Agatha caminó por el pasillo de la sede de la Iglesia del Orden en Washington, Estados Unidos y siguiendo a la Cardenal Pearson entró a una sala.
En el interior, se encontraba un lugar agradable en el que destacaba una mesa y dos sillas junto a algunos aperitivos.
En una de esas sillas estaba sentada una mujer, cuyos ojos eran púrpuras, emanando cierta fuerza psiónica.
"Agatha Campbell. Miembro de la Iglesia del Tiempo y el Espacio y…"
"No es necesario dar títulos vacíos." Interrumpió Agatha a la Cardenal Pearson y observando a la mujer cuyos ojos púrpuras la miraron de vuelta, dudó. "Profeta… Así es como te gusta que te llamen, ¿cierto?"
Ella se sentó al frente de ese 'Profeta', viendo con su magia espiritual el alma no humana en el cuerpo físico de la mujer.
Un alma fuerte, poderosa y además flexible, lo suficiente como para amoldarse a un recipiente que no era su tipo.
"Debe ser difícil vivir con un cuerpo que no es tuyo." Comentó Agatha de forma simple.
"Hay algunos momentos en la que la naturaleza de este cuerpo resulta ser… Difícil. No obstante, estoy agradecido de estar vivo." Respondió el Profeta sin desviar la mirada.
Las personas que la conocían por primera vez se sentían intimidada no solo por su historial, sino que por su fuerza y personalidad.
Sin embargo, este Slaran no desvió su mirada y no se dejó intimidar ni siquiera por la presión inconsciente que liberaba.
Tal como se esperaría de aquel que hizo todo lo que pudo para liberar a su raza, resistiendo hasta el final.
"Háblame de las profecías." Ordenó Agatha con calma.
Ese Slaran empezó a narrar la profecía del octavo portal abismal, su despertar y como fue a buscar a su hija para advertirle y como todo fue en contra de lo que pensaba.
Incluso cuando le mencionó a Aurora que sería tragada por el portal, él esperaba que fuera de esa forma, ya que consideraba tal hecho como inevitable.
Luego habló del décimo portal abismal, sobre el árbol gigantesco que había visto, las figuras que lo adoraban, la figura en blanco y en negro y como esta observaba a su hija, rodeado de oscuridad.
"Creo que es sobreestimarlo llamarla profecía. Diría que está más cerca de ser una 'Visión'. ¿No lo crees?" Preguntó Agatha, observando al profeta cuyo fruncir de ceño se hizo visible.
La segunda profecía no predijo prácticamente nada sobre el interior del portal y a sus ojos solo pareció una visión superficial de la situación.
Si bien advirtió a la Guardiana y a Zabathza, por lo demás no profetizo nada.
"Profetice en donde iba a aparecer el Octavo Portal Abismal y…"
"Genial. Yo también puedo hacer lo mismo." Respondió Agatha con una voz despectiva, al interrumpir al profeta.
La Cardenal Pearson tembló de forma sutil ante su voz, como si le encontrara maleducado, pero sabiamente se quedó en silencio.
¿Era verdad o mentira? Agatha en vez de aclarar, siguió observando al profeta.
"Hay una exactitud en todas las profecías." Anunció el Profeta con su orgullo algo herido y calmándose, explicó. "Una persona aparece en todas ellas. La única figura que no está oculta en imágenes abstractas."
Aurora Campbell, la Protectora de Zerzura, participante del primer portal abismal, el séptimo y el décimo portal abismal, tal figura era la única clara en las dos profecías.
Sin embargo, solo había un problema…
"Dos profecías son coincidencia. No sé dónde viene tu exactitud." Respondió Agatha y revelando una expresión seria, declaró. "Al menos, que haya una tercera y no la hayas revelado."
Un primer suceso era al azar, un segundo era coincidencia, pero un tercero… Era exactitud.
Y ahora la exactitud estuvo en la respuesta del Profeta.
Una que no debería tener cuando únicamente informó de dos profecías en su totalidad.
"Otra cuestión. Tuviste profecías de dos portales abismales… ¿Por qué no un tercero? Digo, todavía falta el noveno Portal Abismal." Cuestionó Agatha generando una sutil presión.
"Por favor, no trate de amenazar a nuestro invitado." Intervino la Cardenal Pearson con una expresión solemne.
La respuesta de Agatha, fue agitar su mano y con su magia mental, evitó que esa cardenal pudiera realizar cualquier movimiento, para que no molestara.
En este lugar no había cámaras y los únicos que estaban en el interior eran ellos tres.
"Dime. Que te dio la exactitud en tu voz. Fue la profecía del noveno portal abismal, ¿no?" Cuestionó Agatha con calma y con una sonrisa, explicó. "Desde que me informaron de algo, no estoy de buen humor… Así que digamos, que me gustarían respuestas rápidas y verdaderas."
Su voz sonaba simple, pero su expresión dejaba ver que no estaba de humor para continuar con las preguntas durante todo el día.
Era la verdad que su humor estaba gruñón desde la descarada respuesta de su hija sobre su pretendiente y cuando se enteró de que había un supuesto 'Profeta', que tuvo dos profecías de su hija su humor solo empeoró.
La Cardenal Pearson dio un gruñido tratando de moverse, no obstante, Agatha la ignoró y mantuvo su mirada en el Profeta, cuya expresión no cambio.
"Sí." Respondió el Profeta y en voz baja, añadió. "No la mencione, porque la persona que supuestamente debería entrar, ya había entrado al Décimo Portal Abismal… No tuvo sentido y solo se mostró que había entrado, nada más."
Ahí estaba la respuesta, que hasta sorprendió a la Cardenal Pearson a quien designaron como su cuidadora.
"¿Fue solo por eso?" Preguntó Agatha con seriedad.
"¿Disculpa?" Dudó el Profeta de sorpresa.
La visión de Agatha volvió a cambiar y ahora en vez de la figura de la mujer, pudo ver una luz brillante que representaba la mente de ese individuo.
El cuerpo que ocupó era de un psiónico, pero el alma y la mente consciente era del Slaran, cuya fortaleza estaba a niveles anormales.
Un rango SSS tendría esa defensa y tal capacidad que sería elogiable en momentos normales, ahora fue una molestia.
"¿Qué estás haciendo?" Cuestionó el Profeta cuando se levantó al sentir que su mente era invadida.
Agatha hizo una señal y el mismo aire, lo presionó para que se sentara mientras su hechizo de magia mental continuaba.
"Haciendo lo que la Iglesia del Orden no se atrevió a hacer." Respondió Agatha y observando al profeta, que se notaba molesto al ser invadido, explicó. "No importa cuánto se borre o se oculte algo, siempre quedan rastros."
Hubiera sido más fácil, si le pidiera al supuesto 'Dios' con el cual trabajaba que viera el pasado, pero ahora estaba de muy mal humor para hacerlo y prefirió llevar la tarea por su cuenta.
Su nuera podría hacer ese trabajo y el problema era esa existencia probablemente volvió a sus asuntos y concentrándose, en preparar el espectáculo para su hijo o como ella lo llamaba, llevar a cabo su 'Luna de Miel'.
Fue por eso que tuvo que encargarse con métodos tradicionales para ver la mente de ese 'Profeta'.
"El Tiempo es un concepto que es Aión. No puedo comprender la razón por la cual él te permitió tener visiones y siendo sincera, con tantas estupideces que ha hecho, es probable que ni siquiera él sepa por qué eres capaz de ver el futuro." Explicó Agatha con calma.
"No es tu dios quien me dio esta capacidad." Gruñó el Profeta con una voz molesta, dejando que ella entrara en su mente, sin defenderse.
Agatha pudo sentir los miles de pensamientos y recuerdos, pero solo se encargó de organizarlos a todos mientras lo comprendía.
Como cualquier Archimago que alcanzó su nivel de fuerza, su capacidad mental era abrumadora y no era tan difícil encargarse de varios trabajos a la vez.
"Tal respuesta deja ver bastante ignorancia." Respondió Agatha con una sonrisa y advirtiendo que el profeta daba una expresión molesta, detalló. "Los Primordiales son lo que representan. Ellos son las leyes de la existencia y la única diferencia, es que tienen una abrumadora conciencia de sí mismos."
Los Primordiales eran lo que representaban y a la vez eran entidades que estaban presentes en toda la existencia.
Sin embargo, en la actualidad, de todos los Primordiales que existieron, solo quedaban unos pocos y la razón era simple.
A diferencia de otros Primordiales, los primeros tuvieron tanta conciencia de sí mismos que fueron más allá de representar lo que eran.
Muy similar a como algunos dioses nacieron de la creencia colectiva de sus adoradores, la diferencia era que estas entidades en cuestión, no tuvieron obligaciones.
"Una vez alguien me dijo que los Dioses no eran diferentes a los mortales... Me preguntó cuál es la razón por la cual tuviste tres visiones de la misma persona." Dudó Agatha con una voz solemne.
"Gaa…"
El Profeta gruñó cuando su mente fue analizada a fondo, sin importarle cuantos secretos tuviera o cuan profundo se ocultará.
Su hijo era un genio en múltiples magias y si bien Agatha no tenía talentos en algunas de ellas, el conocimiento que dejo de magia mental, permitió que tal magia se convirtiera en una de sus armas más afiladas.
Ahora desagarró las defensas inconscientes de ese Profeta, sin darle oportunidad y luego la mujer quedo en blanco con la boca abierta.
Dejando camino libre al hechizo de magia espiritual diseñado para analizar de forma más profunda el ser del Slaran.
Tres 'profecías' sobre la misma persona, no era coincidencia, era exactitud.
"El peor enemigo es uno mismo." Murmuró Agatha cuando chasqueó los dedos dejando sus hechizos de lado.
Los recuerdos y pensamientos del Profeta eran bastante normales, sin nada que ocultar o cualquier asunto dudoso.
Limpio. Tal vez demasiado limpio para su gusto.
Por otra parte, su alma era tan fuerte y brillante que hizo cuestionar como pudo llegar a este mundo a salvo, sin perder parte de sus recuerdos.
Habían llegado unos Slaran y algo más cuando sucedió el fenómeno de la liberación de almas del Tercer Portal Abismal y en ese momento, bastantes almas viajaron a la tierra, en vez del Río de la Reencarnación.
Algunas encontraron cuerpos nuevos, pero eran Slaran afectados durante demasiado tiempo y sus mentes no pudieron ajustarse, volviéndose lunáticos.
A la vez algo más se había adentrado y se encontraron rastros de personas que despertaban o cometieron suicidios extraños.
Sin embargo, dejando las entidades psiónicas que entraron con las almas de los Slaran, estos últimos nunca estaban enteros y tuvieron que ser purificados para que fueran al Río de la Reencarnación, debido a que su estado mental era irrecuperable.
Aun así, un alma se mantuvo protegida, consciente y fuerte sin verse perturbado por el viaje, sin perder nada y siendo lo suficiente capaz como para ocupar un cuerpo sin problemas.
"Me voy unos años y el mundo se va a la mierda." Gruñó Agatha, tan solo para chasquear sus dedos.
Del Tercer Portal Abismal no solo llegaron las almas dañadas de los Slaran, sino que las entidades psiónicas, del informe de Fenghuang y los Monjes de Nepal.
A la vez un alma entera vino a este lugar de forma impecable y sin ninguna consecuencia, dando la impresión de que fue protegido.
"Cardenal Pearson, Señora Agatha, ¿se encuentran bien? Nuestros guardias detectaron magia en el área."
La voz desde afuera vino rápidamente, causando que Agatha mirara al Profeta cuyo estado era deplorable y luego a la Cardenal Pearson que trataba de gritar.
A pesar de que tocaron la puerta, a la vez trataron de entrar no pudieron hacerlo debido sus barreras y Agatha dando una mirada al Profeta, con cierta intención de asesinarlo, escuchó un cántico de afuera.
"Oh, Gran Señora del Orden dame fuerza."
¿Rezando? Agatha se rio a carcajadas, cuando todo volvió a su lugar en el interior de la sala.
La Cardenal Pearson que estaba atrapada se movió, pero su expresión cambió, pasando de ira a una sonrisa y el Profeta que estaba afectado también volvió al mismo sitio como si nada hubiera pasado.
Los Primordiales eran conceptos y el problema era que incluso cuando 'Ellos' no miraban directamente, si conocían a uno, podían ser ayudados… Muy similar a este momento, que todo volvió a su lugar.
Solo que este 'orden', no era el verdadero, sino que uno que esa Primordial impuso y Agatha pudo captar los pensamientos filtrándose en su mente, sobre la falsa mentira que fue instaurada.
"Gracias por responder a todas mis preguntas." Saludó Agatha con la mano al Profeta, que dio una sonrisa.
"El gusto es mío." Saludó el Profeta como si no hubiera sucedido nada.
En sus mentes otra situación fue llevada a cabo, una conversación más amena, agradable y ordenada, que la que tuvieron en realidad.
"¿Qué hacen entrando de esa forma?" Cuestionó la Cardenal Pearson al ver que los paladines entraron a la fuerza.
Toda la sala estaba rodeado por un aura de Orden y dio la sensación de que en este espacio siempre estuvo la misma diosa.
"No hay necesidad de enfadarse, Cardenal Pearson." Intervino Agatha y observando que esa cardenal le sonreía de manera muy amigable, señaló. "Envié mis agradecimientos a su Diosa. Como siempre, su ayuda es innegable."
La ayuda que obtuvo fue encubrir lo que sucedió de manera ordenada, pero lo que esa cardenal pensaba, era que la ayudó a crear un ambiente más seguro por medio de la Diosa.
Por su parte, Agatha al ver los paladines con expresiones relajadas, se alejó de forma seria sin mirar atrás.
Encontró más preguntas que respuestas, y entre todas sus dudas, ella obtuvo la certeza en un asunto.
La profecía en el Noveno Portal Abismal que el Profeta ocultó, no iba a ser la última profecía que estaría relacionada con su hija.
******
En una habitación privada que daba a un restaurante, estaban dos hombres sentados frente a frente.
Uno de ellos era un joven de ojos de color zafiro y del otro lado un hombre alto y grande, sentado, cruzándose sus brazos.
Ambos se quedaron en silencio, que no solo resultaba incómodo, sino que generaba una presión por sí misma.
"Lo que tienes con mi hija… Con Aurora. ¿Es un juego o algo más profundo?" Cuestionó Antón con seriedad.
Kairos que estaba al frente, al escuchar esa pregunta, dio un suspiro.
De todo lo que había pensado e imaginado que le podrían decir, tal pregunta resultaba ser bastante normal.
Sin embargo, no importaba si Antón estaba tranquilo, Kairos no se dejó llevar por tal tranquilidad, tomó la situación con solemnidad.
"Me gusta Aurora y me gustaría estar con ella." Respondió Kairos con seriedad.
Si fuera otra persona quien cuestionara sus intenciones, se sintiera un poco ofendido, cuando no ocultaba lo que sentía ni lo que deseaba.
Le gustaba Aurora y le gustaría estar con ella de forma sincera, sin ninguna intención de por medio que tan solo hecho de estar a su lado… Tal sincero deseo expresó sin contemplaciones.
"¿Y si ella no quiere?" Preguntó Antón y sin desviar su mirada, cuestionó. "¿Y si ella encuentra alguien mejor que tú? Que pueda darle más de lo que ella merece… Más de lo que tú puedes darle. ¿O qué pasaría si ustedes salen y luego deciden cortar?"
¿Qué sucedería si Aurora rechazaba? ¿Y qué pasaría si Aurora encontraba alguien mejor con el cual estar? Alguien que le diera todo lo que merecía, más allá de la riqueza o lo material.
¿O qué pasaría si ambos salían durante un tiempo y luego terminaban?
Tales preguntas hicieron que Kairos se riera, captando el cuestionamiento oculto en tales dudas sobre su carácter y su persona y él lo vio como un asunto normal cuando ambos no se conocían, no como se debía.
"Antón, no solo me gusta Aurora, estoy enamorado. Una experiencia nueva para mí y si bien tal emoción es nueva y anteriormente desconocida, no significa que adquiera una connotación negativa." Detalló Kairos con calma y dando una media sonrisa, pensó durante unos segundos y comentó. "Si Aurora me rechaza, lo dejaré estar. Si ella encuentra alguien mejor que yo, la dejaré que sea feliz. Y si algún día salimos y luego decide terminar conmigo, solo dejaré que siga con su vida."
Se sintió ofendido que creyeran que la manipularía de alguna forma para conseguir que esa mujer saliera con él o se mantuviera a su lado, tal vez suponiendo que su enamoramiento podía convertirse en un capricho y el rechazo en una obsesión.
Aunque le dolía, si la persona de la cual estaba enamorado alguna vez estaba con otro, él lo respetaría y más si era feliz con esa persona.
"Quiero que sea feliz. Ya sea conmigo, con otra persona o con cualquiera que desee pasar su vida, si es que no desea pasarla en soltería." Reveló Kairos y cerrando sus ojos para tratar de calmar sus emociones, los abrió y murmuró. "Me basta, ver que sea feliz. Incluso si es desde lejos."
No iba a negar que estaba adolorido de pensar en esos escenarios, un dolor irreal y sin sentido, que le era generado tan solo en reflexionar sobre la posibilidad.
A la vez estaba enojado consigo mismo, porque llegado ese momento no lucharía por ella y no lo haría, porque sabía que, llegado un momento, todo sería un enamoramiento unilateral sin sentido que solo generaría incomodidad a la persona que le gustaba.
Sin embargo, al final la dejaría ir… Ante tal idea que le desagradaba se rio con desprecio.
"No voy a negar, que me gustaría que todo salga bien, pero no veo el futuro." Dijo Kairos y viendo su taza de café que ni siquiera había tocado, se rio de forma tonta y murmuró. "Me siento nervioso con cada paso que hago. Me pregunto varias veces antes de enviar un mensaje y me cuestionó como acercarme a su lado. Sin querer que se sienta incómoda o presionada, sin querer que me rechace."
No tenía una 'guía', que le señalara como enamorar a la persona que le gustaba y eso significaba que tenía que pensar detenidamente en cada acción y decisión.
"Doy cada paso como el último y lo hago porque cuando falle, quiero mirar atrás y decir que hice lo mejor que pude, sin arrepentirme ante un pasado que jamás cambiaré ni dejaré que nadie lo haga." Reveló Kairos y dando una mirada solemne, añadió. "Tengo un solo intento."
Cada segundo, cada momento y cada instante era el último ante un futuro incierto y ante la idea de que cualquier decisión podía ser la última.
¿Qué pasaba si hacia algo que no le gustaba? ¿Si metía la pata en una cita? Aurora no era superficial y era poco probable que viera la forma que vestía o que era lo que llevaba, pero al final, tales preocupaciones sin sentido seguían pesando.
"Desconozco que depara el futuro para nosotros. Tal vez sea algo bueno que dure años o quizás sea un corto momento, pero viviré el ahora. Lo disfrutaré y trataré de hacerla feliz no importa cuánto dure." Precisó Kairos y sonriendo de manera alegre, murmuró. "Aunque ahora soy solo un pretendiente insistente."
¿Qué deparaba el futuro? No lo sabía.
Lo que estaba seguro, era que en este momento era capaz de vivir al lado de Aurora y aunque se tratara de una cita, la disfrutaría no imaginando lo que sería el futuro, sino que viviendo el presente.
Tomando cada decisión sin querer arrepentirse.
"Lo haces pasar como si el tiempo antes de conocerla no has vivido de verdad." Comentó Antón bebiendo el té con calma.
"No. Solo que me di cuenta, de que la vida plena, es aquella que comparto con la persona del cual estoy enamorado." Replicó Kairos y con cierto suspiro, murmuró. "Y me gustaría que fuera eterno."
Un amor que durara para siempre… Demasiado embarazoso y vergonzoso para decir en voz alta, pero al final, esa era la única forma de describir sus sentimientos.
Las personas le encontraban diferentes sentidos a la vida, algunos en busca de riqueza, poder, autoridad o prestigio y otros como él, solo buscando una compañera con el cual pasar el resto de sus días.
Deseando que tales días fueran infinitos.
"Aun así, si llegado el momento nuestros caminos se separan, la veré partir deseándole lo mejor." Añadió de forma simple.
No había nada eterno e 'infinito', en algún momento todo llegaba a su fin… Fue por eso que era mejor aceptarlo ahora y vivir el presente, disfrutando cada momento que esperar a un futuro demasiado lejano.
"¿Desde cuándo tienes esos sentimientos?" Preguntó Antón y captando su mirada, ambos la mantuvieron hasta que ese hombre dio un suspiro y añadió. "No importa. Tu relación es con mi hija."
¿Por qué él mismo acababa de suspirar aliviado? Kairos mantuvo su mirada en Antón cuyos ojos y cuerpo empezaba a entrar en un modo de combate.
"Sin embargo, soy su padre. Si algún día la lastimas, no me importa lo que hagas para protegerte, me encargaré de ti." Amenazó Antón con una presión implacable.
Tal fortaleza dio una sensación de que era capaz de aplastar todo el edificio, y Kairos en respuesta dio una sonrisa.
No con arrogancia, ni esperando algún combate, sino que con simpleza.
"Lo último que deseo es lastimarla." Murmuró Kairos viendo como ese gran hombre se levantaba para retirarse.
Antón que ya se dirigía a la puerta, se detuvo en la entrada y se giró.
"Pero lo harás. Tienes secretos y esos secretos eventualmente la lastimarán a ella o a ti." Dijo Antón y abriendo la puerta, se detuvo y sin mirar hacia atrás, murmuró. "Si deseas una relación sana y larga, no mientras. Una vez que pierdes la confianza, jamás podrás recuperarla."
Dejándolo aturdido a él, por ese repentino consejo, pudo sentir como Antón se alejaba y saliendo de la habitación privada, salió al exterior en donde la esposa de ese hombre, lo esperaba.
Esa mujer levantó su mirada hacia él, que observa por la ventana, antes de que desapareciera sin dirigirle la palabra.
Kairos que se quedó en ese lugar, se sentó y cerrando sus ojos, suspiró.
"Lo sé…"
Nadie escuchó ese murmullo.
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