Los labios de Hércules eran más dulces y fuertes de los que recordaba. Saberlo me lastimó el corazón y sentí como las lágrimas empezaban a recorrer el camino marcado en mi piel.
Él se da cuenta de ello y para de besarme, con sus pulgares destruye todo rastro de tristeza que estaba sintiendo.
Me abrace en él y hundí mi cara en contra de su pecho. Me quedé así hasta que ya no tenía más lágrimas que derramar.
Hércules me daba palmadas en la espalda y me acariciaba la cabellera larga. Apoyó su mentón en la base de mi cuero cabelludo y empezó a taradear una canción de cuna, esas que se solía cantar para ayudar a los niños a dormir.
Me tranquilice un poco y volví a levantar la cabeza para verlo a los ojos. Él deja de apoyar su mentón en mi cabeza y me mira a los ojos de una manera poco común en él.
Me sonríe y sigue acariciando la piel de mis mejillas, por más que ya no lloraba.
Me besa la frente y aspira el olor a limpio que mis poros emanaban.
Me agarra de la mano y me lleva hasta el lugar donde se estaba quedando, pero yo no podía ya que estaba trabajando como enfermera en la parte de ginecología y obstetra, y hoy era mi turno de guardia.
Hércules se decepcionó un poco de no poder estar conmigo y darme una lección para que no volviera a escaparme y alejarme de su lado. Pero lo asombró que estuviera trabajando en una especialidad poco común para una especie medio rara de vampiro como yo.
Me acompaño hasta mi lugar de trabajo y se presenta a todos mis colegas como mi esposo, cosa que tuve que morderme las mejillas interiores para evitar no reírme por la reacción de algunos colegas que me habían tirado los tejos desde que había llegado.
Cuando mi turno terminó eso de las diez de la mañana, y salí hacia la calle; me sorprendí ver a Hércules esperándome apoyado en el tubo de luz. Odio admitirlo pero se veía muy sexy.
Cuando me ve llegar a su lado, empezó a sonreír de esas maneras que me hace detener el ritmo cardíaco y me petrifica. Fue ahí que supe que estaba perdida.