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91.1% Saga de Ender y Saga de la Sombra – Orson Scott Card / Chapter 215: Capítulo 10

Kapitel 215: Capítulo 10

Para: PeterWiggin@hegemonia.gob/hegemon De: vwiggin%Colonia 1 @MinCol.gob/ciutad Asunto: Cabrón arrogante

¿Te haces una idea de todos los problemas que causaste enviando ese paquete de datos con una prioridad tan alta que consumió toda la capacidad de comunicación por ansible de la nave? Ciertas personas lo tomaron por un ataque contra el enlace ansible y Ender estuvo a punto de acabar en estasis durante el viaje... y habría sido uno de ida y vuelta.

Pero, una vez resuelto todo, el paquete en sí resultó muy informativo. Aparentemente, algún pseudoconfuciano te maldijo a vivir tiempos interesantes. Por favor, cuéntame cómo siguen las cosas. Pero que sea con una prioridad lo suficientemente baja, por favor, de forma que la nave pueda mantener sus comunicaciones regulares. Y no dejes que Graff lo dirija a Ender. Que venga dirigido a mí como colona, no al gobernador nombrado.

Me parece que te va bastante bien. Aunque es posible que la situación haya cambiado desde tu envío y mi respuesta. ¿No es genial el viaje espacial?

¿Ya les ha escrito Ender a nuestros padres? No puedo preguntárselo (bien, se lo he preguntado, pero no consigo respuestas) y no puedo preguntárselo a ellos, porque sabrán que he intentado que escriba, lo que les hará todavía más daño si no ha escrito y, si lo ha hecho, restará emotividad a la misiva.

Sigue siendo listo. Eso no te lo pueden quitar.

Tu antigua marioneta, DEMÓSTENES

Alessandra se alegró al saber que se realizaría la lectura de la obra. Su madre se había quedado destrozada, aunque sólo se lo manifestó a Alessandra en la intimidad de su camarote. Dejó bien claro que no iba a llorar, lo que estaba bien, pero no dejaba de recorrer el diminuto espacio, abriendo y cerrando puertas, golpeando cosas y dando patadas siempre que podía y, de vez en cuando, soltando alguna declaración incomprensible del estilo:

—¿Por qué siempre estamos en la estela de la nave de otra persona? Luego, en medio de una partida de backgammon:

—¡En las guerras de los hombres, las mujeres siempre pierden! Y a través de la puerta del baño:

—¡No hay placer tan simple como para que alguien no te lo robe simplemente por hacerte daño!

En vano Alessandra intentaba apaciguarla:

—Madre, no iba dirigido contra ti, claramente iba contra Ender.

Esas respuestas siempre provocaban una larga diatriba, y ninguna lógica podía hacerle cambiar de idea... aunque al cabo de un momento era posible que adoptara por completo el punto de vista de Alessandra, actuando como si hubiese pensado siempre así.

Sin embargo, si Alessandra no respondía a las observaciones epigramáticas de su madre, la tormenta era cada vez peor... Necesitaba una respuesta, de la misma forma que otras personas necesitan aire. Pasar de ella era darle fuelle. Así que Alessandra respondía, participaba en la conversación intensa y sin sentido, y luego pasaba de la incapacidad de su madre para admitir que había cambiado de opinión aunque así hubiese sido.

A su madre no parecía habérsele ocurrido que la propia Alessandra estaba decepcionada, que interpretar a Bianca frente al Lucencio de Ender le había hecho sentir... ¿qué? No era amor... definitivamente no estaba enamorada. Ender era muy agradable, pero era tan agradable con Alessandra como con todos los demás, por lo que quedaba claro que para él ella no era nadie especial, y Alessandra no tenía intención de entregar su afecto a alguien que primero no se lo hubiese entregado a ella. No, lo que Alessandra sentía era gloria. Gloria reflejada, claro, de la muy asombrosa interpretación de su madre como Kate y de la fama de Ender como salvador de la especie humana... y de su notoriedad como monstruo asesino de niños, que Alessandra no tomaba por cierta pero que claramente se sumaba a la fascinación.

Toda decepción quedó olvidada en cuanto llegó el mensaje a los escritorios de todos: la lectura se celebraría a la noche siguiente, y el propio almirante asistiría.

Alessandra pensó de inmediato: ¿El almirante? Había dos almirantes en el viaje, y uno ya formaba parte del programa. ¿Era aquello un desaire calculado, para que el mensaje sonase como si un único oficial poseyese esa graduación superior? El mismo hecho de que Ender hubiese sido convocado perentoriamente para ver al almirante Morgan era otra señal... ¿realmente Ender merecía tan poco respeto? Aquello la hacía sentirse un poco furiosa por él.

Luego se dijo: No tengo ninguna relación con Ender Wiggin que me obligue a proteger sus privilegios. Me he contagiado de la enfermedad de madre, actuando como si sus planes y sueños fuesen reales. Ender no me ama de la misma forma que yo no le amo a él. Cuando lleguemos a Shakespeare allí habrá chicas; cuando él tenga edad de casarse, ¿qué seré yo para Ender?

¿Qué he hecho, viniendo en este viaje con destino a un lugar donde no habrá suficiente gente de mi edad como para llenar un bus?

No por primera vez, Alessandra envidió la capacidad de su madre para ponerse contenta por simple fuerza de voluntad.

Para la lectura se vistieron con sus mejores galas... no es que durante el viaje hubiese mucha variedad en lo que a ropa se refería. Pero habían empleado parte de la compensación por el consentimiento en comprar ropa antes de entregarle el resto a la abuela. La mayoría de las prendas debían ajustarse a la descripción de la lista del Ministerio de Colonización: ropa caliente para un invierno frío, pero no excesivamente, ropa ligera pero resistente para trabajar en verano y al menos un traje duradero para ocasiones especiales. La lectura de esa noche era una de tales ocasiones... y su madre se había asegurado de gastar parte del dinero en baratijas y accesorios. Lo cierto era que las joyas eran exageradas y claramente falsas. Luego estaban los deslumbrantes pañuelos de madre, que a ella le quedaban casi irónicamente extravagantes pero a Alessandra patéticos. Madre se había vestido para matar; Alessandra sólo podía aspirar a no desaparecer por completo en la sombra proyectada por su madre.

Llegaron justo cuando se suponía que debía comenzar la lectura. Alessandra corrió de inmediato a su taburete, pero su madre avanzó despacio, saludando a todos, tocando a todos, dedicando a todos su sonrisa. Excepto a uno.

El almirante Morgan estaba sentado en la segunda fila, rodeado de algunos oficiales que lo aislaban de cualquier contacto con el público... era más que evidente que se consideraba de una raza aparte y no quería tener nada que ver con los simples colonos. Tal era el privilegio de su rango, y Alessandra no se lo echó en cara. Más bien deseó tener el poder de crear un cordón a su alrededor para mantener a raya a personas que quisiesen violar su intimidad.

Para horror de Alessandra, una vez que madre llegó a la parte delantera, siguió con su majestuoso avance siguiendo la primera fila, saludando a la gente... y también la segunda fila. ¡Iba a intentar obligar al almirante Morgan a hablarle!

Pero no, el plan de su madre era todavía peor. Se presentó (y flirteó) con los oficiales sentados a ambos lados del almirante. Pero ni siquiera hizo una pausa frente a Morgan, como si no existiese. ¡Un desaire! ¡Al hombre más poderoso de su pequeño mundo!

Alessandra apenas podía soportar mirar la cara de Morgan, pero tampoco podía apartar la vista de él. Al principio, Morgan había seguido con resignación la

aproximación de su madre... iba a tener que hablar con esa mujer. Pero cuando ella le dejó atrás, la expresión de desdén apenas contenida de Morgan dio paso a la de consternación y luego a la de furia turbulenta. Madre se había ganado un enemigo.

¿En qué estaba pensando? ¿De qué podía servir hacerlo?

Pero era hora de empezar. Los actores principales estaban sentados en taburetes; los demás ocupaban la fila delantera, listos para levantarse y mirar al público cuando les tocase. Madre finalmente llegó hasta el taburete del centro del escenario. Antes de sentarse, miró caritativamente al público y dijo:

—Muchas gracias por venir a nuestra modesta representación. La obra transcurre en Italia, donde nacimos mi hija y yo. Pero está escrita en inglés, que para nosotras es una segunda lengua. Mi hija lo habla con fluidez, pero yo no. Así que si me equivoco al pronunciar, recordad que Catalina era italiana y que en inglés ella también hubiese tenido mi acento.

Lo dijo con el brillo característico de madre, con su aire de ligereza y felicidad. El tono que había sido tan molesto para Alessandra que en ocasiones deseaba gritar de furia al oírlo resultaba en aquel momento absolutamente encantador. Y el resto de los colonos y la tripulación respondieron al discursito con risas e incluso aplausos. Y el actor que interpretaba a Petruchio (que evidentemente sentía algo por madre, a pesar de haberse traído a una esposa y cuatro hijos) incluso añadió:

—¡Brava! ¡Brava!

Así que la obra comenzó con todos los ojos centrados en madre, a pesar de que ella no intervenía hasta el segundo acto Por medio de miradas de reojo, Alessandra comprobaba que su madre se encontraba en un trance perfecto de introspección durante las escenas en las que los hombres se ocupaban de la exposición y hacían el trato con Petruchio. Mientras los otros actores mencionaban repetidamente a la hermosa Bianca y a la monstruosa Catalina, Alessandra comprobaba que la pose de su madre surtía efecto... A medida que crecía su reputación, el público no dejaba de mirarla y encontraba una quietud perfecta.

Pero eso no sería apropiado en el caso de Bianca, pensó Alessandra. Recordó un comentario de Ender durante el último ensayo: «Bianca es perfectamente consciente del efecto que surte en los hombres.»

Por tanto, Catalina estaría tan inmóvil como madre, pero la labor de Bianca era estar radiante, ser feliz y deseable. Así que Alessandra sonreía y apartaba la vista cuando los hombres hablaban de la hermosa Bianca, como si estuviese enrojeciendo y fuese tímida. No importaba que Alessandra no fuese hermosa... como siempre le repetía madre; las mujeres más simples se convertían en estrellas de cine gracias a la manera en que se presentaban, sin avergonzarse de sus peores rasgos. Lo que Alessandra no podía hacer en la vida real (saludar al mundo con una gran sonrisa), podía hacerlo como Bianca.

Y entonces lo comprendió por primera vez. Madre no es capaz de cambiar de estado de ánimo simplemente decidiendo ser feliz. No, es una actriz. Siempre ha sido una actriz. Simplemente actúa como si fuera feliz para su público. Durante toda mi vida yo he sido su público. E incluso cuando yo no aplaudía su interpretación, igualmente la hacía para mí; y ahora comprendo la razón. Porque madre sabía que cuando se ponía con su baile de hadas, era imposible mirar o pensar en nada que no fuese ella.

Pero ahora, la reina de las hadas había desaparecido y en su lugar sólo había una reina: madre, monárquica e inmóvil, dejaba que los peones y cortesanos hablasen, porque sabía que, de desearlo, podría sacarlos del escenario con un soplido.

Y así fue. Sucedió en el segundo acto, escena primera, donde Catalina supuestamente arrastraba a Bianca, atada de manos. Alessandra se volvió conmovedora y dulce, rogándole a su madre que la soltase, jurando que no amaba a nadie, mientras madre la injuriaba, ardiendo con tal furia interna que realmente asustó a Alessandra, al menos momentáneamente. Ni siquiera en los ensayos madre había sido tan vehemente. Alessandra dudaba que se hubiese estado conteniendo antes... a madre no se le daba bien lo de contenerse. No, ese fuego especial era debido al público.

Pero no a todo el público, como quedó claro a medida que avanzaba la escena.

¡Todas las frases de Catalina sobre la injusticia de su padre y la estupidez de los hombres invariablemente las disparaba directamente hacia el almirante Morgan! No era sólo imaginación de Alessandra. Todos se daban cuenta, y al principio el público reía disimuladamente, pero luego empezó a reírse abiertamente a medida que flecha tras flecha se clavaba no sólo en los personajes de la obra, sino también en el hombre sentado en el centro de la segunda fila.

Era Morgan el único que no parecía darse cuenta; aparentemente, con madre mirándole directamente, simplemente pensaba que la representación, no el sentido de las palabras, iba dirigida a él.

La obra fue bien. Oh, las escenas de Lucencio fueron tan aburridas como siempre... En realidad no era culpa de Ender, Lucencio simplemente no era uno de los papeles graciosos. Era un destino compartido por Bianca, por lo que se suponía que Alessandra y Ender debían ser la «dulce pareja» mientras el foco de atención (de las risas y el romance) eran Catalina y Petruchio. Es decir, a pesar de todos los esfuerzos de un Petruchio bastante bueno, todos los ojos estaban fijos en su madre. Puede que él gritase, pero era el rostro de ella, sus reacciones lo que provocaba la risa. El ansia de madre, su somnolencia, su desesperación y, finalmente, su aquiescencia juguetona cuando Catalina comprendía al final y empezaba a seguir el juego alocado de Petruchio, quedaban completamente claros en el rostro de madre, en su postura, en su tono de voz.

Madre es genial, comprendió Alessandra. Completamente genial. Y lo sabe. ¡No es de extrañar que propusiese leer una obra!

Y luego otra idea: Si madre puede hacer algo así, ¿por qué no es actriz? ¿Por qué no se ha convertido en estrella del escenario o la pantalla para que todos viviésemos en la opulencia?

La respuesta, comprendió, era bien simple: Alessandra había nacido cuando su madre sólo tenía quince años.

Me concibió cuando tenía exactamente la edad que yo tengo ahora, comprendió Alessandra. Se enamoró y se entregó a un hombre (a un muchacho) y tuvo una niña. Para Alessandra era increíble, ya que ella jamás había sentido ninguna pasión por ninguno de los chicos de su escuela.

Padre debía ser asombroso.

O madre debía estar desesperada por alejarse de la abuela. Lo que resultaba más probable. En lugar de esperar unos años más y convertirse en una gran actriz, se casó y se dedicó a cuidar de la casa y de su bebé (no por ese orden) y, como me tuvo a mí, nunca pudo emplear su talento para avanzar en el mundo.

¡Hubiésemos podido ser ricos!

¿Y ahora qué? A las colonias, un lugar de granjeros, tejedores, constructores y científicos, sin tiempo para el arte. No habrá tiempo libre en la colonia, no como lo hay en la nave durante el viaje. ¿Llegará madre a tener la oportunidad de demostrar lo que puede hacer?

La obra llegaba a su final. Valentine interpretó a la Viuda con sorprendente ingenio y brío... Comprendía por completo el papel, y no por primera vez Alessandra deseó poseer la genialidad y la belleza de Valentine. Pero algo ensombrecía ese deseo. Por primera vez en su vida, Alessandra envidiaba a su madre y deseaba parecerse más a ella. Increíble, pero cierto.

Madre se apartó de su taburete y recitó su monólogo mirando directamente al frente (directamente al almirante Morgan), hablando del deber de una mujer con un hombre. De la misma forma que todas las flechas las había dirigido contra Morgan, ahora ese discurso (esa homilía dulce, sumisa, grácil, sentida y repleta de amor) la pronunció mirando directamente a los ojos a Morgan.

Y Morgan quedó fascinado. Tenía la boca ligeramente abierta, sus ojos no dejaron un momento de mirar a su madre con total atención. Y cuando ésta se arrodilló y dijo: «Mi mano está lista, que le trate con dulzura», ¡había lágrimas en los ojos de Morgan!

Petruchio aulló su parte:

—¡Menuda mujer! ¡Ven y bésame, Kate!

Graciosamente, su madre se levantó, sin intentar fingir un beso, sino más bien poniendo la cara que una mujer le pone a su amante cuando está a punto de besarle... y sus ojos, una vez más, estaban clavados en Morgan.

Por fin Alessandra comprendía a qué jugaba madre. ¡Hacía que Morgan se enamorase de ella!

Y funcionaba. Cuando se hubieron recitado las últimas frases y el público se puso en pie para vitorearlos mientras todos los lectores hacían reverencias y saludaban, Morgan pasó a la primera fila de asientos, de forma que, mientras los aplausos continuaban, llegó al escenario y tomó la mano de su madre. ¿La tomó? No, se aferró a ella y no la soltaba, diciéndole lo maravillosa que era.

La altivez de madre, su desaire inicial, formaba parte del plan. Ella era la fierecilla, castigándolo por haberse atrevido a cancelar la lectura; pero, al final, estaba domada; le pertenecía completamente a Morgan.

Toda esa velada, mientras Morgan invitaba a todos al comedor de oficiales (que hasta ese momento había estado estrictamente prohibido a los colonos), revoloteó alrededor de madre. Resultaba tan evidente que estaba locamente enamorado que varios oficiales se lo comentaron, indirectamente, a Alessandra.

«Tu madre parece haber fundido el gran corazón de piedra», dijo uno. Y oyó a dos oficiales hablando y a uno decir: «¿Me equivoco o ya está quitándose los pantalones?»

Si creían que eso iba a pasar, no conocían a su madre. Alessandra había soportado años de consejos de su madre sobre los hombres. No dejes que hagan esto, no dejes que hagan aquello... da a entender, insinúa, promete, pero que no obtengan nada hasta no haberse comprometido. Madre lo había hecho al revés en su juventud y llevaba quince años pagando el error. Ahora con seguridad seguiría su propio consejo, más triste pero más sabio, y seduciría a ese hombre sólo con palabras y sonrisas. Le quería perdidamente enamorado, no satisfecho.

Oh, madre, vaya un juego que te has montado.

¿De verdad... es posible... realmente te atrae este hombre? Es un tipo atractivo con su uniforme. Y cerca de ti no es frío en absoluto, ni altivo; o, si lo es, te incluye a ti en su altivez.

Un momento esclarecedor; mientras Morgan hablaba con otro hombre (uno de los pocos oficiales que se había traído a su esposa), la mano de Morgan acabó sobre el hombro de su madre, en un abrazo ligero. Ella instantáneamente alzó la suya y apartó la de él, pero al mismo tiempo se dio la vuelta y le habló a Morgan dedicándole una sonrisa cálida, haciendo una broma, porque todos rieron. El mensaje era complejo, pero claro: No me toques, mortal, pero sí, te concederé esta sonrisa.

Tú eres mío, pero yo todavía no soy tuya.

Eso es lo que madre pretende que haga yo con Ender Wiggin, mi supuesto «joven con futuro». Pero no podría poseer a un hombre de la misma forma que no puedo

volar. Siempre seré la que suplica, nunca la seductora; siempre la agradecida, nunca la agraciada.

Ender se le acercó.

—Esta noche tu madre ha estado genial —dijo. Claro que lo dijo. Era lo que decían todos.

—Pero sé algo que los demás no saben —dijo él.

—¿Qué es? —preguntó Alessandra.

—Sé que la única razón para que mi interpretación fuese buena has sido tú. Todos los que interpretamos a los pretendientes de Bianca, toda esa comedia, todo se cimentaba en que el público creyese que nosotros aspirábamos a tu amor. Y estabas tan encantadora que nadie lo ha dudado ni por un momento.

Ender le sonrió y se alejó para volver con su hermana. Dejando a Alessandra boquiabierta.


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