloso.

Después de un minuto, el hombre que reconoció como el jardinero que llamó a Arabela "hija bastarda", asintió a la placa aparentemente incapaz de encontrar nada malo en ella.

— Solo estoy aquí para hacerle algunas preguntas a Evelina D'Angello con respecto a su pariente Arabela D'Angello. ¿Están en casa? — preguntó Stefano, guardándose su identificación.

— No.— gruñó De Rosa.— De vacaciones.

— ¿Todavía?— Stefano inquirió mientras miraba al hombre fijamente.— ¿No estaban fuera en el momento del arresto de D'Angello?

— Familia rica.— el hombre se encogió de hombros con cautela.— Será mejor que se vaya.

Stefano miró al hombre con desdén antes de encaminarse hacia la salida, no quería generar ningún alboroto que entorpeciera su investigación.

Sólo tenía que esperar un poco más.


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