Mientras tanto, Sei se dirigía con calma a su habitación.
Había pasado más de una hora desde que dejó a su esposa durmiente en la cama. Por lo que regresó al cuarto pensando en que la chica ya estaba en el país de los sueños.
Pero cuando atravesó la puerta, lo que vio, lo dejó paralizado.
La esposa, que se suponía debía estar durmiendo profundamente, se estaba quitando la ropa con los ojos cerrados sentada en la cama. Mientras Sei la veía desesperada tratando de quitarse la camiseta, se puso rojo y sintió extenderse un ardor salvaje por su pecho nuevamente.
Sei instintivamente desvió la mirada como un chico inocente y avergonzado. Pero no pudo evitar volver a mirarla cuando la escuchó quejarse.